Camino de la victoria más bella
Buena contrarreloj para Contador, que solo cede 24 segundos al Leopard de Andy Schleck
Hay líderes y... líderes; equipos y... equipos, claro. Y contrarrelojes por equipos y... contrarrelojes por equipos. En las de sus tiempos, tan largas, tan de falsos llanos ascendentes, la línea de fuga perdiéndose en el horizonte, Indurain era una locomotora a la que se enganchaban como podían sus compañeros, en su mayoría mínimos escaladores. Así sobrevivían. Así ganaban el Tour.
En la de ayer, tan rompepiernas, tan corta, en las que los relevos deben ser cortos, casi un sprint, para mantener siempre alta la velocidad, una de esas en las que el líder de un equipo, el más completo, es un suponer, no suele ser el que más rinde en pro del bien común aunque se vacíe al 100%, el pretendiente número uno, Andy Schleck, no ocupó el puesto de locomotora -eso es cosa del coloso suizo Fabian Cancellara, uno al que, si le hubieran dejado, habría sido capaz de ganar él solo a varios equipos completos, de nueve-, sino el de un vagón, y no de los primeros, sino el octavo -deferente, dejó la cola a su hermano mayor, Fränk-, sin permitirse dar algún relevo apenas, quizás para no cansarse o no frenar al equipo: ¡qué líder del Tour nos espera! La prueba, que, si no tuvo apenas efectos en la clasificación general, 23 kilómetros son escasos para crear grandes diferencias, sirvió para radiografiar el estado -moral, mental, psíquico y físico- de algunos del pelotón, permitió también ver el punto contrario del péndulo, el BMC, en el que Evans, vestido de verde, quiso ser el perejil de todas las salsas. El australiano, ansioso, el maillot amarillo en el punto de mira -un síntoma de que planifica a corto plazo, de que no piensa en París-, hizo de lanzador y de sprinter, de rodador y escalador.
"Voy bien e iré mejor. El Tour se puede perder cada día y se gana en la montaña"
En el medio, virtuoso, Contador, con su Saxo, participando con su agilidad como uno más en los relevos cortos que el terreno exigía, recobrando la moral en cada pedalada, movilizando a sus gregarios. De los tres, fue el campeón de Pinto justamente el que más satisfecho terminó la jornada, el que menos terreno podía ceder a la frustración.
Antes de saber qué tiempo harían sus rivales, avanzó que perder 20 segundos sería perfecto. Casi lo clavó. Cedió 24 al Leopard de Schleck y el mismo tiempo al BMC de Evans, que, en medio de tanta igualdad, se quedó a un solo segundo del maillot amarillo.
Se lo acabó llevando al hotel Thor Hushovd, quien dejará en la maleta -los ciclistas no colocan la ropa en el armario, no tienen tiempo- al menos hoy el arcoíris de campeón mundial. Será el mejor vestido, pero no el que acabó más contento, pues le ganó su jefe, Jonathan Vaughters, el inventor del Garmin, quien, al final, consiguió su objetivo más ansiado -ganar una contrarreloj por equipos en el Tour- y lo celebró colándose en la conferencia de prensa del ganador -habitualmente, reservada a los ciclistas- para impartir lecciones de moralidad, ética y visión de futuro.
Será desde este terreno -por fin, ya hoy, fuera de La Vendée, hacia el norte, Bretaña y sus traicioneros vientos atlánticos- y desde el puesto 75º -a 1m 41s de Evans, a 1m 37s de Schleck- desde donde Contador iniciará su remontada hasta, así se expresó su director, Bjarne Riis, su victoria más bella, "la conseguida partiendo con tiempo de retraso".
"Voy bien de piernas y cada día iré mejor. Eso es lo que más me anima", dijo Contador; "el Tour se puede perder todos los días y se gana en la montaña". Para la montaña-montaña, para los Pirineos -"lo que ha perdido estos días equivale a lo que ganará en un kilómetro de Luz Ardiden", dicen sus forofos sabios- aún faltan 10 días, pero mañana llega el Muro de Bretaña, al que llaman el Alpe d'Huez bretón: dos kilómetros al 7% con pendientes empinadas que recuerdan a la llegada de Tropea en la que ganó el pasado Giro.
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