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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La plenitud de un cineasta

Aunque cada vez tiene menos sentido considerar el cine español como concepto monolítico en estado estacionario, no es menos cierto que la posibilidad de ver a un cineasta crecer, transformarse y plantearse nuevos desafíos no ha sido aliciente habitual en un paisaje dominado por poéticas ensimismadas y autosatisfechas en camino a su implosión. Sirvan Caótica Ana o Balada triste de trompeta para ejemplificar ese modelo dominante. Nuevas modalidades de autoría como las encarnadas por Isaki Lacuesta o Jaime Rosales parecen apuntar hacia otra dirección: la del discurso abierto, la identidad autoral en perpetua transformación y cuestionamiento.

Con La flaqueza del bolchevique (2003) -la película que reveló a María Valverde y contó con un inquietante Luis Tosar-, Manuel Martín Cuenca lo tenía todo para acomodarse en el papel de buen (y poco problemático) profesional al servicio de la industria. Después vino la ambiciosa Malas temporadas (2005), que, en algún momento, sucumbía al kitsch melodramático. Las dos películas despejaban toda duda sobre la competencia del cineasta, pero nada hacía presagiar los desafíos, la ambición y, sobre todo, los logros de La mitad de Óscar, rotunda prueba de madurez, crecimiento y afirmación de una mirada.

LA MITAD DE ÓSCAR

Dirección: Manuel Martín Cuenca.

Intérpretes: Rodrigo Sáenz de Heredia, Verónica Echegui, Antonio de la Torre, Dennis Deyri.

Género: drama. España, 2011. Duración: 89 minutos.

Las primeras imágenes pueden levantar la sospecha de que Martín Cuenca intenta un ejercicio de estilo a lo Rosales. Hay otros ecos: en algún momento, la película parece evocar un contraplano improbable de La aventura (1960) o un eco hiperrealista de Cabeza borradora (1976), pero este relato, recorrido por la lava de una pasión prohibida y asfixiada, no tarda en disipar la sombra del mimetismo. Antonio de la Torre compone un personaje con un retrovisor como único asidero, y las siluetas de una estupenda Verónica Echegui y un demolido Rodrigo Sáenz de Heredia defienden el estremecedor clímax de este melodrama en sordina, resuelto con un modélico empleo de elipsis y subtextos. La mitad de Óscar es la plenitud de Martín Cuenca.

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