Una comedia inteligente

Dos amigos en la treintena se toman una semana de vacaciones para despedir la soltería de uno de ellos. Se conocen desde hace años, a su manera se quieren y respetan aunque no pueden ser más distintos entre sí: uno, epicúreo y abrumado por el divorcio que ha sufrido... hace dos años; o sea, que anda todavía en duelos. El otro, vividor, hedonista, se toma la vida como viene: aquí te pillo, aquí te mato. Y está en vísperas, parece, de sentar cabeza.

La excusa: los últimos días de libertad vividos entre viñedo y viñedo, de cata en cata. Que si ahora un chardonnay, que si este syrah está en su punto, que merlot no, que no nos gusta...

Con estos personajes, dos actores impresionantes (atención a Giamatti, un hasta ahora secundario que puede casi con cualquier personaje), y dos actrices que están a su altura, el sagaz Alexander Payne (le conoce el lector por su filme más conocido, A propósito de Schmidt, pero Election no le va a la zaga en cuanto a interés) construye una película que, con perdón, se toma sorbo a sorbo, paladeando hasta el fondo sus delicadas, elegantes texturas. Reflexión itinerante sobre el sentido de la vida, el camino hará que esa pareja un tanto quijotesca se vea envuelta en trascendentales momentos que no parecen tales, pero en los que en realidad se juegan punto menos que su destino.

De las personalidades contrapuestas de ambos extrae el filme su mejor rédito, y un guión especialmente atento a los diálogos (extraordinarios en su justeza, en su economía) eleva las cotas de interés hacia cimas difícilmente logradas por la comedia independiente contemporánea. No tiene nada de extraño, por consiguiente, que una película discreta aunque construida con paciencia y sabiduría se haya colado entre las favoritas a los Oscar de este año. Y, con perdón de Clint Eastwood, merecería llevarse más de uno.