Lo bello y lo siniestro
En el año 1959, Georges Franju creó uno de esos clásicos irrepetibles que funcionan, a la vez, como una extraña encrucijada temporal, capaz de recoger ecos de la tradición -el imaginario surrealista, la poética folletinesca de Louis Feuillade- y preparar su proyección hacia el futuro: Los ojos sin rostro -lírica, macabra, terrible, inolvidable- fascinó a los cachorros de la nouvelle vague y proyectó la sombra de su influjo sobre buena parte de ese cine de género europeo, que, en sus mejores momentos, supo moverse con elegancia sobre la cuerda floja que separa lo bello y lo siniestro. Chrysalis, ópera prima de Julien Leclercq, es el último título que recoge, de modo explícito, el guante lanzado por Franju hace casi medio siglo: thriller levemente futurista con cirugía estética, implantes (y/o borrados) de memoria y cloacas políticas en su entramado narrativo, Chrysalis bien podría funcionar como la puesta al día de Los ojos sin rostro para espectadores crecidos en la era pos-Blade runner (1982) y, por supuesto, pos-Matrix (1999). No hay que olvidar esa condición híbrida: Leclercq se puede homologar a esos cineastas franceses de última generación -Christophe Gans, Xavier Gens, Pitof- que parecen haber forjado su caligrafía visual a través del consumo de cine espectáculo norteamericano, pero el espíritu que recorre su debut es tan francés como el croissant. Es decir, tan francés como Méliès, Fantomas, Gaston Leroux y Maurice G. Dantec.
CHRYSALIS
Dirección: Julien Leclercq.
Intérpretes: Albert Dupontel, Marie Guillard, Marthe Keller, Mélanie Thierry, Alain Figlarz, Patrick Bauchau, Smadi Wolfman, Cyril Lecomte.
Género: ciencia-ficción. Francia, 2007.
Duración: 94 minutos.
Como el Godard de Lemmy Caution contra Alphaville (1965), Leclercq retrata París como aquella ciudad que lleva escrito en su presente trazado urbanístico la premonición de su propia anti-utopía. Ciudad de la Luz reformulada como Ciudad de la Sombra Anímica y la Desesperación Metalizada, el París de Chrysalis es el escenario de dos acontecimientos traumáticos: el tiroteo que dejará viudo al policía David Hoffman (Albert Dupontel) y propiciará su caída en el abismo y el accidente de tráfico que desfigurará a la hija (Mélanie Thierry) de una cirujana plástica. Los dos incidentes, como determina la lógica del género, estarán conectados, aunque el guión escrito a cuatro manos se tomará su tiempo en ensamblar las piezas, confiando antes en una fragmentación narrativa un tanto forzada que en la modulación sofisticada del suspense.
El conjunto no está libre de tópicos, lugares comunes y artificios, pero Leclercq maneja sus elementos con convicción y un deslumbrante control de la forma, que le permite pasar de la coreografía nerviosa de algunas escenas de acción al atmosférico uso del plano secuencia, como en esa escena donde la cámara, transmutada en imposible ascensor, recorre los pisos de una clínica. En suma, un debut sobrecargado de energía.
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