¿Cómo nace una leyenda?
Las asociaciones de ideas juegan malas pasadas. Hace un par de semanas, al pasar por la calle del Hospital vi unas zapatillas atadas por los cordones que colgaban de un cable de la luz. Y al girar la esquina, en la calle del Canonge Colom, había otro par, más pequeñas y azules. Desde entonces, vaya adonde vaya, siempre termino por localizar la misma imagen. En estos últimos 15 días, me he encontrado idéntico jeroglífico en sitios tan dispares como Collblanc, La Mina, cerca de la calle Ample y hasta en Sant Celoni, población que en nada se parece al Bronx.
Como osos en la caverna de Platón, sólo vemos sombras de la realidad. El otro día, cambiando de canal, tropecé con la película Big Fish, de Tim Burton. ¿Y qué escena creen que ponían en ese justo instante? Sí, amigos, efectivamente. En la pantalla del televisor, con lentitud desgarradora, se abría un gran primer plano de un cable, sobre el que colgaba una siniestra colección de calzado deportivo. Y ahí no acaba la cosa. Al día siguiente, en una cena, termino metido en un debate sobre cine y Robert de Niro. Cuando, sin venir a cuento, alguien recuerda Cortina de humo. Esa de Barry Levinson, en la que De Niro hace de asesor presidencial, encargado de distraer a la opinión pública de un escándalo sexual. Así que contrata a un realizador de televisión -Dustin Hoffmann- para que se invente una supuesta guerra con Albania. Y entonces caí. Aquel plan de manipulación informativa se basaba en una canción sobre zapatillas viejas, con las que inundaban los cables eléctricos, a imitación de las cintas amarillas que se colgaron durante la guerra del Vietnam.
Finalmente, de vuelta a casa, me rindo a los hechos y escribo estas líneas, mientras Google comienza a darme los primeros resultados. Por lo visto, se trata de un fenómeno que tiene nombre. Se llama shoeffiti (como graffiti, pero en zapato) y apareció en los años noventa, en los barrios más degradados de Estados Unidos y Canadá. Según leo en Internet, sus practicantes consiguen dejar una huella en el paisaje de la ciudad ahorrándose la pintura, aunque no hay consenso sobre su significado. Unos afirman que conmemora la muerte de un miembro de alguna banda latina. Otros, que se trata de anunciar la cercanía de un vendedor de droga. Los hay que dicen que se lanzan al aire para anunciar una próxima boda; que es la forma en que los practicantes de skate se despiden de sus deportivas; incluso, que forma parte de un juego de rol.
En la calle tampoco hay gran unanimidad. Pregunto en la terraza del Mendizábal, en la plaza del Macba y hasta a un guardia urbano, que raudo me interroga para que le dé la situación exacta de las interfectas, a fin de ser retiradas de inmediato del cableado municipal. Como mucho, aciertan a formular hipótesis de tipo psicológico (una forma de afirmación adolescente), antropológico (una manera de marcar territorio), místico (la necesidad de dejar una señal de su paso por el mundo) o práctico (para asustar a las palomas). Así, hasta un número ilimitado de divagaciones, que confirman la total impenetrabilidad de este enigma. ¿Se trata entonces de una gamberrada juvenil? ¿De un amor tan desmesurado hacia el calzado que -antes que echarlo a su correspondiente contenedor- prefieren hacerle un entierro apache y dejarlo expuesto a los elementos? ¿Alguien sabe de qué va todo esto?
Fíjense en la cantidad de interpretaciones precipitadas que pueden hacerse con unas simples zapatillas. En vivo y en directo, asistimos a diario a versiones literarias de los hechos, transformadas por cada nuevo narrador en leyenda urbana. Como diría mi amigo Rafael Metlikovez: ¿no es hermoso?
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