El hombre que vio llorar a Rommel
Normandía, verano de 1944. Me agaché y entre los altos campos de espigas observé boquiabierto avanzar a los panzer. Armando cogió un carro Tigre y me lo acercó. Pegué un respingo. La maqueta del campo de batalla era sensacional: casi cuatro metros por dos, caseríos, puentes, la vía férrea, la colina 112... tanques Churchill, Sherman,panzergrenadiers de la 12ª SS Hitlerjugend emboscados. La que se iba a armar. Armando, que me había llevado al impresionante garito del club de wargames Alpha Ares (calle de Min Geribert, en Barcelona, junto a la plaza de Espanya) con la promesa de que a lo mejor vería a algún jugador caracterizado de oficial alemán, y Alfonso Cánovas, el legendario miniaturista, me explicaban los pormenores de la Operación Epson, la partida que preparaban. Pero yo ya había visto en la maqueta efectivos de la 21ª Panzer y no podía sino pensar en la enorme, inmensa casualidad. Porque llevaba días enfrascado de nuevo en las sensacionales memorias de Von Luck (Panzer Commander, que ahora publica en castellano Tempus), el oficial que mandaba uno de los regimientos blindados de esa división y que es uno de los testigos más apasionantes de la II Guerra Mundial.
El barón Von Luck, con un toque de Jünger, pero sin su enervante superioridad (no esperen tampoco su prosa), es el hombre que pactó una pausa para el té con los ingleses de los Royal Dragoons, el 11º de húsares y el Long Range Desert Group (LRDG) en las inmensidades de las dunas, el que pilotó una Cigüeña sobre el oasis de Siwa, el que bailó una vez mientras acompañaba al piano el mismísimo Rachmáninov y el que un día vio llorar al mariscal Rommel, que ya es trance.
Hans Ulrich Von Luck und Witten (1911-1997), Von Luck para los amigos, era miembro de una vieja familia de militares prusianos que marcaba el paso desde Federico el Grande. Un tipo inteligente, gran profesional de lo suyo, políglota (hablaba hasta ruso), culto y afable, al menos cuando no te atacaba con los panzers, Von Luck se apuntó a la caballería, pero le pasaron en seguida a la Panzerwaffe. Y es que con las tropas mecanizadas era un as. No es raro porque le había dado clases Rommel. Luchó desde el principio, en la invasión de Polonia, en la de Francia, en la de Rusia. Dondequiera que había fregado. En abril de 1942 fue transferido al Afrika Korps y comandó el selecto tercer batallón de reconocimento de la 21ª Panzer Division. En el ataque a las posiciones de Gazala sufrió una grave herida en un muslo, pero siguió combatiendo ¡cinco días! a base de inyectarse morfina. Luego le encargaron proteger el flanco sur del Afrika Korps, pura arena, lo que hizo enfrentándose a otros duros guerreros como él, los beduinos motorizados del LRDG y los dragones y húsares mecanizados, con los que hizo el célebre pacto caballeroso de suspender hostilidades cada día a las 17 horas. Y es que el correoso Von Luck no era un desollador, sino como su patrón Rommel un partidario del fair play bélico y la Krieg ohne Hass, la guerra sin odio ("hacíamos", dice, "una guerra despiadada pero decente" -curioso matiz-). Tras la contienda trabó amistad con muchos oficiales aliados a los que había combatido, y con el historiador de Band of brothers Stephen Ambrose (véase de éste su tan emocionante El puente Pegasus, Inédita, 2004, en el que sale Von Luck, que aparece también en Seis ejercitos en Normandía, de Keegan, que edita ahora mismo Ariel). Además, su novia era de origen judío y a su suegro putativo lo asesinaron los nazis en el campo de Sachenhausen. Cuando el Afrika Korps se marchitaba, le enviaron a la desesperada, en traje de faena y aún cubierto de arena, a ver a Hitler para convencerlo de que se mojara más en el teatro norteafricano.
Cuando Von Luck se despidió de Rommel en Túnez, al zorro del desierto (que le hacía confidencias bastante derrotistas) le saltaron las lágrimas, inesperadas como las de Ahab. Le encontramos luego librando batallas desesperadas con su Kampfgruppe en Francia, donde un francotirador le agujereó la gorra (¡la suerte de Luck!). Uno de sus episodios más aventureros fue cuando obligó a punta de pistola a una batería de antiaéreos de 88 mm a cañonear tanques para cerrar una brecha en Cagny -"elija: le mato o gana una medalla", le espetó al reticente oficial de la Luftwaffe a cargo-). Finalmente, sin dejar de luchar, en 1945 le capturaron los rusos y lo enviaron al Gulag. Regresó en 1950 y el amargo relato del reencuentro con su novia Dagmar tras tantos años de sostenerse en el infierno a base de su recuerdo es extrañamente conmovedor para salir de la pluma de un soldado tan blindado: "Supe que todo se había acabado entre nosotros".
Cuenta Von Luck que en 1944, tras la sangrienta lucha por Kittershoffen, entró en la devastada iglesia, se sentó al órgano y, excelente pianista, comenzó a tocar Bach mientras los habitantes del pueblo se arrodillaban a su alrededor y sus curtidos fusileros rompían a llorar. Una imagen extraordinaria, la del organista panzer, que traté de conjurar en la ancha maqueta del club de wargame, entre las pequeñas ruinas, alaridos minúsculos y ese miedo grande envuelto en acre olor que impregna, no importa su escala, cualquier campo de batalla.
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