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La represión del 15-M

La brutalidad policial recrudece las protestas y las hace llegar a los barrios

La plaza de Catalunya vive su mayor concentración y las caceroladas se extienden

La dura actuación de los Mossos contra los concentrados de la plaza de Catalunya provocó un fuerte rebrote de las protestas callejeras, que, tras dos semanas de acampadas, habían empezado a perder fuerza. Más de 10.000 personas se congregaron anoche en la plaza, lo que supone la mayor concentración de estos 15 días. Las caceroladas saltaron del centro de la ciudad y se extendieron a Sant Martí, Sant Antoni, los Encants y Les Corts.

La plaza de Catalunya fue el epicentro de todas las protestas que a lo largo de ayer se produjeron en Barcelona. Desde primera hora de la tarde centenares de personas acudieron para reconstruir la acampada. La ayuda acabó convirtiéndose en movilización a partir de las siete de la tarde, momento en que la plaza protestó de forma masiva por la carga policial y el desalojo producidos por la mañana.

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Los oradores pidieron la dimisión del consejero de Interior, Felip Puig, y que se ponga fin al uso de las balas de goma. Además, en una votación pública y con resultado favorable masivo, anunciaron que continuarán con la movilización pese a la final de la Champions que juega hoy el Barcelona.

A lo largo de la tarde, los gritos más repetidos fueron "¡Felip Puig, dimisión" y "¡policía el que no bote!", que se intensificaron durante la cacerolada, la más multitudinaria desde el comienzo del movimiento social.

En el centro de la plaza, los habituales indignados convirtieron su malestar en pitidos y protestas ensordecedoras, pero el movimiento siguió en el perímetro de la plaza. Allí se movilizaban los recién llegados y los que no estaban tan involucrados en la causa aunque la apoyaran "con rotundidad", aseguraban los presentes. Fue el caso de Marita López y Elvira Márquez, de 48 y 52 años, que acudieron para apoyar a sus hijas, que horas antes habían sido desalojadas por la policía. "No están solas, como nadie de este movimiento", afirmaron rodeadas de bolsas de comida que después entregaron a los indignados. En la Ronda de la Universitat, pequeños grupos reflexionaban sobre política y políticos sentados en la calle.

La indignación por la carga policial y el desmantelamiento de la protesta no tardó en aparecer. Primero a través de las redes sociales y después en las calles. Unos trescientos universitarios iniciaron a primera hora de la tarde una marcha por la Diagonal hasta la plaza de Catalunya que duró tres horas, lo que añadió más caos al complicado tráfico de los viernes.

Los estudiantes comenzaron a la una de la tarde una sentada espontánea en la zona universitaria, a la altura de Palau Reial, que impidió el paso de los coches y del Trambaix. La consigna que los reunía era La plaza de Catalunya no se toca. "Estamos en contra de esa forma de ver el mundo, donde todo se soluciona con porrazos", se quejaba Rosa, de 23 años y estudiante de arquitectura. Tres horas después, marcharon pacíficamente hasta la plaza. Según el Servicio Catalán de Tráfico, se registraron 23 kilómetros de retenciones en los accesos a Barcelona por la B-23 y la C-32, y por el desvío de los coches a la Ronda de Dalt.

Los estudiantes se detuvieron ante los edificios de La Caixa y Caja Madrid para entonar canciones en las que los culpaban de la crisis. En el camino se encontraron con el sonido cómplice de muchos cláxones y con algún reproche. La marcha terminó con un recibimiento de los acampados en la plaza de Catalunya, en medio del ruido de las cacerolas.

En la plaza también convergieron las 1.000 personas que se habían concentrado a las cinco de la tarde en la plaza de Colom en protesta por los recortes en los servicios públicos. Una hora después subieron por La Rambla para unirse a los concentrados. Al grito de "¡todos a la plaza de Catalunya!" y "¡no nos mires, únete!", los manifestantes colapsaron el tráfico en el centro y llegaron a la plaza media hora después. Para entonces, la zona central ya estaba llena y tuvieron que empezar a repartirse entre los laterales.

Sentadas en una de las barandas de la plaza y con un clavel cada una, Mercè y María Sala, de 64 y 77 años, se quejaban por el desalojo. María reclamaba: "No solo toda la plaza, sino toda Barcelona se debería llenar de manifestantes".

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