"Los billetes de Barcelona son feos"
Juan Domingo Ventura tiene un millón de 'tickets' de transporte de 128 países
"Di un país, el primero que se te ocurra", reta Juan Domingo Ventura. "Senegal", responde para su propia sorpresa la periodista, la palabra antes en la boca que en la mente. Ventura se rasca un momento la cabeza, su rostro está a punto de dibujar una mueca de decepción, pero el gesto acaba por transformarse en una sonrisa triunfal. Repasa con celeridad la estantería repleta de álbumes, toma uno y lo abre por la página dedicada al país en cuestión. Ahí está. Humilde, solitario y frágil, con una anotación al lado: "Normalmente no se dan billetes en los autobuses senegaleses". Ocurre en muchos otros lugares del mundo. Pero, si existe, lo más probable es que Ventura lo tenga. Su colección de billetes de transporte público supera el millón de ejemplares y, aunque está concentrada principalmente en Barcelona, abarca 128 países.
Con ayuda de Internet ha terminado en 15 años la serie a la que su padre dedicó toda la vida
Dieciocho metros cuadrados de un mueble hecho a medida condensan la mayor parte del tesoro personal de Ventura. Ochocientos álbumes "de la mejor marca", en realidad destinados a la filatelia, resumen la aguda forondotelia del propietario. Su afición toma este nombre del marqués de Foronda, que durante el primer tercio del siglo pasado dirigió la Tramways de Barcelona, la compañía de tranvías local.
Entre las páginas de los volúmenes de piel, en un código de colores comprensible sólo para Ventura, figuran rarezas, como pruebas de imprenta desechadas, billetes especiales con entrada a los baños de la Barceloneta incluida, valiosos pases de marfil reservados a políticos y periodistas (eran otros tiempos) y estampillas semejantes a un sello con publicidad en el anverso, en un repertorio que, en el caso de Barcelona, abarca desde el último tercio del XIX (12 céntimos por trayecto) hasta la actualidad.
La historia de la singular filia de Ventura viene de lejos. La colección la inició su padre en 1935, cuando era estudiante de Medicina. Residente en Badalona, se desplazaba hasta la universidad en tranvía. Sus compañeros más acomodados -"no todo el mundo podía permitírselo", recuerda Juan Domingo- utilizaban el mismo transporte. "Toda la facultad le guardaba los billetes", apunta el hijo. El doctor Ventura tuvo una obsesión: completar la serie de los 100.000. Es decir, reunir todos los billetes comprendidos entre el 00000 y el 99999, las dos cifras que abarcan una serie íntegra. No pudo hacerlo. A su muerte, en 1985, le faltaban 15.000. "Pedí a mis hermanos quedarme con la colección. Y hasta hoy", indica Ventura, ingeniero industrial de profesión.
El heredero puso aún más ahínco que su progenitor en la tarea. O al menos tuvo más suerte y, posiblemente, más medios (Internet, el gran aliado para el coleccionista contemporáneo, es de gran ayuda para Ventura, "en especial la página www.todocoleccion.net"). "En 15 años conseguí acabar la serie a la que mi padre dedicó toda su vida", resume. Aunque uno de los números, el 62.227, se le atragantó y tardó 24 meses en dar con él. Pero éste fue sóolo un primer reto. Luego se concentró en las colecciones de capicúas, que en una serie completa comprenden 1.000 billetes. Él tiene 38 colecciones distintas. Y también tiene algunas series de las llamadas lástimas, un término muy ajustado para definir aquellos billetes con numeración anterior y posterior al capicúa, "aquellos que te hacen exclamar: '¡Lástima, por un número no es capicúa!".
Hoy por hoy, Ventura se encuentra volcado en la catalogación de su colección. Está escaneando todos los billetes y ya ha autoeditado el segundo volumen de sus fondos en documentadas monografías, pilares de una completa historia del transporte colectivo en Barcelona. Mantiene el contacto con otros coleccionistas del mundo entero con los que intercambia billetes repetidos, muchos de ellos guardados en cajas hechas a medida que descansan en el sótano de su vivienda.
El amor por su colección, a la que actualmente dedica entre cinco y seis horas diarias, no le impide un comentario crítico. "En general, los billetes de transporte de Barcelona son muy feos", lamenta, y para demostrarlo los compara con la riqueza cromática, de diseño y de materiales de los títulos de transporte japoneses, o incluso con la belleza naïf de los estampados en Chile. Es sólo una apreciación objetiva, que no minimiza su pasión. "Me ha sido muy útil para combatir el estrés del trabajo y distraerme de las preocupaciones", asegura, sin perder el mundo de vista. "Todos los coleccionistas estamos un poco locos, ¿verdad?", lanza a modo de pregunta retórica. Y a él se le ve inmensamente feliz en su inofensiva locura.
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