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Columna
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Se agotó la inercia

De todos los sondeos publicados con anterioridad al pasado 20-N sólo uno, el del Centre d'Estudis d'Opinió de la Generalitat (CEO), situaba a Convergència i Unió en cabeza de la intención de voto de los catalanes, lo cual le valió al citado organismo toda clase de vituperios partidistas, acusaciones mediáticas de servilismo gubernamental, etcétera. Bien, puesto que ninguno de aquellos feroces críticos se toma ahora la molestia de rectificar y disculparse, sea este párrafo un pequeño reconocimiento a la profesionalidad y el rigor del director del CEO, Jordi Argelaguet, y de toda su gente. Enhorabuena.

Y ahora pasemos a hablar de cosas tristes. En la derrota socialista del domingo en Cataluña son varias las singularidades que merecen un subrayado. En primer lugar, su magnitud: el PSC ha bajado, respecto de 2008, 18,76 puntos porcentuales, más que en ninguna otra comunidad autónoma; de extrapolarse la pérdida de 11 escaños sobre 25 al conjunto del Estado, el PSOE se habría quedado hoy con 95 diputados. Y sí, claro que la culpa es de la crisis, pero algo habrán tenido que ver también las debilidades específicas del cartel y de la campaña electoral del PSC.

En el último año, el ave descabezada del PSC ha topado con la pared de la crisis, y se ha estrellado tres veces sucesivas

No se trata de cargarle todo el muerto a Carme Chacón. Sin embargo, cuando nuestro sistema financiero se hunde bajo el peso de la burbuja inmobiliaria, ¿la que fue ministra de Vivienda en el momento álgido de dicha burbuja no tenía nada que decir al respecto? Y esas declaraciones melifluas en entrevistas preelectorales ("no ha sido necesario que el PSC votase diferente del PSOE") y aquellos caracoleos verbales sobre sus ambiciones futuras ("a ver quién se atreve a decir que una mujer y catalana no puede liderar el PSOE"), ¿no han acabado por formar un cóctel indigerible para muchos votantes de sensibilidad catalanista? Y el intento de convertir las generales en un plebiscito contra los recortes del Gobierno de Artur Mas, y los arrumacos a la huelga corporativa de los médicos, y el vídeo del muerto por desatención sanitaria, ¿no han sido otros tantos bumeranes o tiros salidos por la culata?

Como quiera que sea, el mal venía de muchísimo más atrás. No me parece exagerado afirmar que el PSC, como partido y como proyecto nacionales, tocó techo de la mano de Pasqual Maragall en las elecciones catalanas del otoño de 1999, aunque no lograse alcanzar la victoria. De entonces acá, y por mucho que en el ínterin haya acumulado el máximo de poder institucional, el Partit dels Socialistes no ha hecho otra cosa que rodar pendiente abajo, impulsado por las circunstancias y por la inercia, aunque pedaleando cada vez con menos fuerza.

En este sentido, la formación del primer tripartito de izquierdas -y más todavía del segundo- no fue obra ni mérito del PSC, sino una apuesta de Esquerra Republicana cuya rentabilidad real para los socialistas aparece más que dudosa a la luz de los escrutinios de 2006 y 2010. ¿Y qué decir de la inopinada victoria en las generales de marzo de 2004, bajo el impacto emocional de las bombas de Atocha y las mentiras de Aznar? Déjenme escribirlo, sin ánimo de provocar: los ya míticos 25 diputados de 2008 fueron un espejismo, el último; una ilusión política fruto de la destreza de Pepe Zaragoza a la hora de explotar los cuatro años que el PP acababa de pasar, constituido en rehén de las teorías conspirativas y los delirios españolistas de la caverna mediática. Pero esos 25 escaños no eran el fruto de la labor de un partido pletórico, cargado de energía y proyectos, sino el botín de un aparato rutinario, burocratizado y sin alma.

Desde mediados de la pasada década como mínimo, el PSC recordaba al pollo sin cabeza que sigue volando aún decenas de metros. Pero, en el último año, el ave descabezada ha topado con la altísima pared de la crisis, y se ha estrellado tres veces sucesivas. A sus militantes y cuadros les toca sacar las conclusiones correspondientes.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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