Superficies del Raval
No es fácil describir una realidad social compleja. Y mucho menos si se hace con gafas de cristales oscuros o graduadas en contextos ajenos. Aparentemente, es más fácil analizar lo que ocurre en Pedralbes o en Les Corts que en el Raval o en Baró de Viver. Cuanto más homogéneo es un barrio, más fácil resulta el análisis. Y a pesar de ello, en cada uno de esos barrios hay mucha mierda, mucho brillo, muchos problemas y brillantes ejemplos de convivencia y solidaridad. He de reconocer que cuando se habla del Raval algo dentro de mí se activa. Es probable que a cualquiera que haya pasado los primeros veinte años de su vida en un sitio le suceda lo mismo. Y si además uno sigue vinculado a esa realidad de múltiples formas, más aún.
Todo ello viene a cuento de las abundantes noticias y crónicas que pretenden informarnos de los quebraderos que acongojan al céntrico barrio barcelonés. Un primer error es pensar que los males del Raval vienen de lo que hace o deja de hacer el Ayuntamiento. Un segundo error, más grave, es confundir lo que se ve con lo que realmente acontece. Y un tercer error, el peor, es imaginar que con dos charlas y cuatro ojeadas uno ya sabe lo que acontece y puede pontificar sobre ello. El Raval presenta los sarpullidos típicos de un espacio que se transforma sin cesar desde hace años, y que no admite recetas simplificadoras. No es un barrio ya domesticado, en el que sea más fácil encontrar Dolce & Gabbana que una botella de leche. Ni tampoco es un barrio homogéneamente hundido, a la espera de un plan de recuperación. No es un callejón sin salida, aunque los caminos a mejores destinos se hayan complicado. La encrucijada, la mezcla y la ambivalencia han sido siempre características del barrio. Benet i Jornet hablaba en Olors con ensoñación de Riera Alta 30, y yo no puedo sino rememorar mi Hospital 119, definitivamente derruido. Sigue habiendo mierda. Pero no es de las épocas peores. En otros lugares de la Barcelona más perfumada, el hedor de fondo es notable. Dicho lo cual, me apunto a mejorar lo que se pueda, atendiendo a quienes llevan tiempo en el tema, y no escuchando sólo a quienes buscan un Raval que sólo ha existido cuando imaginaron que la Rambla del Raval era el inicio de la "normalización" comprada. Más allá de las diversas superficies, los problemas del Raval son los problemas de Barcelona unos minutos antes. La fuerza del Raval puede ser la fuerza de Barcelona. Sin un Raval con futuro no hay Barcelona de futuro.
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