Bailando con robots
Mayo de 1997: el imbatible jugador de ajedrez Gary Kasparov acaba de perder un duelo a sangre contra una máquina, Deep Blue. El evento se convierte en tema de debates, que abarcan desde lo tecnológico a lo metafísico: nadie se sorprende si un coche gana al corredor más rápido del mundo, pero en este caso lo que está en juego es la inteligencia, la gran prerrogativa de los seres humanos. "Kasparov no se lo podía creer y lo único que alcanzó a decir fue: por lo menos Deep Blue no podrá exultar por su victoria". Lo relató Rodney Brooks, considerado uno de los máximos expertos planetarios en robótica e inteligencia artificial, durante la conferencia Cuerpos y máquinas, que se celebró hace unos días en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB).
Brooks es director del Computer Science and Artificial Intelligence Laboratory del MIT (Massachussets Institute of Technologies) y tiene su propia empresa, que se llama I Robot, curiosamente como el título del filme inspirado en las novelas del padre de la ciencia-ficción, Isaac Asimov. Curiosamente, digo, porque Brooks es abanderado de la robótica no cognitiva, es decir, que considera que la eficacia del comportamiento de un robot es el resultado de la acción de mecanismos sencillos que comunican poco o nada entre ellos y que no son coordinados por un sistema central de control, parecido al cerebro humano. "En los próximos 20 años habrá grandes cambios en la robótica personal. Los robots son nuestros amigos del futuro, representan hoy lo que eran los ordenadores en la década de 1970 y dentro de un par de décadas estarán por doquiera exactamente como los PC, Internet y el correo electrónico", señaló Brooks, apoyándose en un gran despliegue de cifras (especialmente vinculadas al desarrollo de las cámaras fotográficas), con las que demostró la evolución conjunta de la potencia de las máquinas y del mercado.
Sus palabras parecían empeñadas en alejar del imaginario colectivo del auditorio el conspicuo background mitológico, literario y cinematográfico con que cuentan los robots, empezando por el Golem de los judíos y Adán y Eva creados por barro inerte, pasando por el Frankenstein de Mary Shelley, hasta el niño robot de Spielberg, símbolo del factor Hollywood que tanto molesta a Brooks. "En el cine no hay imaginación, se usan los modelos del mundo de hoy", afirmó antes de empezar a proyectar las imágenes de Kismet, una de sus criaturas. Kismet es un rostro robótico antropomórfico, con grandes bulbos oculares, labios abultados y orejas puntiagudas, sospechosamente parecido a un furby, pequeño autómata para niños que tuvo cierto éxito hace unas navidades. La cara reacciona a los impulsos de su interlocutor asumiendo las expresiones de unos cuantos estados de ánimo: alegría, sorpresa, miedo, tristeza, disgusto e interés, pero no hay que entusiasmarse, porque no entiende las palabras, tan sólo reacciona al tono de voz.
Muy a su pesar, para ilustrar el estado de la inteligencia artificial y lo que la diferencia de la mente humana, Brooks tuvo que recurrer a Asimov y a sus célebres Tres Leyes de la Robótica, las que impiden a un robot hacer daño a un ser humano. "Aún no se ha logrado una comprensión tan sofisticada para que un robot pueda respetar leyes tan complejas. Entonces, ¿debemos aceptarlos o temerlos?", se preguntó Brooks. La cuestión ha sido central a lo largo de toda la historia de los robots, empezando por la novela RUR Rossum's Universal Robots, de Karel Capek, al que se debe la introducción, en 1922, de este término, del checo robota (trabajo), cuya verdadera génesis se explica en una carta escrita por el autor en 1933, en la que se inspiró 30 años después el propio Asimov. Sin embargo, no es un secreto que la tecnología robótica se desarrolló principalmente en ámbitos militares e industriales, aunque ha conseguido excelentes resultados en medicina y otras aplicaciones sociales.
Si dentro de 20 años estamos rodeados de robots, ojalá que los tecnólogos como Brooks bajen de su torre de marfil, para medirse con otras aproximaciones a la realidad. Preguntado por su opinión respecto a las experimentaciones que se llevan a cabo en ámbito artístico, Brooks fue tajante. "La cobertura mediática de estas investigaciones ha sido mucho mayor que su repercusión real. Prefiero no hablar para no insultar a nadie", dijo, borrando con una frase años de investigaciones que incluyen trabajos míticos como K-456, un robot con el nombre de un concierto para piano, creado por Nam June Paik en 1964, que resume los conceptos básicos de la creación robótica: interacción, reacción, control remoto y autonomía de comportamiento.
Arte y robótica están dando resultados extraordinarios que van desde las esculturas de ramas de vid de Kenneth Rinaldo, que utilizan cámaras, sensores de proximidad y tonos telefónicos para comunicarse entre sí e interactuar con el público, pasando por las prótesis robóticas de Marcel.lí Antúnez o Stelarc, hasta los dispositivos del Institute for Applied Autonomy, como el GraffitiWriter, un robot controlado vía Internet, mediante el cual todos pueden escribir mensajes subversivos en el suelo de las calles durante las manifestaciones.
Hay una nueva generación de artistas ingenieros, surgidos a menudo de otros departamentos de las mismas instituciones donde Brooks trabaja, que están consiguiendo expandir la aproximación científica, militar o industrial a los campos de la crítica social, las preocupaciones personales, la imaginación y la fantasía. No tenerlos en cuenta sería un gran error.
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