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El Ayuntamiento rechaza la propuesta de los hoteleros de prohibir el biquini en la calle

Comercios y restaurantes rechazan obligar al turista a vestir "con decoro"

Por mucho que disgusten a algunos hoteleros, comerciantes, restauradores o vecinos, los paseos en biquini o traje de baño por las calles de Barcelona, particularmente por zonas turísticas como La Rambla, no serán prohibidos mediante una ordenaza municipal. El Ayuntamiento de Barcelona no está por la labor de atender la sugerencia del presidente del Gremio de Hoteles de Barcelona. "Tenemos una ordenanza que regula la convivencia, con sus derechos y sus deberes. Y está dando buenos resultados. Pensamos que es un marco positivo sobre el uso del espacio público, que no requiere cambios", apuntaron ayer fuentes municipales.

El equipo de gobierno de la ciudad considera que el turismo es "un fenómeno de éxito" y está intentando hacer un diseño de futuro que canalice los inconvenientes que esta actividad pueda generar, a través del Plan Estratégico del Turismo, en fase de elaboración. Vecinos, comerciantes y gestores de bares y restaurantes sintonizan con las críticas formuladas por Clos. Pero de ahí a compartir su exigencia de que se prohíba la circulación de personas en traje de baño, va un trecho. "Estoy bastante de acuerdo con Clos, porque es evidente que esa imagen perjudica a la ciudad. Pero no sé si hay que hablar de multar. Sería mejor informar", opina Emili Sarrión, presidente de la asociación de comerciantes Barnacentre. "Veo muy difícil intentar prohibir este comportamiento. La vestimenta es importante, y Barcelona no puede ser, con todos los respetos, ni Lloret de Mar ni Salou, pero aún importan más otras cosas, como orinar en la calle o molestar con el griterío", corrobora Miquel Àngel Fraile, de la Confederación de Comercio de Catalana. Los restauradores también albergan dudas.

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"Los restauradores no estamos por la prohibición, pero sí por las recomendaciones con convicción", apunta el presidente de este gremio, Gaietà Farràs. "A los establecimientos les sugerimos que se dirijan con respeto a quienes no vistan con decoro para indicarles que pueden ofender a otras personas", añade.

Pero la propuesta de Clos sí ha obtenido la adhesión de Maria Dolors Álvarez, gerente de la Asociación de Amigos de La Rambla. "Estamos vendiendo una imagen de ciudad permisiva, de playa, y esto eclipsa que el abanico de posibilidades que ofrece Barcelona es mucho más amplio", advierte Álvarez, en nombre de una entidad que reúne a empresarios de esta arteria barcelonesa y a ciudadanos que se sienten vinculados a ella. Para Álvarez, no es un debate secundario. "Todo lo que ocurre en La Rambla tiene un efecto aplificador y afecta a toda la ciudad", dice.

Reme Gómez, de la asociación de vecinos del Barri Gòtic, opina en cambio que "los biquinis son sólo la punta del iceberg". Denuncia que Barcelona "se está conviertiendo en un lugar más de turismo de sol y playa", y critica que sólo se discute el problema cuando afecta al sector turístico, "mientras los vecinos lo sufrimos a diario", dice. Pero, a juicio de Gómez, una ordenanza no sería la solución. El Ayuntamiento ya tiene ordenanzas contra el ruido, el consumo de alcohol en la calle y la circulación de bicicletas, recuerda, "y no las hace cumplir".

Resume así un escepticismo que comparten muchas asociaciones. La mayoría señala que los turistas en bañador son una molestia que evitar en sus barrios, pero coinciden en que ese no es el problema prioritario de sus zonas. Y todos dudan de la efectividad de una ordenanza para afrontarlo.

Un ejemplo es el de Àngels Cimarro, presidenta de la Asociación de la Barceloneta, uno de los barrios con más turistas en bañador. "Somos un barrio obrero, no somos Lloret, no nos dedicamos al turismo", destaca Cimarro, que desconfía de ls efectividad de las prohibiciones. "Hay que educar, no prohibir", tercia Emília Llorca, presidenta de la Asociación de L'Òstia, también en la Barceloneta, que comparte la "molestia" de los turistas en bañador.

Pero tanto Cimarro como Llorca señalan la delincuencia y el ruido como problemas mayores. Lo mismo que Maria Mas, presidenta de la Asociación del Casc Antic. "Aquí todo el mundo campa a sus anchas", se lamenta, y señala que, junto a los del bañador, pasean turistas en bicicleta, en triciclo, en los cochecitos llamados Go Car... "Es una falta de respeto a toda hora", concluye. Pero el hábito no hace al monje, advierte. "He visto a visitantes con corbata y traje mearse en la calle".

Mientras tanto, en La Rambla, los ánimos de quienes tienen en este lugar emblemático su lugar de trabajo están divididos. Eva Salmerón, una de las muchas pajareras del paseo, se queja: "Esto es peor que un parque temático, porque en Port Aventura debes llevar camiseta". Karen Valderrama, en cambio, rompe una lanza por la libertad de ir como uno quiera. "Hay ya tantas prohibiciones que tendríamos que pedir permiso hasta para respirar", dice esta argentina que se gana la vida como estatua callejera en La Rambla desde hace 10 años.

Y muchos recuerdan que cada día se pasea por allí un hombre completamente en cueros, siguiendo la tradición de personajes excéntricos que han animado esta arteria desde siempre. "Eso ya es más problemático", dice Javi, uno de los quiosqueros del lugar. Y a las puertas del mercado de la Boqueria, el charcutero Sergió López resume lo que muchos piensan: La Rambla tiene problemas más acuciantes, entre los que se cuenta la sustitución de las tiendas de siempre por multitud de franquicias.

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