Entre pitos y flautas
Aunque ustedes me tengan completamente idealizada (cosa que entiendo), les voy a confiar un secretillo: yo también tengo mi parte mezquina. A mi santo le encantaría desarrollar este tema, pero por fortuna éste es el espacio que me cede generosamente el periódico EL PAÍS (gracias, muchas gracias) y para hablar mal de mí ya estoy yo. ¡Y que nadie se sume! Digo que tengo mi parte mezquina. La tengo, sí, y eso es bonito porque me hace humana. Mi parte mezquina consiste en que me gusta tirarme el rollo. Y puestos a confesarnos les digo otra cosa: si yo tengo mis más y mis menos con Bicoca (del Fresno) no es porque mi amiga sea clasista, del ala derecha del PP (ella dice: de los Pata Negra), pija hasta las uñas de los pies, fan de las rancheras de Bertín Osborne, simpatizante de Bush, contraria a los Acuerdos de Kioto, contraria a la limitación de mandato (de Aznar), a la condonación de la deuda del Tercer Mundo y a la prohibición de la caza de ballenas; no, para mí eso serían defectillos menores, hemos de ser tolerantes. Lo que a mí me molesta verdaderamente de Bicoca es que nada de lo que yo hago le impresiona: que yo escribo en EL PAÍS, ella lee La Razón; que el otro día en un estreno va y se acerca a saludarme el mítico Juan Imedio (momento cumbre), ella dice, a mí los famosos de la tele me chupan un pie; que le digo que un alto directivo cuyo nombre no desvelaré me ha mandado un jamón (¡ole con ole y olé!), ella dice, yo sólo como jamón de mis propios cerdos, no me fío de los cerdos extraños; que le digo que ayer me llamó Terenci Moix para decirme si yo puedo conseguirle la grabación íntegra de Betty la Fea, porque es que está enganchadísimo y comenta casi a diario con Nuria Espert (otra adicta) la crisis financiera de Ecomoda, y le digo, Bicoca, siento que dicha telenovela me está creando unos lazos de profunda amistad con la intelectualidad española y le propongo que si quiere formar parte del club, y Bicoca me dice que ella con el Club de Campo en cuestión de clubes y con Vizcaíno y Luis María en cuestión de intelectualidades, está más que sobrada. Coño, Bicoca, por Dios, sorpréndete un poquito, que yo soy alguien en España, aunque tú no lo creas, que en Chueca me quieren, que me han invitado al 25º aniversario de la Thermomix (momento cumbre), tenme un poquito de consideración, Bicoquilla. Pero ni por esas.
Total, que como sé que a la del Fresno lo que le impresiona son las aristocracias y las embajadas, la llamé a su casa para contarle que estuve cenando en casa del embajador de Japón, que me invitó personalmente (a mi santo también, pero menos) por ser amiga del hispanista japonés Norio Shimizu. Mi amigo Norio es japonés, pero parece de Jaén, yo siempre se lo digo, y es que hay un punto étnico común entre los de Jaén y los de Japón. Y háganme caso que yo soy muy fisonomista. Por cierto, que al profesor Shimizu le encanta que se lo diga porque para él Jaén es un lugar hiperexótico. Es como si a mí me dijeran que parezco de Kioto. Pues también me gustaría, la verdad. El profesor Shimizu, cada dos por tres, en la cena con el embajador, soltaba una carcajada japonesa (que parece de Jaén) y exclamaba: '¡Menudo cachondeo!'. También le gusta decir '¡Entre pitos y flautas!', aunque como los japoneses no pronuncian la letra l, Norio dice: '¡Entre pitos y frautas!'. Los de Jaén, en cambio, sí que pronuncian la l. Alguna diferencia tenían que tener.
Quería contarle a Bicoca que para ir a la Embajada de Japón me puse un quimono (como lo oyen). Yo qué sé, me dio el punto. Y el profesor Shimizu me miró y me dijo: 'Menudo cachondeo'. Y yo le dije que adonde fueres haz lo que vieres, y que a mí siempre me gusta estar acorde con las circunstancias, aunque a mi santo le pareció excesivo. Nos hicieron un sushi con pescado gallego, algo que convirtió la cena en una expresión multicultural. Al terminar, le dije a la señora embajadora si me podía llevar una de las figuritas de papiroflexia que adornaban la mesa (y que ella hace por las noches mientras ve la tele), lo que provocó otra mirada reprobatoria de mi santo, y la embajadora me dijo que sí y yo me metí en el bolso como cinco o seis, porque tengo la mano muy larga (sólo para robar, nunca en plan agresivo). Ya digo, estas cosas iba a contarle a Bicoca, pero no di con ella y me tiré a la calle porque si vas a Claudio Coello por la tarde fijo que te la encuentras paseando a Cayetano (su bulldog). La encontré. Pero a Bicoca, que a mí se me tenga en cuenta en el Lejano Oriente, le trae al fresco, ella a lo suyo: dice que está deprimida por cómo se están poniendo las cosas en el mundo. ¿En Oriente Medio?, le pregunté yo, ya culpabilizada por tener la cabeza llena de papiroflexias mientras estamos rodeados de guerras. Entonces, Bicoca, me miró de arriba abajo, típico de los del Fresno, y me dijo: '¿Habrá vida después de Jose Mari?'.
La vi tan triste, que saqué una de las bolsas que siempre llevo en el bolsillo para las pequeñas deposiciones de mi yorkshire y le dije: 'Deja, Bicoca, no te agaches', y recogí el regalito de Cayetano. Y eso sólo lo hago por las amigas, porque a mí las cacas de los perros ajenos, yo qué sé. Como que no.
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