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Reportaje:ARTE | Reportaje

El ruido del vacío

La Bienal de São Paulo propone una exposición sin obras como "metáfora de un museo imaginario". El resultado ha sido de desconcierto y ha vuelto a encender la polémica sobre la bienalización del arte ante la proliferación clónica de estos eventos, más de 200, en todo el mundo

Pocos acontecimientos artísticos han levantado tanta expectación como la 28ª Bienal de São Paulo. La gran novedad consistía en toda una planta vacía, 12.000 metros cuadrados en uno de los edificios bandera de un dios de la arquitectura modernista, Óscar Niemeyer. En las otras dos plantas, 42 artistas procedentes de 22 países muestran su obra. El día de la inauguración, el comisario de la bienal, Ivo Mesquita (Río de Janeiro, 1947), una de las personas más reputadas en el mundo del arte, se desplazaba a toda velocidad en una silla de ruedas con motor por las tres plantas del pabellón. En los rostros de los visitantes percibió que su propuesta no había sido entendida o, mejor, que él no había sabido explicarla.

"Esta nada debe de ser entendida como una petición de reflexión para meditar sobre el futuro", declara Ivo Mesquita
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El día anterior a la apertura, Mesquita explicaba que esa planta vacía era "la metáfora de un museo imaginario, una representación de la historia más reciente del arte". Rechazó frontalmente que se tratara de un truco publicitario para llamar la atención sobre la bienal y añadió: "Esta nada debe de ser entendida como una petición de reflexión sobre el papel de las bienales en general y de la creación artística en particular. Pido un poco de calma y tranquilidad para meditar sobre el futuro".

De hecho, aunque es cierto que hay obra expuesta en las otras dos plantas, el grueso de la programación es puramente teórico. Decenas de mesas redondas, lecturas y conferencias en torno al papel de la creación, seminarios y acciones artísticas sin fecha determinada. Mesquita no quería un espectáculo al uso. En lugar de contemplación pasiva, optó por la reflexión activa. Su proyecto era una bienal sin estrellas, aunque muchos de los participantes son de sobra conocidos en el circuito artístico: Sophie Calle, Marina Abramovic, Joan Jonas, Allan McCollum o Mat Mullican.

Conocidos o no, la verdad es que las zonas dedicadas a exposición tampoco tienen nada que ver con lo que los espectadores pueden encontrar en otras bienales. Aquí, todo el espacio ha sido unificado por el mobiliario diseñado por el artista colombiano Gabriel Sierra (San Juan de Nepomuceno, 1975), que ha creado en la tercera planta -donde se concentra más del 90% de la exposición- un contenedor gigantesco formado por pequeñas piezas de madera que hacen de mobiliario y separador. El resultado es que la obra individual de los artistas participantes queda neutralizada por estos muebles. Todo queda sometido a la dictadura de una especie de maqueta omnipresente. Además, las piezas expuestas carecen de cartelas explicativas. No existe el nombre del autor ni de la obra. La idea de la organización es que el espectador que tenga interés pregunte a las personas que hacen las veces de vigilantes.

El mobiliario de Sierra ha obligado a muchos artistas a modificar sus instalaciones, con el consiguiente e inevitable disgusto de muchos de ellos. Carlos Navarrete (Santiago de Chile, 1968) calificó la bienal de "feria del mueble" después de comprobar a qué había sido reducida su instalación, un homenaje a la memoria del que sólo ha quedado una vitrina en la que se muestran recortes de periódicos. De hecho, la única obra que no se ha modificado y que tiene casi tanto protagonismo como los muebles es la instalación del norteamericano Allan McCollum (Los Ángeles, 1944). La pieza de McCollum ocupa la parte central de la tercera planta con un centenar de cuadros enmarcados en madera con motivos vegetales. El primer golpe de vista ofrece una sucesión de hojas otoñales colocadas como si fueran sillas de un patio de butacas. La monotonía es el tema que este artista ha llevado a la bienal.

Y entre muebles y piezas, de repente el visitante se encuentra con lo que los organizadores llaman espacios educativos. Aquí es donde mejor se ve el objetivo del comisario de que São Paulo sea más un lugar de reflexión que una feria. Por ejemplo, se puede recordar cómo era la escritura en una máquina o ver cómo se fabrica el papel. No hay más que sentarse ante una Olivetti, darle a las teclas y llevarse el papel de recuerdo.

Son muchas las propuestas y todas en torno al vacío. Bien es cierto que las ideas externas no son bien recibidas. Hay que recordar la entrada de más de cuarenta graffiteros el domingo en que la feria se abrió al público. Casi todos eran estudiantes de Bellas Artes y a toda velocidad decoraron con sus sprays gran parte de la segunda planta del edificio. Uno de ellos fue detenido y la hazaña duró poco. Al día siguiente, los 12.000 metros cuadrados volvían a estar inmaculados.

El resultado general ha sido de desconcierto. Más que la reflexión, la bienal ha generado desagrado. En la jornada inaugural, alguien recordó que hace cinco años, en la Bienal de Dakar que Ivo Mesquita comisariaba, las obras no llegaron a tiempo por un problema de aduana. Lejos de desesperarse, el imaginativo brasileño abrió el certamen con un libro como todo objeto para contemplar. Entonces no le falló la creatividad. Esta vez no ha ocurrido lo mismo.

La 28ª Bienal de São Paulo se celebra hasta el 6 de diciembre. http://bienalsaopaulo.globo.com/.

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