Subversión sin pausa
Martha Rosler (Brooklin, Nueva York, 1942) saluda y saca una cámara de fotos. Ha inmortalizado a todos los periodistas que la han entrevistado. "Es para mi archivo personal". Sonríe con ironía, quién sabe si la imagen acabará en alguna de sus obras. Ella es, o dice ser, "subversiva". Las creaciones de esta estadounidense, considerada un referente imprescindible del arte feminista, está unida desde los años sesenta a temáticas con fuerte carga política y social, en gran parte relacionadas con la representación de la mujer en la sociedad, pero no sólo. Menuda y afable, se niega a decir su edad y es tan diferente a otros artistas neoyorquinos que incluso conseguir una cita con ella es un proceso atípico. "¿Quieres quedar la próxima semana? Imposible. Yo no sé ni dónde estaré mañana. Llámame cuando a ti te venga bien y quedamos al día siguiente". Una respuesta poco común en una ciudad donde las citas se sellan con meses de antelación.
"Que se haya demonizado la palabra feminismo no significa que el concepto que encierra haya perdido el sentido"
"El humor atraviesa tus defensas, te hace humilde y tiene la capacidad de dirigir la conversación hacia puntos diferentes"
Pero Rosler, al igual que su obra, está muy lejos de las convenciones. Tanto que pese a ser una de las artistas más respetadas de su generación, hasta los noventa no se preocupó en tener una galería o ganar dinero con sus obras. "Fue una decisión política a la que tuve que renunciar porque en los años ochenta Estados Unidos eliminó todo el sector del arte no comercial y ya no había forma de mostrar tu obra si no era en galerías o museos. Yo no quería ser una mártir o convertirme en alguien invisible. Fui forzada a entrar en el circuito".
Conversamos en su restaurante favorito, un bullicioso local de comida china en el West Village neoyorquino, horas antes de que se suba al avión que la llevará a Granada, la ciudad que acoge, en el Centro José Guerrero, una exposición que, con el título La casa, la calle, la cocina, abarca parte de su producción de los setenta, los ochenta y los noventa.
"Son obras que se centran en la representación de la mujer en la vida cotidiana, en la cocina, en la casa y en la calle, que son los espacios con los que el comisario Juan Vicente Aliaga ha decidido acotar la selección y que en cierto modo recorren toda mi obra". El nombre de Rosler no puede disociarse del concepto de arte feminista, una conexión que ella acepta sin reparos -"que se haya demonizado la palabra feminismo no significa que el concepto que encierra haya perdido el sentido"-, pero que considera acertado sólo para definir en parte su producción. Sin embargo, en esta muestra se incide particularmente en las obras que la convirtieron en un referente del arte más reivindicativo hecho por mujeres artistas que, como ella, se rebelaron en los sesenta y setenta ante el papel que su género tenía asignado en la sociedad.
Entre las obras que podrán verse en el Centro José Guerrero destacan algunos de sus clásicos, como los fotomontajes de la serie Beauty knows no pain (1966-1972), que mezclaban imágenes de cuerpos desnudos de mujer sobre neveras y objetos de cocina, subrayando la cosificación de la carne femenina, algo que en cierto modo no ha cambiado mucho, afirma: "Mira estas fotos, ¿tú crees que hemos avanzado?". Rosler saca de su bolso el diario The New York Times, cuya portada de la sección cultural está dedicada a alabar una exposición sobre la fotografía de moda. "Las fotos pueden ser bonitas estéticamente (se ven dos mujeres vestidas con ropa muy rara y con aire etéreo), pero si miras más allá de la imagen en la fotografía de moda se encuentra el máximo exponente de los clichés con los que se degrada a la mujer desde hace décadas. El estereotipo es siempre el mismo: disponibilidad sexual y narcisismo. Después del impacto que tuvo el feminismo en los setenta, creía que íbamos a haber avanzado mucho más, pero no. Aunque la culpa también es de las mujeres: mientras sigamos sometidas a la dictadura del tacón y a esa ropa incomodísima, la cosificación va a seguir ahí".
En la misma época, Rosler también realizó su polémica serie de fotomontajes Bringing the war home, una serie en la que sobre fotografías publicitarias de hogares ideales, con su correspondiente ama de casa dentro, se superponían imágenes pertenecientes a la guerra de Vietnam, mezclando así la reflexión en torno al espacio asignado a la mujer con el mensaje pacifista. Rosler, que se considera una "productora de arte", con lo que pretende la máxima divulgación de su obra, dio a conocer esta serie a través de folletos y algunos periódicos minoritarios.
En el año 2004 reinterpretó aquella serie, pero esta vez con referencias a la guerra de Irak, y en lugar de amas de casa utilizó modelos despampanantes de revista, la imagen más cotidiana en la publicidad de hoy. "Nunca pensé en volver a utilizar el fotomontaje, pero quería manifestarme contra la guerra y creo que ese lenguaje transmite muy bien el mensaje. Lo que he tratado de hacer en los últimos años ha sido precisamente contribuir a luchar contra el conflicto y conseguir un cambio de gobierno". Obama le permitirá ahora "indagar en otro tipo de conceptos".
La serie Bringing the war home, dedicada a Irak, no se mostrará en la Fundación Guerrero, pero sí en una exposición en la galería Salvador Díaz de Madrid el mes próximo. Tanto en aquélla como en la serie dedicada a Vietnam, la ironía es clave, puesto que Rosler, como buena judía neoyorquina, no puede evitar que el humor se cuele en su obra. "Es parte de mi cultura; además, la vida es divertida, siempre te lleva al límite, así que lo mejor que puedes hacer es reírte porque puedes morir en cualquier momento. El humor atraviesa tus defensas, te hace humilde y tiene la capacidad de dirigir la conversación hacia puntos diferentes".
Creció soñando con ser "criminal" y "robar bancos" porque era la única alternativa a la vida de oficinista que sus ojos de niña podían imaginarse. Pero en lugar de emular a Faye Dunaway en Bonnie and Clyde, se hizo artista, "que en los sesenta, siendo mujer, era casi como ser criminal". En aquella época, el expresionismo abstracto imperaba, y ella lo abrazó. "Pero con Andy Warhol entendí que buscar un estilo auténtico es una estupidez, que el estilo es una cuestión de elección y por eso decidí dejar la pintura. Compaginé la fotografía y el vídeo hasta que vi que los temas que yo quería explorar, que tienen mucho que ver con la representación del poder, no tenían salida a través del lienzo, así que lo abandoné".
Su obra A conversation with the parents (1977) tocaba la anorexia cuando la sociedad ni siquiera sabía lo que significaba la palabra. Era un vídeo en el que dos padres discuten sobre la muerte de su hija, pero también se hacían referencias a presos políticos en huelga de hambre. "He trabajado alrededor de la comida, la ropa y la casa porque son cosas que todos compartimos. En particular he tocado la relación de las mujeres con la comida, ya sea como consumidoras o productoras, porque es una necesidad básica que se ve transformada completamente por nuestra vida social y cultural. Es una forma de micropolítica que se puede leer como macropolítica".
En ese sentido también destaca el trabajo que realizó entre los setenta y los ochenta como respuesta a la fotografía documental neoyorquina (Walker Evans o Robert Frank), con el que denunciaba la situación de los sin casa, pero al mismo tiempo "su utilización mediática, ya que la gente que no tiene nada tampoco puede controlar la forma en que son representados por los medios de comunicación".
La crisis actual vuelve a poner de relieve tanto la casa como la alimentación, dos de los problemas que se han acuciado, particularmente en Estados Unidos, y a los que Rosler quiere volver a mirar. Pero la sacudida económica que también está sufriendo el mundo del arte probablemente obligue a muchos creadores a replantearse su lugar en el mundo, y sobre todo a preguntarse por qué o para qué escogieron el camino del arte. "Creo que sobre todo va a afectar a los jóvenes", afirma Rosler. Si ya no va a ser posible encontrar coleccionistas o inversores dispuestos a comprar de todo, quizá esos jóvenes tengan que replantearse qué les mueve a permanecer en ese universo si el dinero ya no puede ser el objetivo. Rosler, que enseña en la Rutgers University de Nueva Jersey, convive a diario con ellos y piensa que aunque pueda ser doloroso para el estómago, al menos en el puro ámbito de la creación la crisis tiene algún tinte positivo para el alma. "Los creadores de mi generación éramos más rebeldes porque era imposible ganar dinero con nuestras obras. Pero los estudiantes de arte de hoy llegan a la universidad con timidez, sienten la presión de tener que crear un producto vendible y si no lo consiguen, se sienten fracasados. Se olvidan de que el arte, en su esencia, es una ventana a la imaginación que permite tener un horizonte de sueños y que sirve para abrir una caja donde el resultado no es predecible. El dinero no importa". -
Martha Rosler. La casa, la calle, la cocina. Centro José Guerrero. Oficios, 8. Granada. Hasta el 12 de abril.
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