Arco: la ley de la exclusión
Recuerdo que hace años y en vísperas de Arco, Antonio Saura publicaba un artículo crítico y negativo sobre la feria que se avecinaba. Algunas veces me parecía que llevaba razón y otras menos. La crítica era acertada y -repito- casi siempre justa. Ni a Antonio ni a mí nos gustaba ni que se nos manipulara ni que se nos silenciara ni que nos ningunearan. En aquellos tiempos pasados se ponía en solfa el sentido y el por qué de una feria como ésta y la incursión salvaje en la misma de lo que no tiene nada que ver con el comercio del arte: la presencia cada vez más densa de todo tipo de instituciones y de publicidades autonómicas, las visitas de conferenciantes del mundo entero, la ausencia de auténticos coleccionistas, la aparición de la moda, de la gastronomía y demás parafernalias que es inútil detallar. En resumen, ese exterior no se relaciona para nada con una feria, no ya tanto de artistas y sí de marchantes y galeristas, e impide y distrae el exclusivo puro y duro comercio del arte. Así, sin hipocresías ni sonrojos y aunque algunos miren para otro lado, Arco sólo es el puro y duro comercio del arte y no debe ser otra cosa. Por supuesto no es ni la Bienal de Venecia, ni la Documenta de Kassel, ni un trampolín para promocionar a artistas españoles, como cínicamente proclamaban los organizadores en sus declaraciones, con la creación de una colección, "la colección de Arco", que dando tumbos por España todavía no se sabe dónde se encuentra, integrada únicamente por artistas extranjeros. Lo de "promocionar a emergentes artistas españoles" aún produce en mí sarcasmo y estupefacción... y ¡ay del pobre que tenga que ser promocionado!
Hasta aquí hemos llegado y vamos a ir más lejos si Dios o Lourdes Fernández no lo remedia
A veces Arco nos quita el sueño y nos pone en un estado de nervios cercano a las puertas de la UVI
Sin ir más lejos, en algunas últimas ediciones podíamos observar las patéticas exposiciones de esculturas al aire libre que se confundían con el paisaje del recinto ferial, escoltadas y protegidas por paneles indicadores y setos. Entornando los ojos, se parecían a palmeras despenachadas y secas y no quisiera recordar el espectáculo de aquel Fort Álamo propiciado por el "aquí estoy yo porque me da la gana", firmado por María de Corral. Caprichoso enclave invadiendo injustamente el terreno del pabellón número 7 con obras definitivas, definitivas obras de artistas españoles semiemergentes que distraían y robaban a las despreciables galerías carrozas no emergentes que habían pagado a son de euros contantes y sonantes su participación en la feria y que en su condición de galerías carrozas no podían competir con las diferentes comunidades autónomas impacientes de mostrar abiertamente los numerosos artistas emergentes que votan en cada una de ellas.
Insisto en que Antonio Saura fustigaba alegremente los despropósitos de la época que le tocó vivir, de la misma manera que alguien tan inteligente como Manuel Vicent en EL PAÍS deplora en cada comienzo de temporada taurina la fiesta de los toros. Los aficionados -yo entre ellos- esperamos impacientes su ineludible columna, divertida y desesperada. Mientras la escribe sabe Vicent, como la sabía el Príncipe de Salina, que espera que todo cambie para que nada cambie.
En todos los tiempos hemos gozado de Antonios Saura, de Manueles Vicent y de Eugenios Noel; en los años treinta este último era enemigo de la fiesta e impertérrito asistía desde el tendido a corridas y novilladas por el puro placer de hacerse insultar por los taurinos. Hoy día ya son más eficaces las ministras socialistas en tratar de prohibir los toros, en impedir que se rellene la bota de tinto y en arrancarnos el puro de la boca. Según don Alberto Ruiz de Samaniego, el comisario del Pabellón de España de la actual Bienal de Venecia, "es evidente en la actualidad que el mercado corrompe pero también hay que pensar en que produce sus propios efectos, como la desmaterialización de los objetos en media, a-media, multimedia, red". Me pregunto qué comunidad autónoma le habrá nombrado. No, mi querido amigo, el mercado del arte no corrompe. Lo que de verdad corrompe es esta retahíla de tonterías, de corrupción, de cinismo, de ignorancia, de injusticia, de subvenciones en la que estamos metidos. Es cierto que nunca me gustó recoger el testigo que me tendía Antonio desaparecido. En aquellos desiertos éramos dos patéticos Simones despotricando entre las dunas ante tantos desmanes y tantas desigualdades, tantas estulticias y tanta arrogancia, rodeados de licenciados Vidrieras con el estómago vacío sacando el pecho, rociando con migas sus barbas. A nadie le gusta el papel de Pepito Grillo, pero es preciso reconocer que a veces Arco nos quita el sueño y nos pone en un estado de nervios muy cercano a las puertas de la UVI, como se dice ahora.
Es desagradable truncar una cita y tengo que completar el párrafo donde don Alberto Ruiz de Samaniego evoca el mercado que corrompe y "los objetos en media, a-media, multimedia, red"; prosigue desde su seguridad filosófica afirmando que "la modificación del espacio objetual e intercambiable, sumado a la dificultad de controlar la velocidad y los derechos de reproducción, la democratización del acceso a la producción con el abaratamiento de la edición digital formularán muy pronto el cambio de relación entre creador, productor, actor, público y mercado. El arte del siglo XXI va a ser un arte sin objeto, desmaterializado. Debemos generar espacios simbólicos y productivos que favorezcan este tipo de flujos".
En 1959, cuando yo debuté en París como pintor detrás de un cuadro mío vivían tres personas: mi galerista, vendedor de la pintura, el negociante en materiales artísticos y yo. He olvidado el nombre de este simpático comerciante de la Rue du Dragon pero recuerdo que fiaba y cobraba poco a poco, pero de repente cuando yo percibía algo también se aprovechaba él. Hoy si se hicieran cálculos de la gente que vive detrás y gracias a la venta de un cuadro, se podría evaluar que serían más de cien, con la Agencia Tributaria a la cabeza. Me gustaría saber la identidad y la categoría de estos beneficiarios: conservadores, curators, organizadores de exposiciones, asesores, comisionistas, conseguidores, organizaciones varias, agentes de prensa, ayuntamientos, corporaciones, cajas, fotógrafos, restauradores, decididores... ¿para qué seguir?
Se está preparando la futura universidad internacional de curators. Parece ser que el curso académico no deberá exceder de siete u ocho meses (lenguas extranjeras serán bienvenidas). Los franceses, que en el tema de la cultura siempre están inventando algo, ya han creado en Grenoble L'École du Magasin. En esta escuela de carácter universitario se impartirán las siguientes asignaturas: critical curatorial cybermedia, curating and commissioning contemporary art, sin olvidar el curatorial training program. La directora Alice Vergara Bastiend afirma que "el curatorial es un campo de estudio que se distingue del de la obra de arte como objeto autónomo. Se entiende como una práctica interdisciplinaria y crítica". La directora del FRAC Lorraine, Béatrice Rose, no se queda a la zaga cuando nos recuerda que su papel es en principio poner ideas sobre la mesa y defenderlas con las producciones de los artistas.
Reírse del arte contemporáneo no es fácil y no tiene mucho mérito desde el episodio de Joachim Raphaël Boronali que en 1910 presenta en el Salón de los Independientes su Puesta de sol en el Adriático. Los críticos alabaron al joven artista nacido en Génova y su cuadro que algún marchante compró para venderlo a un coleccionista. En realidad lo había pintado Lolo, el burro de Frédé, el propietario del Lapin Agile. El burro estaba loco por las zanahorias y el tabaco. En el jardín del cabaret se colocó un lienzo virgen en un caballete con cuatro cubos de pintura (azul, verde, amarillo y rojo) delante. Se instaló el burro con la grupa frente a la tela, Jules Depaquit ató una brocha a la cola del animal y le presentó alternativamente las zanahorias y el tabaco. El burro no disimulaba su gozo y movía el rabo y la brocha pasaba por los cubos y por el lienzo que una vez terminado se firmó Boronali, anagrama de Aliboron apellido del asno de los cuentos. Desde aquel suceso jocoso ha pasado mucha agua bajo los puentes del Sena. No me divierte ironizar sobre este tema, al contrario, este caos colectivo me angustia, me preocupa y me da miedo.
Volvamos a la actualidad, al nuevo Arco, a lo que ha sustituido a aquella malísima gestión de Rosina Gómez Baeza y de sus potentes y temidas asesoras talibanas ya envejecidas inevitablemente porque de todos es sabido que lo que más envejece es la falsa modernidad y la seudovanguardia. Rosina luchó como pudo y sus responsabilidades tuvieron altos, pocos, y bajos, muchos. Gómez Baeza trató de hacer crecer Arco, trabajó duro y algo consiguió, sin embargo destruyó la relación con América Latina que es el continente que nos interesa, invitando a países que no tienen nada que ver con lo que verdaderamente nos une. Sabemos por ejemplo que Austria no ha producido un artista desde que se murió Oscar Kokoshka. Y, este año, la visita de Corea, de la que por supuesto Rosina Gómez Baeza no fue responsable, sirvió únicamente para festejar a su presidente rodeado de gorilas y agentes de seguridad con su soberbia característica, que con su actitud impedían trabajar a los que trabajaban creando cortapisas para entrar en los stands pagados por particulares. Para festejar a dignatarios extranjeros, en general sin interés, supongo está el servicio de protocolo del Ministerio de Asuntos Exteriores, financiado por todos los españoles.
Y ahora sería conveniente comenzar por citar y reseñar, modestamente, lo que a mí me parecen cambios sustanciales y positivos: he advertido que los espacios están mejor diseñados, nada de chill-out dibujados por arquitectos y decoradores, que aún no sé lo que quiere decir. Para reposar se aconseja un sofá delante de la televisión y cada uno en su casa y Dios en la de todos. También he advertido la decisión de consagrar más horas al puro comercio, repito por tercera vez puro y duro para que el eventual comprador se pueda manejar con más soltura y que el vendedor pueda hacer su trabajo con más comodidad y también un ligero retroceso de la presencia autonómica. Sin olvidar que el nuevo horario es más racional y más inteligente y quizás sea gracias a eso que el volumen de ventas haya aumentado. El ambiente es más serio, más propicio al comercio y menos Pasarela Cibeles, menos famoseo, menos chupadores de rueda y menos confusión entre arte, moda y gastronomía. Ya se sabe que más vale unos huevos con chorizo rodeado de trasnochadas patatas fritas del autoservicio que comparar una tortilla de patatas desestructurada con una obra de arte. Está claro que estoy hablando del pabellón 7, porque yo nunca pongo los pies en el pabellón 9. Hace años visitaba ese pabellón para ver a los Palazuelos y me retiraba rápidamente al denostado y casposo pabellón de los carrozas (Léger, Kupka, Picasso, Saura, Ernst, Millares, González, etcétera). En el último Arco, distraído me confundí de puerta y ya casi entrando en el pabellón 7 me topé con un vídeo donde aparecía la extremidad de un hombre blandiendo una manguera de gran potencia, por lo que se adivinaba de la intensidad del chorro, que a tres metros de distancia regaba a una pobre desgraciada en pelotas.
En resumidas cuentas, se trata de una feria más ordenada, con menos problemas de cuotas de audiencia, de cifras más o menos falsas de visitantes que impiden ver el bosque pero que satisfacen únicamente a los dirigentes de Ifema.
Y ahora vamos con lo que no va de ninguna manera: Arco representa en este escuálido mercado nacional más del 80% de ventas de cada una de las galerías presentes en un año. Ya se sabe que ayuntamientos, diputaciones, colecciones, cajas, museos, compran arte solamente en Arco. Y, como es lógico, solamente una sola vez al año. Es terriblemente absurdo pero también tremendamente realista para estas instituciones. Si compran una obra en septiembre, pongamos por caso, no sales en los periódicos y a lo mejor te critican, o si por el contrario compras en Arco, sí saldrás aventajado en la prensa de tu pueblo. Esto es preocupante por el miedo que genera y el poder omnipotente del jurado de admisión. Un terror que conduce a las mayores bajezas, un miedo comprensible de las galerías de no estar representadas en Arco y sobre todo de ser excluidas. Ya no eres moderno, ya no tienes derecho a pensar por tu cuenta: eso es lo que transmite el jurado omnipotente. Aunque los integrantes sean profesionales más o menos serios, generan miedo al interior de su propia profesión. La mayor parte de las galerías postulantes esperan ansiosas que un jurado integrado por sus propios pares (a veces competidores directos) los admita o los expulse. El miedo agarrota. Una galerista conocida me confesaba, y yo creía que se trataba de una broma pero iba en serio, que temía su exclusión porque había expuesto un botero. Hubiera sido lo mismo si hubiera colgado un arroyo. Además de ser insoportable es humillante.
El problema de este país es que cuanto más nebuloso es tu pasado, reaccionario y cutre, tanto más "moderno" te vuelves. Incluso Carreras Mújica de Bilbao (antes Colón XVI), una galería amiga y que yo estimo particularmente, y que antaño tuvo la generosidad de organizar dos exposiciones personales mías y que además está en el jurado de admisión, ha considerado -y no era la única- que era más moderno quitar la general moqueta gris y convertir su stand con obras serias (Chillida entre otros) en una desoladora agencia de mercancías y transporte del puerto de Maracaibo (Venezuela), sin contar con la exhibición de una obra de alguien adepto al pancartismo que sobre una sábana clavada a la pared proclama "me cago en la élite". Hasta aquí hemos llegado y vamos a ir más lejos si Dios o Lourdes Fernández no lo remedia.
Mientras que el jurado de admisión-exclusión esté compuesto de esta manera no puede haber solución. Para empezar, el voto no tiene por qué ser secreto. Te digo que te he puesto un diez pero en realidad se me fue la mano y te puse un dos. El voto debe ser público y la gente tiene que saber por qué se la admite, se la juzga o se la excluye. Son éstas unas elementales reglas de justicia. Es inútil excluir, la mayor parte de los casos, después de varios años de presencia para admitir a otras galerías sin historia y sin interés. Se admite una tal galería Sur de Montevideo, modesta, y se expulsa de mala manera a Jorge Mara, que se ha pasado la vida gastándose el dinero publicando catálogos y defendiendo a sus artistas. ¿Qué sentido tiene expulsar a Manuel Cuevas (Estampa de Madrid) para tener que admitirlo un año después? Está claro que Manuel Cuevas es independiente, culto y además editor. Y esto ya es demasiado. También y desde hace cuatro años se excluye a la galería San Carlo de Milán porque en primer lugar el propietario no es moderno, tiene barba y luego tiene el pelo entrecano y no se rapa el cráneo. A más -gran pecado- expone con regularidad al grupo Cobra, entre otros, Asger Jorn, Karel Appel, Corneille, Constant, Alechinsky y también a Rotella y a mí y este año le ha dado por organizar una exposición de Sam Francis.
Se admiten, y bastante, a galerías de courtage que ni siquiera han conocido a los artistas que venden. Se admite a Natalie Seroussi, típica referencia de este tipo de galerías. He visto alguna vez colgada en sus muros alguna obra mía y no he tenido nunca el gusto de conocer a esta señora. Y se prescinde lamentablemente de Thessa Herold, que este año traía una monográfica de Wifredo Lam y que además -pero qué importa- es una de las raras galerías francesas que ha defendido el arte español y a sus protagonistas en Francia.
¿Una posible solución? Dividir los dos pabellones, con dos jurados diferentes. Los carrozas con los carrozas y los emergentes con los de la manguera. Una galería brasileña que está en el jurado y que lo que de verdad le gusta es la manguera, dudo si podrá juzgar a una galería que expone a Wifredo Lam, a Bram Vam Velde o a Sam Francis por la sencilla razón de que a lo mejor no sabe quiénes son exactamente.
Se tiene que cambiar el jurado, mezclarlo con personas menos implicadas y se tiene que recortar su poder. Querida Lourdes, demasiados amigos integran esta cruel e inapelable corte.
Por cierto, a los sesudos oradores internacionales, críticos, organizadores, curators y otros que se les invita a actuar durante la feria de Basilea no se les permite bajo ningún concepto abrir el pico durante los horarios de venta de las obras expuestas. No faltaría más.
Y para terminar, un último apunte: estas prácticas reprobables anteriormente descritas han llevado a la fundación de una feria paralela: Art Madrid, como también la estupidez y la arrogancia de la FIAC francesa llevaron a la creación de Art Paris, feria ya afirmada que funciona casi igual que la FIAC o por el momento mejor. Para adquirir algunos artistas que no están representados en Arco porque sus galerías están prohibidas, los coleccionistas tienen que desplazarse hasta la Casa de Campo, lo que es lamentable.
Última hora: de Madrid, 24 galerías expulsadas y la galería Louis Carré & Cie, fundada en 1933 en París, en lista de espera.
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