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Reportaje:PURO TEATRO

Adiós, muchachos

Marcos Ordóñez

Cuándo duerme este hombre? En agosto, José María Pou acabó las representaciones de Su seguro servidor, Orson Welles en el Romea y a los cuatro días ya comenzaba los ensayos de El nois d'historia, la versión catalana (Joan Sellent again) de The History Boys, la premiadísima comedia de Alan Bennett, estreno absoluto en España. Pou encarna como nadie la muy británica figura del actor-mánager: protagonista, director de escena y responsable artístico del remozado Teatro Goya, que con este espectáculo inicia nueva andadura. También está resultando felizmente británico, por cierto, el comienzo de temporada en Barcelona: no es frecuente la coincidencia en cartel de dos joyas recientes como Rock'n'Roll, de Stoppard (en el Lliure), y The History Boys, que comparten humor, emoción, altura temática y diálogos suculentos.

El conflicto central está más vivo que nunca: la enseñanza como estímulo del conocimiento frente a la utilización del saber para acumular créditos

La obra de Bennett transcurre en pleno thatcherismo, en una escuela superior donde los alumnos se preparan para dar el salto a la universidad. Pou encarna al profesor Hector, un Falstaff chestertoniano que en su primera y espectacular aparición parece llegar de otra época: casco y gafas de motorista, chupa de aviador, lazo rojo. Sus clases son una continua acrobacia mental que enlaza poemas clásicos, hechos históricos, canciones y novelas olvidadas en una apasionada red de vasos comunicantes.

El fragmento final de La extraña pasajera puede conducir a una evocación de Walt Whitman, y el uso del subjuntivo francés será ilustrado con la hilarante visita a un burdel imaginario, que, ante la irrupción del director, sus listísimos cachorros convierten en un hospital de campaña durante la Gran Guerra. Naturalmente, el director detesta las excéntricas enseñanzas de Hector, y contrata al joven profesor Irwin para que, en aras del pragmatismo, conduzca cuanto antes a los alumnos hasta las verdes praderas de Oxford y Cambridge. El conflicto central de la comedia está más vivo que nunca: la enseñanza como estímulo del conocimiento frente a la utilización del saber para acumular créditos. Mientras el humanista Hector se niega a reducir el Holocausto a una mera pregunta de temario que ha de contestarse de modo "sorprendente" con tal de deslumbrar al tribunal, el sofista Irwin insiste en su metodología: "La verdad histórica es tan irrelevante en un examen como la sed en una cata de vinos".

No teman, por lo antedicho, encontrarse ante una tediosa pieza "de debate" a palo seco: pocos textos contemporáneos mezclan con tal habilidad la hondura y el entretenimiento en una estructura de escenas veloces, giros inesperados, cambios de tono, saltos en el tiempo y relatos múltiples.

Para empezar, ni Irwin es un trepador prototípico ni Hector un santito sin peana. El enfrentamiento entre ambos está contrapuntado, como en una perfecta novela de college, por los amoríos e iniciaciones de los chavales, perfectamente dibujados, por las intrigas del director a partir de la revelación de un secreto a voces, y por las observaciones de la sabia e irónica Mrs. Lintott, la profesora de historia. No era cosa fácil montar una obra tan compleja como ésta, ni conjuntar un reparto de doce intérpretes, pero José María Pou ha conseguido una dirección fluidísima, muy cercana a la manera de Declan Donnellan, interconectando las secuencias, con los actores siempre presentes en escena, y, sobre todo, creando nuevas miradas, como el espléndido momento en que Hector contempla una escena entre los alumnos Posner y Dakin como si fuera un eco de su propio pasado. Hay que alabar, igualmente, la escenografía de Paco Azorín, que unifica múltiples espacios, enmarcados por muros de ladrillo, ventanas ojivales y vidrieras, y la luz dorada, casi arcádica, de Pep Gàmiz, contrastando con el mural del fondo, atiborrado de imágenes de los Clash y carteles de viejas películas. Pou vuelve a dar otra lección de sabiduría actoral y ofrece, para mi gusto, un Hector más completo que el de Richard Griffiths en su estreno inglés: un oso bipolar, hiperbólico y de facundia contagiosa en la primera parte, entre Michel Simon y James Robertson-Justice; un animal desnortado y amargo, casi un personaje de Rattigan, en la segunda. Es requisito indispensable de la función que los ocho alumnos estén interpretados por actores adolescentes. Aquí funcionan muy bien como grupo, pero individualmente no todos brillan al mismo nivel.

Nao Albet es un estupendo, fragilísimo Posner, con dos grandes momentos: cuando convierte Bewitched en su llamada judía de amor, y en el mano a mano con Hector, los dos unidos en torno al poema Drummer Hodge de Hardy, hermosísimo colofón del primer acto. Destacaría, igualmente, la naturalidad de Javier Beltrán (Rudge) y Jaume Ulled (Lockwood), y la viveza de Ferran Vilajosana (Timms), que además toca el piano de maravilla. Jordi Andújar es un Irwin que pisa fuerte, pero hay escaso voltaje erótico (por ambas partes) en sus escenas con Alberto Díaz, que aún no ha atrapado el difícil personaje de Dakin, el seductor de la clase. Tampoco me parece del todo adecuada la excesiva bonhomía con que Maife Gil rebaja la acidez de la profesora Lintott, aunque está inmejorable en la escena final, al evocar los destinos de los ocho alumnos. Josep Minguell, felizmente de vuelta a la escena, ha de pechar con el incómodo rol del mezquino director, que sirve con enorme eficacia aunque, para mi gusto, con una innecesaria punta de caricatura. Para no ponerse en tres horas, Pou ha podado alguna escena del futuro de Irwin y, a cambio, ha introducido nuevas canciones, como el jubiloso medley de Brush Up Your Shakespeare / Make Them Laugh que abre el segundo acto. Hablando de canciones, hay que citar la culminante Bye Bye Blackbird, que los muchachos eligen para recordar a Hector. Es el momento más emotivo de la comedia: el adiós a un pájaro raro en vías de extinción y a una forma de enseñanza que también puede desaparecer para siempre a no ser que, como nos insta Bennett, alguien recoja y pase el testigo de su legado.

El nois d'historia, de Alan Bennett. Traducción de Joan Sellent. Dirección de José María Pou. Teatro Goya. Barcelona. www.teatregoya.cat/

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Escena de El nois d'historia, de Alan Bennett, dirigida y protagonizada por José María Pou (a la derecha).DAVID RUANO

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