Una vida rodeada de bichos
Llegó sola a la región de Daraina, la tierra de los sakalavas. Un lugar remoto del norte de Madagascar. Era la avanzadilla de una expedición que quería estudiar a un ignoto mono llamado sifaka de corona dorada.
Era un mundo lejano, primitivo, y pobre.
-En época de sequía, cogías medio cubito de agua del pozo, buscabas un rincón privado en el bosque y te lavabas todo, la cabeza, el cuerpo. Allí no hay baños. Si preguntabas por el servicio, te señalaban el bosque y decían: a la nature, a la nature.
Astrid Vargas Gómez-Urrutia no hablaba malgache y sólo chapurreaba un poco de francés. Suficiente para entender que la nature era la naturaleza. Virgen y viva. Algo que había deseado conocer desde que tenía seis años.
"Llevaba animales heridos a casa y mi madre me decía: si lo curas, te lo quedas"
"Los niños deben ir al campo, ver los peces en el río, tener experiencias propias"
Hablar con la directora del Programa de conservación del lince ibérico es recorrer con la imaginación un variopinto mundo salvaje poblado de exóticos animales. Turones, titís, visones, focas, tigres, pingüinos, osos... Y linces.
Soleada y fría mañana de invierno. Centro de Cría en Cautividad El Acebuche, Parque Nacional de Doñana. En un modesto edificio de una planta, una joven observa una docena de pantallas. Registra cada movimiento de los linces. La directora, Astrid Vargas, ilustra al visitante:
-Es la época del apareamiento. Se produce una vez al año y dura poco más de un mes.
En los cercados próximos hay nueve hembras reproductoras. Brisa y Sally entre ellas. Ya se han producido las primeras cópulas. La llegada de Astrid a la dirección del programa, en 2003, dio un impulso imparable a la recuperación de este felino en peligro de extinción. Tentada estuvo a punto de no aceptar el puesto: estaba embarazada y quería dedicarse de lleno a su hijo, "mi mejor cachorro".
Hoy, hay 56 linces reproductores en cautividad en los tres centros en los que se desarrolla el programa. Fuera, correteando en libertad por Doñana, hay otro medio centenar de linces. Y más de 200 en Sierra Morena.
Antes de aterrizar en este privilegiado paraje, Astrid ha recorrido buena parte de tres continentes: América, Asia y África.
Su primer viaje lo hizo en 1967. Fue el más triste. Tenía dos años. El avión llevaba a la familia Vargas de San Juan de Puerto Rico a Madrid. El padre, Nicolás, había sufrido un gravísimo accidente.
Años antes, cuando estudiaba psiquiatría en Madrid, había conocido a una joven navarra, estudiante de Comercio. Se casaron y se instalaron en la isla caribeña. Tenían seis hijos cuando decidieron construir "la casa de sus sueños" en Río Piedras, cerca de San Juan.
Pero el sueño se frustró una noche cuando cayó de la escalera nueva. "Se abrió el cráneo desde el arco cigomático hasta el occipital". Astrid marca una línea que va desde el ojo derecho a la parte posterior del cráneo. Quedó inútil total. Con la edad mental de un niño de dos años. La madre decidió regresar a España con toda la prole.
Dos libros y un pasaporte iban a marcar el rumbo vital de la más pequeña de la familia Vargas, Astrid. El primero, Las maravillas de la jungla, se lo regalaron cuando tenía seis años. "Era un libro con fotos de animales, el jaguar, la anaconda. Me fascinaba mirarlos".
Mirarlos, acariciarlos y curarlos. En su casa había perros y gatos y ella recogía algunos más en la calle. Sus hermanas protestaban porque, alguna vez, la pequeña llevó un "gato tiñoso". Su madre se ponía de su lado: "Si lo curas, te lo puedes quedar".
El segundo libro, Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell. El escritor británico también recogía todo tipo de bichos de niño en la isla griega de Corfú. "Aquel libro afianzó mi vocación: trabajar en el campo con especies silvestres, no en una clínica". Había estudiado veterinaria y trabajado durante toda la carrera en una clínica veterinaria, pero solo como un paso para trabajar en la nature.
El pasaporte como ciudadana de los Estados Unidos resultó crucial. Al terminar Veterinaria, se plantó en Washington DC. Tenía 23 años. Quería estudiar Biología de la Conservación, una especialidad inexistente en España.
Había echado una solicitud para trabajar como ayudante en el Parque Zoológico Nacional de Virginia. La aceptaron. Trabajó en la reproducción de los ciervos y en los cambios hormonales del turón siberiano, el tití leonado y varios tipos de osos.
Un buen día, "apareció un investigador que acaba de hacer una tesis sobre el turón de patas negras y quería desarrollar un proyecto de reintroducción". La fortuna le colocaba ante el animal que la iba a catapultar como una de las mejores especialistas del mundo en recuperación de especies en peligro de extinción.
Consiguió una beca para doctorarse en la Universidad de Wyoming y seguir de cerca el proyecto del turón. Un animal considerado sagrado por los indios, de los que a finales de los ochenta apenas si quedaba una docena. Hoy hay más de 6.000.
Al terminar el doctorado, en 1994, Astrid quiso iniciar nuevas aventuras. El turón ya estaba salvado. Tenía ofertas para estudiar el panda en China o zorros en Chile.
-Había cumplido en Wyoming. Aquella no era mi cultura. Me sentía muy latina. Me encantaba la fiesta, la salsa...
Tanto le gustaba que inventó un nuevo baile, el cowboy salsa. "Mi pareja, Ricky, ponía el swing y yo la salsa, pues a mí se me van las caderas".
Le ofrecieron dirigir el proyecto y se quedó cinco años más. "Yo era una chicana de 29 añitos y muchos se echaron las manos a la cabeza". Pero el jefe tenía plena confianza en ella. Astrid no le defraudó y hoy la espectacular recuperación del turón de pata negra es ejemplo en todo el globo.
Un globo en el que había otros muchos animales que la esperaban. De Siberia a Bolivia, de Texas a Perú. O Madagascar. Allí encontró, en el año 2000, otro bicho raro que estudiar, el sifaka de corona dorada. Tres años más tarde, el lince, en Doñana. ¿El próximo? No sabe.
Pero seguro que será alguna especie desvalida en plena naturaleza. En la nature, en la nature, como le diría un sakalava.
"El lince es el abanderado"
Le gustan los animales, pero no los zoos. Aún recuerda el sufrimiento del pobre elefante Perico, en la Casa de Ferias del Retiro de Madrid. O los osos asfixiados en las jaulas bajo el calor de la meseta.
- ¡Qué horror! A los animales hay que mantenerlos con dignidad, en zoos más amplios y naturalizados.
Los zoológicos pueden cumplir un papel fundamental en la educación de niños y adultos. "Un buen zoo en Andalucía con fauna ibérica, lobos, osos, nos serviría para explicar los problemas de la conservación de la naturaleza", dice Astrid Vargas.
No rechaza las películas de dibujos animales, pero cree que los niños "deben salir al campo, ir a los ríos, ver cómo se mueven los peces; que tengan experiencias propias".
¿Entiende el andaluz que se gasten importantes cantidades de dinero en la conservación de especies como el lince?
- El lince es el abanderado. Lo que realmente queremos conservar es el monte y el matorral mediterráneo. ¡Y qué mejor que hacerlo con un bicho tan espectacular como el lince, porque con un topillo no lo logramos!
Además, ¿cuánto es mucho dinero?, se pregunta. El programa que ella dirige de cría del lince en cautividad tiene un presupuesto de 235.000 euros para este año. El programa Life, para el desarrollo del lince en libertad, cuenta con 26 millones de euros para cinco años. "Mucho menos de lo que cuesta hacer una película que en poco tiempo pasa de moda", sostiene Astrid.
Por ello, es clave que la gente que vive en las proximidades en las que se desarrollan estos programas proteja el ecosistema mediterráneo, considerado como uno de los puntos calientes de diversidad del planeta. "Que sientan que tienen una joya cerca, el lince. El animal más fascinante de cuantos he conocido".
Y ha conocido muchos.
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