Otra torre de la discordia...
La torre Cajasol está encontrando una oposición que obliga a la reflexión. Sevilla cuenta con una ciudadanía implicada en la protección de su patrimonio, mas se ha de valorar a la vez a quienes, estando a favor, no precisan movilizarse por un edificio en construcción.
Es un debate ya clásico: el patrimonio arquitectónico frente a las construcciones modernas, con la colisión público-privado de fondo. Aún en el siglo XXI, los cambios provocan sentimientos de duda: "Lo nuevo siempre es más débil que la repetición de lo siempre igual", decía Adorno.
Muchos proyectos discutidos han pasado a ser parte de ese patrimonio que se quería proteger. Tanto Haussman como Cerdá generaron polémica, pero sus transformaciones de París y Barcelona son indiscutibles hoy. La mismísima Torre Eiffel sumó la férrea oposición de intelectuales y artistas, liderados por Valery: "Esta Torre Eiffel, que ni siquiera la comercial América querría es, no lo dudéis, la deshonra de Paris".
Hay ejemplos muy recientes de polémicas prontamente apagadas para consolidarse en hitos. De ellas queda el leve recuerdo de sus jocosos apodos: la torre Agbar en Barcelona (el supositorio), la Swiss Re de Londres (el pepinillo), el metro de Bilbao (los fosteritos), la ampliación del Prado (el cubo de Moneo) o la del Louvre (la pirámide del faraón Mitterand).
Son las torres las que se llevan la palma, ya que con su presencia pueden alterar el perfil de la ciudad. Tal vez por ello, quienes discuten esta torre inciden en su impacto visual sobre Sevilla. No es un debate de gustos, sino de modelo, escala y ubicación; resultaría difícil cuestionar la calidad de un proyecto nacido de un concurso internacional entre prestigiosos arquitectos. Su ganador, César Pelli, es mundialmente reconocido por sus edificios en altura (Torres Petronas de Kuala Lumpur o el World Financial Center de Nueva York) y ha dejado su sello también en Madrid y Bilbao. Alejado de distracciones escultóricas, su proyecto, sencillo y elegante, se centra en la sostenibilidad y las nuevas tecnologías.
Se critican también aspectos económicos o el impacto en la movilidad urbana, ambos argumentos discutibles: si la construcción de la torre se detuviese, esto supondría un descalabro económico para la ciudad, tanto por la pérdida de revitalización económica que representa, como por los futuros puestos de trabajo que la obra, el edificio y su zona comercial adyacente generarán (indemnizaciones aparte). Respecto a la movilidad, las tipologías verticales y la densificación de la ciudad acaban favoreciendo la cultura del transporte público, que los modelos dispersos y horizontales dificultan. Una construcción similar en un "parque empresarial" disperso conlleva un aumento del tráfico privado.
En cualquier caso, la cuestión central es el riesgo de que la torre afecte a la consideración que la Unesco (una delegación visita estos días Sevilla) tiene sobre el patrimonio sevillano. Es un riesgo lejano, no sólo porque la protección se ciñe al conjunto Catedral-Alcázar-Archivo de Indias o porque dista 1,7 kilómetros de la Giralda, sino porque la Unesco tiene entre sus fines tanto la protección del patrimonio como la modernización y el progreso de las naciones, lo que requiere un equilibrio entre protección y promoción. Parece que necesitamos ahora algo más de lo segundo. Los expertos sabrán valorar, como tantos ciudadanos, los beneficios para la ciudad: la dinamización económica, la creación de empleo y, sobre todo, la revitalización de una parte de Sevilla que acumula ya demasiados fracasos urbanísticos. La Isla de la Cartuja necesita consolidar una identidad propia que se extinguió con la clausura de la Expo 92. Paradójicamente, se ganó un AVE extraordinario pero se "perdió el tren" de la arquitectura contemporánea, al que ciudades como Bilbao o Barcelona supieron subirse con mayor acierto. En palabras del arquitecto romano Coppari sobre su ciudad: "Somos una ciudad esclavizada por su pasado, tan aferrada a ser el hogar del arte y de la cultura que no nos damos cuenta de que en realidad es estática y rehén de políticos e intelectuales que hablan pero no hacen nada. Si Roma continúa de este modo, se convertirá en una hermosa necrópolis, pero sin duda no será una ciudad moderna".
Decía Octavio Paz que "la arquitectura es un testigo insobornable de la historia". Dejemos una vez más que el tiempo sea el juez de este debate.
Julio Touza es arquitecto, urbanista, profesor de arquitectura y dirige desde hace 35 años el estudio Touza Arquitectos.
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