Aquellos cronistas de Doñana
El CSIC crea un registro en Internet con los cuadernos de campo del parque
Por una cama y algo de comer, Vigo Ree (1950, Nordre Osen) ha dejado para la posteridad algunos de los dibujos más bonitos del Parque Natural de Doñana. Cuando era estudiante veinteañero de Bellas Artes, este noruego pasó allí un año, de 1971 a 1972, como voluntario. Mientras anillaba aves, le encargaron que hiciese un cuaderno de campo, que escribió en inglés. Y junto a las anotaciones técnicas, estampó sus ilustraciones de la reserva protegida.
Su testimonio, traducido al castellano, ha sido seleccionado entre los más de 200 diarios escritos desde 1952, para integrar la primera base datos del parque (www.cuadernosdedoñana.es). Un registro, para consulta de la comunidad científica, que ha publicado la Estación Biológica de Doñana, dependiente del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Un ornitólogo asume que estos diarios "están condenados a morir"
Ree, hoy un concienciado pintor naturalista, se enteró por Internet de que su librillo, junto a otros seis, iba a estar disponible en la web. Y contactó con el biólogo Juan Calderón, director del proyecto en el que se han digitalizado las obras. Visitó Sevilla y recordaron viejos tiempos. Calderón le conoció aquel año porque, aunque empezó a trabajar en Doñana en 1973, hizo una excursión al parque dos años antes, cuando Vigo era voluntario.
Considera que el cuaderno del noruego es uno de los documentos más completos que existen. "Antes los naturalistas eran buenos dibujantes, pero los últimos se hacen así". Así significa con la cámara digital. Hoy solo quedan tres o cuatro que tiren de papel para describir las más de 100.000 hectáreas de Doñana.
Entre estos, el ornitólogo Luis García, que ha escrito 39 cuadernos. Uno por año desde 1972. Y está elaborando otro. Pero es un científico en extinción.
Hace 50 años, los guardas, medio obligados, empezaron a escribir en hojas sueltas. Tenían que rellenar una serie de epígrafes, pero los utilizaban poco. Su caligrafía era mala, no se preocupaban por que fuesen documentos legibles, pero dejaron un importante material histórico. Entonces al pato colorao le llamaban claudio; a la focha, gallareta; al calamón, gallo azul, y el águila imperial era simplemente el águila. También había muchísimas culebras de río, antes de que se las zampase el cangrejo rojo americano. Y en aquella época, la pequeña cerceta pardilla era un pato que abundaba.
A mediados de los sesenta, llegaron los voluntarios. Biólogos franceses e ingleses que se trajo Luc Hoffman, el naturalista suizo que fundó el Parque Nacional de Doñana. Gente que, como Vigo Ree, elevaron la entidad científica de los cuadernos. Estas son las cosas por las que los diarios de los guardas cobran hoy especial valor: poder comparar datos actuales para saber qué especie se conserva, cuál se ha extinguido o incluso recuperado. Un anárquico trabajo de observación que se pega. El ornitólogo Héctor Garrido conoció a Luis García, conocido como El anillador, a los 14 años. Y cuando, en 1996, entró a trabajar en la Estación Biológica, ya llevaba tiempo anotando en papel las especies que se encontraba. Llegó a dibujar a trompicones a lomos de su caballo. Pero ya no escribe. Lo asume con normalidad. "Los cuadernos de campo están condenados a morir".
Su compañero Fernando Ibáñez también los ha abandonado. Pero no sin cierta morriña. "Eramos cronistas", afirma convencido ante su obra, que se conserva en una antigua capilla (hoy biblioteca) de la sede del CSIC en Doñana. La agenda PDA será la sustituta de unos diarios que antaño fueron escritos por una treintena de autores.
Al menos, sus trabajos han sido digitalizados junto con las páginas originales que se visualizan en PDF. Tanto los cuadernos de Ibáñez, que encuadernaba folios; como los de Garrido, que usaba libretas de hule; como los de El anillador, que aún hoy usa cuadernos de actas.
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