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Columna
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La asignatura

Lo primero en que he reparado al repasar los manuales de Educación para la Ciudadanía, que me ha caído en suerte en la lotería docente de principios de este curso, es que la gran mayoría de sus contenidos no aporta nada de novedoso. El desarrollo de las capacidades personales, el aprendizaje y adquisición de las aptitudes que nos facilitan la convivencia con los vecinos, el respeto a las minorías forman parte del currículo transversal del alumno desde que se instauró la LOGSE, y más concretamente de una asignatura de la que llevo examinando a los adolescentes casi 10 años y que luce el título tonante y ambiguo de Vida Moral y Reflexión Ética. Muchos padres no se han enterado todavía de que esta Vida Moral resulta obligatoria para todos los alumnos matriculados en el cuarto curso de Secundaria, de que no sirve de alternativa a la instrucción católica ni a ninguna otra religión revelada y de que también en ella, según el criterio del cuerpo de docentes, se abordan cuestiones indigestas como la conveniencia del aborto para quien no muestra demasiado apego por la familia numerosa o el derecho del homosexual a subirse al mismo ascensor de la persona que asiste a misa todos los domingos. Pero mientras en dicha asignatura estos temas se hallan abordados de un modo oblicuo, problemático, que invita a reflexionar al estudiante sobre los puntos de vista en conflicto para hacerle decantarse razonadamente por uno de ellos, los libros de texto de Ciudadanía revelan cierta tendencia incómoda al paternalismo, al adoctrinamiento, al establecimiento de preceptos y leyes que conservan ese olor a librería vieja y matadero de los catecismos de posguerra. Confieso que la nueva materia no me entusiasma, aunque por motivos diferentes a los de los obispos; no soy amigo de las homilías ni mucho menos de predicar con el ejemplo, así que aún no sé cómo encarnaré el papel de guía espiritual que la Consejería de Educación considera preceptivo para el empeño.

Por lo que sé, el número de familias que pretenden presentar objeción de conciencia a la asignatura no alcanza el centenar en Andalucía. Resulta sorprendente descubrir a estas alturas que en la mayoría de los casos el rechazo viene respaldado por la Iglesia, si excluimos a esos elementos díscolos de la curia que han comenzado a congraciarse con el demonio; y no porque los obispos no tengan razón al ver amenazados algunos de los principios que les prestan sustento y siguen suministrándoles abonados, sino porque nadie puede explicar qué hacen estos señores aconsejándose o atreviéndose a vetar lo que debe impartirse en las escuelas del Estado. Ninguna secta religiosa se sentirá cómoda sabiendo que en las aulas los adolescentes aprenden que la razón se encuentra por encima de las pasiones, por mucho que se presenten entre nubes de incienso, o que el diálogo y la inteligencia despierta aportan más felicidad y progreso a los seres humanos que la confianza fanática en un dios que premia o castiga a su buen entender. Los púlpitos mirarán de reojo al profesor que defiende que todas las opiniones y valores vitales son indiferentes, que no los hay mejores ni peores ni de diamante o barro siempre y cuando respeten las de todos los otros, que pueden resultar tan absurdas o preciosas como las propias. Aprender significa hacerse cargo de que el barrio de uno no es el más bonito de la Tierra, de que el cerebro de uno no posee el monopolio de la certeza, de que el dios de uno no detenta la llave de la salvación: como los concesionarios y las fábricas de azulejos, también los infiernos y los paraísos muestran gamas de colores entre las que elegir. Es deber del Estado democrático hacer conocer al ciudadano las opciones de que dispone e invitarle a decidirse por una de ellas dependiendo de sus necesidades. Por eso no entiendo por qué se tolera la injerencia de una de dichas sectas en el concierto educativo, la competencia desleal de una de las firmas en litigio que persigue arrimar el ascua a su sardina y arramblar con toda la clientela del mercado espiritual. Ser un ciudadano aceptable consiste en saber vivir, en dejar vivir; lo que cada uno haga después de su muerte ya pertenece a la esfera de lo privado.

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