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Columna
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Racismo religioso

La semana pasada conocí a Fréderic Kanouté. No soy aficionado al fútbol, pero estoy al corriente de la gran clase de este jugador del Sevilla. Y si sus cualidades futbolísticas son encomiables, no lo son menos las humanas.

Kanouté acudió al programa El Meridiano a contarle a Mabel Mata que el próximo día 22 de diciembre tendrá lugar el segundo partido de fútbol de la Champions for Africa en el Bernabeu, con estrellas africanas y españolas. El primero se celebró el pasado año en Sevilla. La recaudación se destinará al programa Escuelas para África de Unicef y a la construcción de La Ciudad de los Niños que Fréderic Kanouté construye en Mali.

Kanouté es un tipo espigado, educado y atractivo. Es también un creyente musulmán, "una religión de paz", dijo en Canal Sur Televisión. Al futbolista se le veía dolido, aunque no irritado, cuando se le preguntaba sobre la injusta asociación entre musulmán y terrorista. Tres cooperantes catalanes acababan de ser secuestrados en Mauritania por una grupo de Al Qaeda y se dirigían a refugiarse en Mali, la tierra que Kanouté lleva en su corazón.

El odio que destila este terrorismo islamista radical contra el mundo occidental le es devuelto con el rechazo hacia todo lo musulmán en esas sociedades desarrolladas. Aunque, en realidad, muchos utilizan la amenaza terrorista de una minoría para camuflar su racismo físico y religioso contra la totalidad de creyentes.

Nacido en Francia, de padre maliense, Kanouté creció "en un ambiente con dos culturas", donde ambas se respetaban. Por eso, dijo no entender "a la gente que no acepta a otro por tener una piel o una religión diferente".

Aunque a él se le acepta. Claro. Kanouté es un triunfador, un deportista de elite, es rico. Todo el mundo querría tenerlo como vecino, aunque sea musulmán. Pero, ¿qué pasa con los otros musulmanes que ni son ricos ni famosos?

En España hay 1.300.000 musulmanes, de los que 206.000 se encuentran en Andalucía. La mayor parte son inmigrantes. Según el Observatorio Andalusí, organismo de la Unión de Comunidades Islámicas de España, el 76% de los musulmanes perciben ese rechazo. Dos de cada tres españoles recelan de los musulmanes. Casi nadie quiere tenerlos cerca y los vecinos se movilizan cuando intentan abrir una mezquita.

Lo sufren los musulmanes sevillanos. Llevan cinco años esperando a que el Ayuntamiento, gobernado por la izquierda, tenga las agallas suficientes para autorizarles levantar un templo. Por cierto: Kanouté puso el medio millón de euros, hace ahora dos años, para la compra del oratorio de la Comunidad Islámica de Sevilla cuando se cumplió el contrato de alquiler y no se le renovaba. Sus hermanos en la fe pudieron seguir celebrando culto mientras esperaban, ¿inútilmente?, el permiso definitivo para construir un verdadero templo, con minarete incluido. Algo que los suizos acaban de rechazar en referéndum, aunque aceptan que se ingresen en sus bancos los petrodólares de los ricos jeques. El dinero no tiene credo.

Claro que el proyecto de alminar sevillano ha sido sensiblemente reducido. El consistorio ha rebajado sus ocho plantas iniciales a tres. Eso sí, permite el disparate de una torre de 178 metros de altura: pertenece a una entidad financiera.

Vivimos en una sociedad farisea. Aceptamos al diferente si es rico y millonario, aunque sea negro y musulmán. Todos los demás nos estorban. Defendemos a capa y espada el crucifijo en las escuelas públicas, pero rechazamos el velo musulmán. Condenamos la poligamia que se practica en el mundo árabe, pero forzamos a las inmigrantes africanas a prostituirse y consentimos a los curas pedófilos.

En resumen: si se acerca a nuestro barrio un barbudo musulmán, sacamos a los cruzados a la calle. Pero aplaudimos a ese musulmán si es rico, famoso y además mete goles en el Sevilla.

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