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Columna
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Campanas de Jaén

Mucho antes de que se cambiaran los templos por los bancos y antes de que el reloj y la electricidad sustituyeran a la luz del día, el ruido era el medio para congregar a la comunidad. Sólo con la industrialización y optimización del tiempo para el trabajo empezaron a repicar a todas horas. Antes el tiempo no estaba tan lleno de compromisos y la agenda sólo era lo que siempre había sido: un invento del diablo.

Una comunidad tiene sus límites en quienes escuchan el mismo ruido. La función social de las campanas es la misma que la del mu?adhdini: emplazar a la gente. Más lejos llegaba el son de las campanas, más grande era la comunidad. Más alcanzaba la voz que llamaba desde el minarete, más personas pertenecerían a la misma comunidad. Los pueblos se situaban en torno a una parroquia y la frontera era la de otras campanas y otros sonidos. Las campanas de una catedral no son más grandes porque quieren ser más divinas, sino porque quieren atraer a un mayor número de fieles. Las campanas tienen suficiente riqueza de escándalos como para diferenciar los motivos de su convocatoria. Enuncian que alguien entra a formar parte de la comunidad, que cambia de estatus o que se cambia de barrio, si es que hay más de uno.

En los monasterios de clausura también hay campanas. Llaman a desayunar, a la oración, a hacer pastelillos o a dormir en gloria bendita. Los decibelios que emiten estas campanas no se fundamentan en que las monjas estén sordas. Más bien cantan que estas ejemplares señoras están trabajando por nuestras almas y de camino por las suyas. Es una forma de publicidad exacta a las campañas de bancos y cajas. Una campanada de un monasterio de clausura no es diferente de una valla publicitaria en la A-92, sea la de un banco, la del toro indultado o cualquier otra. Antes no había demasiados problemas: todos los ciudadanos formaban parte de una misma comunidad. Sus miembros tenían derechos que otros no podían tener. Pero ahora es diferente, porque ya no hay ciudades compuestas por una sola comunidad pero sí ciudadanos con los mismos derechos, independientemente de la comunidad a la que pertenezcan. La religión es ahora un asunto privado que se lanza al mercado como cualquier otro producto. Elegimos nuestras creencias como elegimos a nuestro detergente: es una cuestión de gustos o de fe.

Las campanas dicen "nosotras somos Jaén" que es lo mismo que decir "el pueblo soy yo" y a callar. La Iglesia con sus campanas proclama que ella estaba allí antes de que nadie llegara, antes de que ningún vecino se instalara. Si estuviéramos hablando de un mu?adhdini otro gallo cantaría, esto es seguro. Porque aún hablamos de religiones oficiales y de sectas, cuando la única diferencia entre ellas es su relevancia en los espacios publicitarios. Pero en fin, todo esto viene a propósito de una noticia de actualidad: ¿qué pensar de la polémica de las campanas de Jaén? ¿Qué es más sagrado, el bienestar de un vecino que después de quedarse sordo y ganar en los tribunales no perder la poca audición que le resta o el sonido que identifica a unos ciudadanos con el territorio? Hay varias alternativas.

Los que tienen por más sagradas a las campanas, pueden elegir la muy cristiana costumbre de hacer la vida imposible al vecino. Otra segunda posibilidad sería que el vecino comience a querellarse contra otras instituciones o grupos. Con su promotor inmobiliario, por ejemplo. Incluso con el Ayuntamiento, que le atenderá con la usual diligencia de todo organismo público. Una tercera opción sería que las campanas se toquen por vía telemática. Quizás sea hora de que la iglesia empiece a modernizar su marketing. El usuario podría abonarse a un servicio SMS y recibir en su móvil cuándo le toca ir a misa. Otras instituciones religiosas, como la prensa deportiva, ya ofrecen este servicio: "Celebra todos los goles de tu equipo en tu móvil". También las compañías telefónicas utilizan esta estrategia, y con una agresividad que ríase de cualquier campanario. La última opción es que la Iglesia asuma que su empresa ya no es lo que era y reduzca su oferta espiritual al ámbito privado.

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