Zahir Shah, ex rey de Afganistán
Regresó al país en 2002, después de tres décadas de exilio, para colaborar en la reconstrucción de la democracia
Mohamed Zahir Shah, el último rey de Afganistán, murió ayer a los 92 años. Zahir Shah puso fin la monarquía cuando en 1973 abdicó tras el golpe de Estado de su primo y primer ministro, Mohamed Daud, que instauró la República.
Se encontraba en Roma para recibir tratamiento médico y allí se exilió. No obstante, aceptó volver después de que Estados Unidos derribara al régimen talibán en represalia por los atentados del 11-S y se convirtió en símbolo de la unidad nacional. "Me ha producido una gran emoción ver a los afganos ante las urnas", declaró hace dos años a EL PAÍS en una de las últimas entrevistas que concedió a un medio de comunicación.
El rey afgano, un pastún de la tribu de los Durani, sabía que no volvería a reinar. Tampoco lo pretendía. "Ya no se puede gobernar como antes, el pueblo es el que debe decidir", reconocía entonces con voz frágil, pero en un exquisito francés, en el palacio real del Arg. Su regreso a Kabul en la primavera de 2002 fue sobre todo un acto patriótico, un gesto para ayudar a unificar un país fracturado por las tres décadas de guerras ininterrumpidas que desencadenó el golpe de Daud, la posterior invasión soviética y el subsiguiente conflicto civil.
De ahí que sus 40 años de mandato se recordaran después como los más pacíficos y estables de la historia de Afganistán, aunque para sus críticos fue un monarca ineficaz. Zahir Shah subió al trono en 1933 con apenas 19 años, tras haber presenciado el asesinato de su padre, Nadir Shah, a quien un adolescente disparó durante una ceremonia de entrega de diplomas en los jardines de palacio. Al principio, el joven rey se mostró poco interesado por la política y fueron sus tíos quienes llevaron las riendas del Gobierno, pero poco a poco fue ganando confianza y para 1953 se hizo con el control.
La educación que había recibido en Francia inspiró sin duda un afán modernizador que se tradujo en la Constitución de 1964. Esa Carta convirtió a Afganistán en una democracia moderna, con elecciones libres, un Parlamento y derechos civiles. A esa época pertenecen las fotografías de jóvenes afganas en minifalda, un enorme contraste con las largas faldas y pañuelos con los que hoy se visten las más atrevidas. El rey apoyó que se acabara con el purdah, la segregación de las mujeres que les obliga a cubrirse por completo en público. Y dio ejemplo mostrando sin velo a su esposa, Homaira.
También fundó la Universidad de Kabul y trató de modernizar las infraestructuras de un país que se encontraba en un estadio de desarrollo medieval. Para ello utilizó dinero extranjero, a la vez que intentaba mantener la neutralidad entre Occidente y la Unión Soviética. Esto resultó más complicado, como demostró el golpe de Estado. Los prosoviéticos aprovecharon las rivalidades tribales subyacentes a causa del nepotismo y los problemas económicos.
Durante el régimen talibán, el grupo de contacto organizado por la ONU sobre Afganistán se acercó al exiliado Zahir Shah en busca de su ayuda para acabar con la guerra civil que desangraba el país. Los expertos de Naciones Unidas habían llegado a la conclusión de que sólo la figura del rey contaba con el respaldo generalizado de las diferentes etnias y confesiones religiosas del país, en gran medida porque se había mantenido al margen del conflicto civil y no se había alineado con ninguna de las facciones.
Aunque Zahir Shah nunca mostró ambición personal por recuperar el trono, a finales de los noventa aceptó regresar a Afganistán para convocar una loya jirga (gran asamblea tradicional) en la que los jefes tribales pudieran elegir un Gobierno consensuado, pero los talibanes se opusieron. La idea se recuperó tras el derribo de su régimen a finales de 2001.
La ONU barajó entonces establecer una monarquía constitucional en la que el rey tuviera un papel simbólico, pero Estados Unidos se empeñó en un sistema presidencialista. A pesar de las presiones de numerosos líderes tribales y notables pastunes que le pedían que tomase las riendas, Zahir Shah aceptó el mero título honorífico de Padre de la Patria. Tenía ya 88 años y una salud delicada. Además, acababa de perder a su esposa. Hoy será enterrado junto a ella en el mausoleo familiar, en una colina desde la que se divisa Kabul.
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