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La lenta melodía de la codeína

El 'Witch House' renueva el sonido surgido en Houston hace 10 años ligado al consumo de un jarabe para la tos

Daniel Verdú

La noche del 16 de noviembre de 2000, la policía de Houston encontró a DJ Screw muerto en el baño de su estudio de grabación. Tenía solo 30 años y la autopsia concluyó que lo había matado una sobredosis de codeína mezclada con alcohol y marihuana. ¿Codeína? Screw, que en realidad se llamaba Robert Earl Davis Jr, era adicto a un jarabe para la tos que se vendía con receta y que mezclaba con hielo y zumos para disimular su desagradable sabor. Era la droga de moda en el circuito del hip-hop sureño en EE UU, pero a él se le fue la mano esa noche. El efecto opiáceo de aquel sirope, la ralentización de las voces y la ampliación de la percepción del espacio que producía, contribuyó al nacimiento del chopped and screwed, una modalidad oscura y extremadamente baja en revoluciones del rap que sobrevivió al malogrado Screw. Cumplida una década de su muerte, una de las tendencias musicales del año recupera ese sonido.

Es densa, elástica y pegajosa. Música que remite al frío y a la oscuridad
"Conecta muy bien con la época que atravesamos", opina un productor

Salem, oOoOO, Balam Acab, Creep o White Ring empiezan a tener la agenda repleta de actuaciones para la temporada. Estas bandas, agrupadas en el género del Witch House o Drag, pese a que ellos reniegan de etiquetas, son la herencia de aquella música lenta, elástica y pegajosa que surgió de las calles de Houston. Esta vez las melodías son puramente electrónicas y contienen una descarada vocación de himno espiritual. Los grupos vienen del sur de EE UU, de la Costa Oeste y de Michigan y abrazan con fervor la penumbra de un mundo gótico lleno de cruces, velas y rostros palidecidos. Una música eminentemente blanca y con un lejano parentesco con el hip-hop a través de sus vertientes más periféricas de Chicago y el sonido casete.

Salem (ciudad donde se celebraron los juicios por brujería en el siglo XVII) es el estandarte de la nueva corriente. Sus tres integrantes se conocieron en el instituto de Traverse City (Michigan) y luego flirtearon con los márgenes. John Holland, líder de la banda, combinó durante un tiempo su trabajo de gasolinero con el de chapero. Un sobresueldo invertido durante años en el consumo de heroína; hasta que su enorme talento, afilado por su amiga Heather (también en la banda), le redimió con la música que empezó a producir en el sótano de casa. "Ofrecerte ese retrato de controversia y polémica sería muy fácil para mí. Lo que sucedió, sucedió. Nunca mentimos. Pero nos interesa más hablar de nuestra música", explica Jack Donoghue, encargado de los beats en la banda, desde Londres.

Y su música, su impresionante King Night, es un viaje sonoro al fin de la noche. Melodías de texturas rugosas que tienen más de pintura que de poema. Algo así como si My Bloody Valentine utilizaran sintetizadores y al walkman por el que sonaran se le estuvieran acabando las pilas. "Claro que hay una influencia de DJ Screw. Crecimos escuchando mucho screwed y rap. Pero hay muchas otras como African drumming, música clásica, india... Ahora estoy muy metido con Claude Debussy", sorprende Donoghue, que esa noche actúa en una iglesia con el resto de la banda. Una música que remite al frío y a la soledad de una audición a todo volumen con auriculares. "Pero a mí me gusta escuchar nuestra música cuando conduzco por los bosques de Michigan, cuando solo puedes ver lo que iluminan los faros". Un territorio -el Medio Oeste- que ha contriubido a ese sonido: "Nadie te mira ahí. Eso es lo bueno. Permanecimos al margen del mercado". Lo extraño es que un sonido tan áspero, tan denso como aquel jarabe para la tos, haya triunfado hasta el punto de que Donoghue no recuerde qué actuaciones tiene dentro de tres días. "La gente responde a algo que está en el aire. Ya no lo ven como una música triste. Lo principal es que no somos cínicos. Lo que hacemos es honesto".

Robin Carolan, fundador del sello Tri Angle, donde editan sus discos gran parte de estas bandas, tiene su propia teoría: "La mayoría somos jóvenes [él tiene 24 años], y hace seis años el chopped and screwed tuvo su momento más comercial. Pero es una música que permite una reflexión profunda y conecta bien con esta época que vivimos, no precisamente dorada. La lentitud te proporciona una experiencia muy íntima". Carolan tampoco se siente a gusto con la etiqueta Witch House: "Queremos hacer esto mucho tiempo, pero si abrazas un término como ese puede terminar siendo simplemente una moda y desaparecer". Algo que, le guste o no terminará sucediendo. Aunque antes les veamos este año en todos los festivales.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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