Melodías para un futuro mejor
El talento y la alegría de la Orquesta Sinfónica Joven de Goiás llega a España con cinco conciertos - Los músicos son brasileños de barrios pobres
Siempre que Henrique Gabriel empieza a tocar su violín, mira su mano izquierda. Y recuerda que podría haberla perdido. Fue por un cáncer y por los efectos adversos que la quimioterapia estaba provocando en un niño de seis años. "Los médicos me dijeron que tal vez tendrían que amputarme la mano: me juré a mí mismo que si salía de aquella haría algo bueno con ella", cuenta Gabriel, con un aparato que no esconde su sonrisa contagiosa. Y lo hizo. Con 14 años entró en la Orquesta Sinfónica Joven de Goiás (un Estado al sur de Brasil), una banda que ofrece oportunidades a jóvenes con talento y futuro tambaleante. Hoy, Gabriel tiene 23 años y es músico profesional, tanto que su violín le da para vivir.
El joven brasileño abandonó la Orquesta en 2010 y pasó a representar un modelo para los niños que allí siguen. La mayoría de ellos cogió por primera vez en su vida un avión, hace unos días. Rumbo a España, donde esta noche en Lleida la Orquesta inaugura una gira de cinco conciertos, entre Cataluña y Andalucía, con un repertorio que mezcla clásicos catalanes y brasileños con sinfonías de películas. En vez de pagar la entrada, los espectadores podrán llevar un kilo de comida no perecedera para el Banco de Alimentos.
Activa desde hace diez años, gracias al director Eliseu Ferreira y a la financiación del Estado de Goiás (cada niño recibe 500 reales al mes, algo más de 200 euros y algo menos del salario mínimo brasileño), la Orquesta busca la banda sonora de un futuro mejor siguiendo la estrella polar del sistema venezolano. Para ello, reúne a 170 pequeños músicos, de edad media entre los 15 y los 20 años y de las clases sociales más bajas. "El 90% procede de la D
[los núcleos familiares que no ingresan más de un salario mínimo]", explica Ferreira. Algo más cobra la familia de Letícia Ramos de Oliveira, aunque la entrada de su casa recuerda un garaje y el interior es un himno a la humildad. "La música es la forma de expresar lo que siento", explica esta niña diminuta, muy madura a sus 15 años. Su flechazo con el violonchelo, casi más grande que ella, fue a los nueve. El padre le compró un primer instrumento. Para el segundo, de mayor calidad, tuvo que vender el coche familiar. "Me siento un privilegiado, son sacrificios agradables", asegura el hombre, músico aficionado que desea un futuro profesional para su hija. "¿Que si tengo otros sueños? ¿Pero fuera de la música?", se sorprende ella.
Ella, y los demás niños, ensayan tres veces a la semana, durante dos horas y media, con una pasión asombrosa. Eliézer Miranda, por ejemplo, tarda una hora en llegar hasta la escuela. A veces el esfuerzo es en balde: a uno de los ensayos se presentó con tanto retraso que solo pudo tocar una canción. "Da igual", se reía el chico. También daba igual que una lluvia torrencial azotara de repente la ciudad de Goiania e inundara el teatro donde los niños ensayan. Su alegría es a prueba de diluvio.
Tampoco les desaniman las condiciones en las que muchos viven. Y eso que, sentado en el sofá de su casa, Miranda se espanta cuando el fotógrafo le pide salir a la calle con su violín para inmortalizarle: "Me lo robarían". Al contrario de Letícia, el joven violinista sí tiene un sueño fuera de la música: "Ver al Barça en el Camp Nou". Lo hizo realidad ayer, el día antes de su cumpleaños y del primer concierto: la compañía española Endesa invitó a la Orquesta al Barça-Mallorca. Su filial brasileña, que saca beneficios millonarios de su central hidroeléctrica en Goiás, ha destinado 110.000 euros en los últimos dos años a la Orquesta. También pagó el viaje que permitió a seis periodistas conocerla. "Buscamos proyectos sostenibles, que podamos seguir", tercian desde Endesa Brasil.
Seguir. Es lo que casi todos los niños esperan hacer con la música. El ideal se llama Orquesta Filarmónica de Berlín; el objetivo más realista es el ejemplo de Gabriel. O de Moisés Foster, un chico tímido de 19 años que desde Goiás ha llegado a la orquesta del estado de São Paulo, la más prestigiosa de Brasil. "Si no fuera por la música, tal vez habría acabado drogadicto o en la cárcel, como muchos en el barrio", recuerda.
El barrio es Anápolis, una favela donde el chico vivía antes de mudarse a Goiania con su familia y su hermano Natanael Ferreira do Santos, de 16 años. "La música es una forma de hablar con Dios", sostiene Natanael, quien toca el chelo en la Orquesta y espera pisar las huellas de Moisés. Algún día le gustaría ser profesor. "Para enseñar todo lo que he aprendido", sueña. No parece haber nada que pueda despertar a él o a su amigo Henrique. Ni siquiera pudo hacerlo un cáncer.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.