La última obra de Duchamp
La chimenea diseñada por el artista sigue intacta en la casa en la que vivió en Cadaqués
El descubrimiento ocurrió como un auténtico azar objetivo de los que tanto entusiasmo provocaban en los surrealistas. Fue el mismo verano en que enterramos las cenizas de Paco, mi padre, o padrastro, como algunos dicen, aunque a mí no me guste. Las cenizas blancas acabaron en las raíces de una encina. Lucas, mi hijo, con agua entre las manos, hizo una observación: "No sabía, mamá, que las cenizas eran blancas y tan bonitas". El mismo día, en Cadaqués, en el apartamento de Lupe, mi madre, apareció un señor italiano acompañado de un hombre bien conocido de allí. "Mire, creemos que es aquí donde vivió Marcel Duchamp y diseñó una chimenea. ¿Hay chimenea en su casa? ¿Podemos verla?". Mi madre, asombrada, les hizo pasar. La chimenea estaba llena de zapatillas, periódicos, bolsas de plástico y juegos de mesa. "Bueno, ya le diremos algo". Y no volvieron más ni dijeron nada. Ella pensó que lo más seguro es que no fuera la chimenea que andaban buscando y me lo comentó de pasada, sin más. Con la imagen de las cenizas blancas y una extraña emoción, recordé las veces que en invierno le había sugerido que utilizara la chimenea a pesar del trajín de los troncos...
Cuando ya ni hablábamos del asunto, un día, viniendo de la compra con Lucas de la mano, nos encontramos a un amigo, experto en arte, que veranea en Cadaqués. Al explicarle dónde vivíamos, nos preguntó: "Pero, ¿dónde vivís?, ¿donde la chimenea de Duchamp o al lado?". Se lo habían comunicado de la siguiente manera: "Vicenc, la xemeneia de Duchamp ¡existeix!". Con los ojos redondos escuchamos lo que pasaría si realmente la nuestra fuera la chimenea de Duchamp: la compraría el Museo de Filadelfia y nos podríamos comprar una casa... Sí, una casa, la chimenea, el hogar... Yo seguía pensando a gritos: "¡Hay que encender la chimenea!". La chimenea empezó a embellecerse, a brillar como si fuera un diamante en bruto que estuviéramos puliendo con nuestra nueva mirada.
El experto amigo nos hizo la visita y en la terraza conversó con Lupe, les serví una bebida y puse en los hombros de mi madre una toquilla, porque aunque tenía frío no lo sentía. En primer lugar, había que verificar si realmente era ahí donde vivió Duchamp y después si la chimenea se consideraba una obra de arte. Si no lo fuera se podría hacer una edición e incluir la chimenea en un catálogo industrial, pero si fuera una obra de arte... "El arte tiene un valor infinito y yo siempre te defenderé", le dijo el experto a la propietaria. Y nos aconsejó poner el asunto en manos de un galerista amigo suyo. No existiría duda alguna en el caso de cualquier otro artista, sin embargo en el caso de Duchamp las dudas son pura inspiración. Sólo le habría faltado descontextualizarla, ponerla boca abajo, titularla y firmarla para que formara parte de sus ready-mades. Sin embargo, no hubo tiempo, ya que la chimenea fue lo último que hizo. Según ha quedado demostrado, en 1968 Duchamp vive en el apartamento y se embarca en la aventura de la chimenea. Encarga su construcción a Emilio Puignau, al que dedica un dibujo, "un souvenir d'une cheminée de coin au coin de la cheminée" ("un recuerdo de una chimenea de esquina en la esquina de la chimenea"). La armadura de alambre que hizo para indicar la forma deseada es fotografiada por Man Ray y, supuestamente, fue sepultada con la construcción definitiva. Cuando Marcel Duchamp se va de Cadaqués, muere.
Lucas miraba atónito el agujero de la chimenea y mi hermana dijo que de momento deberíamos cobrar entrada, y, además, "si se la llevaran, ¿qué pondríamos ahí?". "Pues hija, una mesita de Ikea", dijo la propietaria.
Vino a hacernos una visita Richard Hamilton y no sólo confirmó que ése era el apartamento y ésa la chimenea, sino que además sus ojos derramaron dos lágrimas y se dejó fotografiar apoyado en la chimenea.
El galerista consiguió un libro-objeto que lleva por título Cheminée Anaglyphe. Marcel editó 100 ejemplares que incluyen los dibujos del diseño de la chimenea junto a unas gafas para verlos en tres dimensiones. Efectivamente, a través del celofán de las gafas se ve "la mateixa fandilla" ("la misma falda") que la de nuestra chimenea. Parece la falda de una mujer, y cuando cumple su función, ahí está el fuego bajo la falda blanca, la connotación sexual que nunca faltaba en la obra de este artista que renunció al arte en favor de las ideas.
Ahora sólo falta la visita de la heredera, que, según dicen, es quien decide si se trata de una obra de arte. La heredera es Jackie Matisse, hijastra de Marcel Duchamp, como yo de Paco.
La chimenea es muy bonita, blanca, de una absoluta simplicidad, tira bien y respira. Recuerdo que el agujero de la ducha está sin su tapón de plomo, perdió su utilidad (evitar malos olores) y se convirtió en una obra de arte que ahora se exhibe en los museos. Tal vez la esquina de la sala de estar acabe también sin su chimenea, sin embargo la chimenea siempre tendrá su esquina. En cualquier caso, aquí o allá, todas las cosas que vemos nos sobrevivirán.
Soñé que buceaba por la chimenea, y mi hijo, que no estaba allí sino en el piso de abajo, ahora sueña con un yate en lugar de una casa, él no padece desarraigo. La chimenea, el hogar, respira, permanece viva fuera del mercado del arte y ya forma parte de nuestro inconsciente. Marcel Duchamp dijo que prefería respirar a hacer arte.
El libro en el que me encontraba trabajando el mismo verano, un poema largo, al final lleva por título La chimenea de Duchamp, la matriz del cielo en tramontanas. Subo al humo del hogar que nos espera y bajo a las cenizas blancas.
Marina Oroza es actriz y poeta, e hija de la propietaria del apartamento con la chimenea de Duchamp.
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