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Columna
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Territorios

David Trueba

Hace tiempo un gran amigo me guió hasta la película de seis horas que un profesor de cine en retirada había rodado en Israel a lo largo de 10 años. Se trataba de un diario personal en el que, sin otra pretensión que el deseo de filmar, el narrador se asomaba a la ventana de su casa en Tel Aviv o al día día del crecer de sus dos hijas. Es uno de esos ejemplos donde el cine es capaz de sumergirse en territorios de autoconocimiento que hasta hace muy poco sólo podían ser transitados por la gran literatura. El título de las piezas era los Diarios de David Perlov. Recuerdo que uno de los episodios más emocionantes tenía lugar durante el seguimiento de las noticias en la tele de la matanza de Shabra y Chatila y el posterior juicio por la permisividad de ciertos oficiales del ejército. Admirar a un ciudadano israelí conmocionado, exigente, informado, que se daba de bruces contra la realidad a través de la televisión y llegaba al agotamiento, al hastío del verdadero patriota, sigue conmoviendo porque te obliga a abandonar las ideas adquiridas y a entender que nada es tan sencillo como algunos cuentan que es.

El azar ha querido, con su terquedad habitual, que la crisis diplomática entre norteamericanos y el gobierno israelí a cuenta de los nuevos asentamientos judíos en territorios palestinos, coincida con la apertura del juicio por la muerte de la activista Rachel Corrie. Una joven norteamericana aplastada, literalmente, por los buldózer israelíes en tareas de demolición en Gaza. La secuencia de fotografías, unida a las comunicaciones por radio de los responsables de la muerte, sigue siendo una experiencia audiovisual tan rotunda como escalofriante, que no hace más que ganar espectadores en Internet e incluso ha sido llevada al teatro. Porque la guerra por los territorios, que nadie se engañe, acaba por ganarse en otros territorios más virtuales, menos sometidos a fronteras y franjas. Nadie sabe dónde desembocará el juicio, quizá en la misma frustrante impotencia con la que Perlov presenció las conclusiones que entonces afectaban al emergente Ariel Sharon. El recuerdo de aquella mirada de Perlov, particular y compleja, sigue siendo más potente que cualquier necedad que yo les pueda escribir aquí hoy.

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