Prostitución
Se llama Emma Thompson. Da gusto verla y oírla en la pantalla. Posee belleza y técnica. También inteligencia, elegancia y corazón. Pertenece a esa raza de actrices que siempre clavan el gesto y la frase, de las que no puedes recordar una mala interpretación. Hace tiempo que no prodiga su arte. Imagino que ha ganado el suficiente dinero para permitírselo y considera más urgente utilizar su magnética personalidad, su aprovechable fama y su racional prestigio para denunciar el siempre lamentable estado de los derechos humanos. Concretamente, se pregunta por los derechos de las putas. De las más tiradas, de inmigrantes que no sabían de qué iba la sórdida movida y son obligadas por traficantes del sexo y macarras no elegidos a eso tan presumiblemente extenuante de andar follando a todas horas con desconocidos.
Sin embargo, me sorprende al leer en una entrevista con persona tan sabia e ilustrada su infantil convicción de que lo bueno del sexo es que es gratis y su negativa a entender que se pague por su disfrute. Desde los habitantes del paleolítico a los del apocalipsis podrían desmentir su certidumbre con ancestrales y abrumadores datos.
A lo más que puede aspirar Emma Thompson y cualquier persona con sentido de la justicia es a algo tan utópico como que los gobiernos legalicen el puterío, a la eliminación de los voraces intermediarios, a que el alquiler del cuerpo sea un acto libre. Aunque en el caso de los pobres emplear el término libertad suena a eufemismo o a sarcasmo.
Por supuesto, eso no le afectaría al puterío de lujo. Ése siempre estará protegido por sus envidiados usuarios, por los jefes de la tribu. Al igual que aquellos seres que descubren en su selectiva entrepierna poderes infalibles para el ascenso profesional y social. Tampoco el de las (y los) exuberantes trepas que venden su carísima virtud a exclusivos y millonarios clientes mediante esa institución tan respetable del matrimonio.
Se supone que la prostitución, junto a las drogas, las armas, el suelo y la banca son los bisnes más jugosos del universo. La lógica asegura que estas cositas son patrimonio exclusivo del sistema. Reclamarle que baje su porcentaje de ganancias en nombre del humanismo y la dignidad le puede sonar a broma.
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