Prehistoria de Hitchcock
Hay buenas películas en la serie inglesa de Alfred Hitchcock que emite desde hace unas semanas la segunda cadena de TVE. Faltan en esta colección títulos menores, pero lo esencial de esta etapa de su filmografía -una etapa cuya importancia ha sido sobrevalorada, pues está llena de caídas en la simplicidad- está en ella.El Hitchcock de la madurez, que le llegó algunos años después de su llegada a Hollywood, se presiente en algunos de estos filmes y, sobre todo, en algunas de sus secuencias o de los enfoques y recursos para la resolución o el planteamiento del relato o de la composición de ciertas escenas, pero entre estos filmes y Encadenados, La ventana indiscreta, Extraños en un tren o Los pájaros, hay ni más ni menos que un abismo,
Alarma en el expreso se em¡te hoy a las 22
05 por la segunda cadena.
39 escalones, El agente secreto y, sobre todo, Sabotaje -un filme de interés y, ciertamente, un prodigio de ritmo ascendente- son, o llevan dentro en cierta manera el germen de un diccionario y de una gramática que son la base primordial de un lenguaje y de una amarga -como todo humor profundo-concepción del mundo. Pero el alquimista que habría de hacer maravillas con estos instrumentos hace en estos filmes un uso todavía balbuciente de ellos. Alfred Hitchcock creó en estos filmes un lenguaje con el que pronunciaría, un par de décadas más tarde, magistrales piezas de oratoria fílmica que, sobre todo en cuanto a exactitud y precisión, ningún otro cineasta ha logrado superar y, en rigor, ni siquiera acercarse. Pero eso es casi todo.
Alarma en el expreso es un ejemplo adecuado para observar esta bondad y esta carencia. La película, bien mirada, es poca cosa, deja cierto sabor a buñuelo de viento: una agradable cobertura y, dentro de ella, aire. De ahí el desequilibrio hacia el cómo en un filme en el que los qué se aproximan a la trivialidad, al puro juego por el juego mismo. En su madurez, Hitchcock siguió jugando -¿qué otra cosa sino jugar hacen los grandes fabuladores, los genios de la ficción?-, pero en la construcción de sus geniales juguetes, en vez de viento, supo en ocasiones poner el trasluz de pasiones humanas fundamentales y el gran divertidor, sin dejar de ser tal, se hizo mucho más que eso.
Michael Redgrave y Margaret Lockwood son los dos rostros hoy más recordados de este filme de 1938, en el que intervienen también Paul Lukas y Cecil Parker. Algunas constantes -la principal, el tren como objeto fílmico- del cine maduro de Hitchcock están larvadas en el filme, que se vertebra alrededor de una trama de enigma detectivesco, al estilo deductivo tradicional británico, y en la que lo mejor es, aparte del esbozo en clave de humor de algunos personajes, el trepidante ritmo de la intriga.
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