Nacimiento de un mito
En 1949, después de haber colgado los estudios de abogacía en la universidad californiana de Santa Mónica, llegó a Nueva York, sin otro equipaje que el que cabía en sus bolsillos, un joven de 19 años, hijo de un dentista de Montana, llamado James Dean. Quería ser actor.
Rebelde sin causa se emite hoy, a las 22
30, por la primera cadena.
Durante un año Dean pasó, sin metáfora, hambre de perro sobre las aceras neoyorquinas. Su aspecto retraído y hosco -Elia Kazan, que le llevó a la cumbre, asoció su mirada con la de un lobezno acosado- se acentuó. Deambuló de antesala en antesala; pasó fugazmente por las clases abiertas de escuelas de actores; hizo colas ante las ventanillas de contratación en estudios de televisión; vagabundeó, se prostituyó y sobrevivió.Sus primeros trabajos fueron papeles de figurante en estudios de televisión. En 1951 intervino en un filme de Martin-Lewis y en un papel del filme de Samuel Fuller Bayoneta calada. Entre 1953 y 1954 grabó en televisión cuatro espacios dramáticos. Dos de ellos se los robó con métodos de dudosa honorabilidad a un colega suyo llamado Paul Newman. En el cuarto, I am a Fool, compartió la cabecera con una muchacha californiana, seis años más joven que él, de origen ruso, que había tenido éxito como actriz infantil y se encontraba en una encrucijada crítica de su carrera, pues tenía dificultades para modelar su imagen de adolescente. El nombre artístico de esta chica era Natalie Wood. El programa fue para ambos el umbral de un contrato para hacer en 1955 un filme titulado Rebelde sin causa, que les daría una inmensa popularidad. Dean murió destrozado dentro de su automóvil, un año después de rodar Rebelde sin causa. Natalie Wood se ahogó en el Pacífico 25 años más tarde, en 1981. El tercer intérprete se llamaba Sal Mineo. Tenía 16 años cuando actuó en Rebelde sin causa. Murió asesinado a navajazos en su apartarnento de Los Angeles, en 1976. Al director del filme, Nicholas Ray, lo mató en Nueva York un cáncer en 1979, y era ya un horribre medio indigente, después de 17 años de proscripción de las nóminas de la industria cinematográfica. Aquel filme sobre el fracaso de la generación de norteamericanos que hicieron la guerra y sobre la lucha por la libertad y, el infortunio de sus hijos se prolongó así en el infortunio de quienes lo hicieron.
Hay una memorable escena en Rebelde sin causa, aquélla en que Dean, Wood y Mineo pasan la noche en medio de unas ruinas abandonadas. Pocas veces se ha atrapado en celuloide una imagen de tal potencia del desamparo y de los vuelcos emocionales de los adolescentes. Esta escena es no sólo un resumen de todo el filme, sino del drama personal de sus ejecutantes. James Dean, tal vez por ser el primero de la carnicería, se convirtió, el mismo día de su muerte, en leyenda. Y esta leyenda exageró sus indudables dotes de actor, hasta mitificarlas. Siendo inferior a sus maestros, Marlon Brando y Montgomery Clift, el cadáver de Dean les desbordó en fama. El muchacho con cara de lobezno herido se fue, como actor, casi inédito, y es difícil imaginar dónde hubiera podido llegar de haber seguido con vida.
Elia Kazan dijo de él "que tenía la peculiaridad de que, captado en plano general resultaba más expresivo que en los primeros planos". Ciertamente, Dean introdujo en el cine una ambición de gesto total, apoyado en la elasticidad de sus movimientos corporales, que le distingue de cualquier otro actor, pero este su signo distintivo no estaba decantado y ofrecía, junto a hallazgos magníficos, caídas en la retórica del gesto.
No fue su culpa. Nicholas Ray en Rebelde sin causa y Elia Kazan en Al este del Edén elaboraron la imagen definitiva de este actor sin tallar. Hay en ambos filmes momentos de interpretación insuperables, junto a otros toscos. Pero, tocado Dean de gracia, incluso esta tosquedad suya se hizo leyenda, signo de un tiempo airado, irrespirable y demoledor, como todas las mutaciones históricas vistas desde dentro. Y Rebelde, filme que alcanza cimas y a veces se hunde en rutinas, es un poema lírico situado en el ojo de un huracán, la dolorosa historia de unos muchachos en carne viva, en busca, a ciegas, de una identidad que les fue negada y que ganaron a zarpazos.
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