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Columna
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Hipocresía

Carlos Boyero

Cuenta el inefable representante de Dios en la Tierra que la casa madre siente esas cositas tan humanas de la consternación, la vergüenza, el remordimiento, la sensación de haber sido traicionados, al constatar los infinitos abusos sobre niños de los ensotanados pedófilos irlandeses. Consecuentemente, suplica compungido perdón a todos los irlandeses por las perpetuadas infamias.

Digo yo que esa adicción de los supuestos célibes a violar las anatomías infantiles que estaban bajo su santo cuidado no debe de ser un vicio exclusivamente irlandés, sino más bien universal. Tampoco puede obedecer a una libertina moda dentro del piadoso gremio, sino que se habrá practicado ancestralmente y en cualquier lugar del universo donde se hayan instalado en su misión de salvar almas. Por ello hay que deducir que el inquietante Benedicto ha padecido hasta ahora en su larga existencia un problema de ceguera y de sordera. Que él no haya poseído jamás tentaciones pederastas (los rapaces infieles están investigando a un hermano suyo que oficiaba como director de un coro) no le inhabilita para haber presentido o tener algún ligero dato de la impunidad que protegía al clero en esa afición tan abyecta de follarse a indefensas criaturas.

Si resulta sorprendente que el Papa haya tardado tanto tiempo en percatarse de la sórdida movida, la desdeñosa convicción de su subalterno Cañizares de que las denuncias sobre la pederastia curil son ataques que pretenden que no se hable de Dios y que ellos están asentados sobre la cruz de Jesucristo, que siempre es salvación y victoria, no se le ocurrirían ni al primer manifiesto dadaísta. Sabes que la hipocresía, el eufemismo y la doble moral son algunas de las permanentes esencias de los guardianes de la fe, pero presupones que para mantener su terrenal poder durante tanto tiempo se exige disfrazar la barbarie, ser cauto y no abusar de la estupidez. Alguien debería aconsejar las ventajas del silencio cuando las evidencias de crimen son incontestables a ese psicodélico directivo del eterno negocio llamado Cañizares.

Tampoco obedece a un chiste enloquecido la seguridad de un general norteamericano en que parte de la responsabilidad de la matanza de Srebrenica fue del ejército holandés, porque estaba lleno de maricones. Palabra de general, palabra de cardenal.

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