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Columna
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Grecia

Carlos Boyero

Visitando el pasado por obligación turística o por sed de conocimiento, a veces en condiciones climatológicas agobiantes, observas a gente pragmática con expresión de estar hartos de ver piedras, aunque estas tengan miles de años y representen a civilizaciones que se llevó el viento, o la corrupción, o bárbaros más poderosos que ellos. También ves actitudes de asombro, de fascinación, de curiosidad ancestral finalmente satisfecha. Hay lugares impresionantes que a mí me dan mal rollo, en los que no me hubiera gustado vivir. Sobre todo, si hubieras nacido pobre o esclavo. En la ciudad maya Chichen Itzá uno de sus lugares más representativos era un campo en el que jugaban al hockey con las cabezas de los enemigos, un mundo demasiado cruel que Mel Gibson reconstruía admirablemente en Apocalypto. Me aterraría pasar una noche solo en Machu Pichu. Por su aroma a sacrificios humanos, fantasmas y aquelarres. Sensación que no he tenido en los inquietantes templos de Angkor, poéticas construcciones de piedra en medio de la selva, aunque te mosquee la enigmática sonrisa de alguno de sus dioses.

Pero hubiera sido muy grato pasar tus días en la alucinante modernidad y la armoniosa civilización de Pompeya, sus teatros, sus bares estratégicamente situados al lado de la calle del libertinaje, decorada con pinturas sobre las gozosas variantes del sexo, con la única y mística exclusión del bucal. Y sentí algo cercano a la emoción en la Acrópolis ateniense, ante ese Partenón en el que se inventó y se luchó por algo tan humano y racional llamado democracia, esa realizable utopía que pretendía el gobierno del pueblo. Y recuerdas con agradecimiento que en aquella Grecia se cultivaron con infinito mimo cosas tan impagables como la inteligencia y la cultura, el oficio de pensar y las artes que expresaban la complejidad de la condición humana, la filosofía, la tragedia y la comedia. Y sientes mucha pena constatando que esa tierra que hizo tantas cosas buenas por la vida sea hoy la pordiosera de Europa, que la desmesurada y consentida corrupción la haya asfixiado, que se plantee vender su gloriosa historia para intentar sobrevivir.

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