Cría cuervos
Existe una Facultad de Periodismo más rápida y eficaz que la que ofertan las universidades tradicionales. Con apenas unas semanas de sacrificio exhibicionista, te puedes colocar de presentador o tertuliano afilado y contundente en alguna gran cadena estatal o tal vez en los canales de TDT, que tan exquisitos nos han salido tras el reparto entre amigos. Basta con pasar por Gran Hermano o similar y hacerlo con el suficiente descaro y las ganas precisas de dar la nota. Como todas las licenciaturas actuales tiene vocación pragmática: colocarse bien.
Hace poco presenciamos con asombro cómo dos concursantes de Gran Hermano fueron expulsados de la casa. Los dos, al parecer, habían traicionado un pacto moral. En lugar de participar alegremente y sin estrategias, se dedicaban a hacer comentarios y acciones que les garantizaran la vida resuelta al salir del concurso. De alguna manera, fueron lo suficientemente listos como para ver el chollo que se les abría al poner a concursar sus impudores, pero también lo suficientemente tontos como para presumir de su cinismo. Si algo no soporta un evento tan cínico como estos programas es alguien ejerciendo a calzón quitado de cínico.
Calzón quitado es una expresión demasiado literal, porque el destino de muchas glorias granhermánicas es posar para el Interviú a modo de orla universitaria en pelotas, símbolo de esta carrera llena de salidas. Precisamente aquella expulsada, Flor, ocupa la portada de la revista confirmando que sus cálculos no iban descaminados. El demoledor refrán Piensa mal y acertarás, es una bienaventuranza en el evangelio de la tele y sus negocios colaterales. El lunes Ana Rosa Quintana calificó a esta muchacha de disminuida, no física precisamente, al leer entre sus declaraciones a la revista que en la ducha de la casa-concurso había hecho el amor con el maromo cómplice sin usar preservativo. Ahora que ya no es pecado para la Iglesia, lo es para Telecinco. Puede que toda religión necesite sus ovejas descarriadas para expiar a costa de ellas sus pecados, pero visto desde fuera tanta moral y tanta ética aplicadas al Gran Hermano suena como a dar misa en un puticlub. Esos dos chicos descarados y aprovechones, Florencia Tanferna y Julio El Feroz, son los frankensteins hiperhormonados de este experimento oligofrénico.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.