Pete Quaife, primer bajista de los Kinks
Su mediación permitió triunfar al grupo pese a las disputas internas
Norte de Londres, 1961. Tres adolescentes echan a suertes a quién le tocará colgarse al hombro el bajo eléctrico y renunciar al protagonismo. Van al mismo instituto, adoran a Buddy Holly y quieren ser guitarristas. En unos años el trío se llamará The Kinks y revolucionará la música británica con un riff inolvidable, el de You really got me. Aquella tarde la fortuna no estuvo del lado de Pete Quaife, bajista de los Kinks en sus años más gloriosos, fallecido el 23 de junio, a los 66 años, en Copenhague (Dinamarca).
"De puertas afuera mostrábamos una fachada amable. Por dentro era un campeonato de lucha libre". Así explicaba Quaife, nacido en 1943 en Tavistock, sur de Inglaterra, el ambiente dentro del grupo durante una década salvaje de giras interminables y habitaciones de hotel destrozadas por la furia alcohólica. Sus compañeros de viaje fueron los hermanos Davis: Ray, vocalista ególatra que quería controlarlo todo, y Dave, virtuoso de la guitarra. Los tres se ganaron a pulso una plaza en la llamada british invasion, los grupos británicos que conquistaron América en los años sesenta con sus estribillos.
Genuino rhythm and blues con pinceladas folk. Nostálgicas atmósferas pop que ocultaban la destrucción que se desataba cuando se enfadaban. Mesas rajadas, colchones incendiados, televisiones volando desde el balcón. En Europa les prohibieron tocar en multitud de sitios, y no pudieron girar por EE UU debido a una demanda de la Federación de Músicos que tardó años en resolverse. Su ambición de ocupar el segundo escalón del podio musical por detrás de los Beatles se fue al garete al quedar vedados del mercado norteamericano.
En medio de la discordia, a Quaife se le conocía como El Embajador por mediar entre los dos hermanos. Sus líneas de bajo transportaban a los Kinks y les ayudaban a mantener el equilibrio. Contribuyó de manera decisiva en el disco The Kinks are the Village Green Preservation Society (1968), y sin él no habrían sido posibles ni Face to face (1966) ni Something else (1967). Dejó la banda cuando se perdió el espíritu, cuando la música quedó a un lado y solo se reunían "para repartir los cheques". Era 1969 y terminaba la época dorada de los Kinks, sumidos en una larga decadencia hasta su disolución y posteriores revivals, que aún hoy continúan, con los Davis tan enemistados como siempre.
Quaife se recicló: dejó el rock y se hizo artista gráfico. En sus últimos años vivía en Dinamarca y tocaba el bajo en el coro de la iglesia. Se ha marchado entre rumores de una reunificación de los Kinks que nunca llegó. Para ilustrar la imposible convivencia del grupo, narraba lo sucedido un día de 1965, cuando los tres ex compañeros de pupitre compartían limusina de camino a un concierto. Viajaban en silencio y él se sentaba en el medio. Entonces, cometió un imperdonable desliz: silbó un estribillo de los Beatles. Sin mediar palabra, los hermanos empezaron a atizarse puñetazos. Quaife, como siempre, encajó los golpes.
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