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Reportaje:

Las fotos del último viaje

Una tesis doctoral revela la importancia de los retratos 'post mortem' en Galicia

Del retrato de arriba no se sabe nada. Lo rescató un fotógrafo compostelano (que prefiere permanecer en el anonimato) de un archivo que heredó. Probablemente se trata de una familia de los alrededores de Santiago. Un clan muy humilde que ha perdido a la matriarca. El viudo se sienta a la cabecera del féretro, y a duras penas disimula su estado de ánimo. Los demás, hijos, yernos, y al fondo quizás vecinos, sobre todo mujeres cuando los hombres emigraban, se alinean vestidos de luto tras la caja, con seriedad y entereza.

Las fotos de en torno a 1900 requerían un largo posado. Las familias pobres sólo podían pagar un retrato, que les costaba el jornal de una semana, y la visita del hombre de la cámara era un acontecimiento solemne. Aquí, ni los nietecitos de la difunta se mueven. Y todos aparecen con sus mejores galas, desde la muerta hasta la benjamina de la familia, que de mayor sólo podrá recordar a la abuela por esta estampa. Porque es posible que en vida la señora no se hubiera hecho ninguna otra. De aquélla era más habitual hacerse una foto post mortem que un reportaje de bodas. Desde que se casó, fue ahorrando para el entierro y al final de sus días logró pagar un ataúd de lujo. Por eso sus vástagos lo exhiben con orgullo, sobre la tierra miserable, en el primer plano de la foto.

Se hacían para dar fe del óbito a los familiares que estaban emigrados
"Mis amigos me decían '¡madre mía!', pero yo creo que son hermosas"

Ahora esta imagen está expuesta en un bar de Santiago. Y si los descendientes de los que aparecen retratados no entran a desayunar un café con churros será imposible recomponer la historia. El propietario del negativo no tiene pistas. Explica que hasta que se impuso la foto digital lo normal en los autores era ceder los archivos a otros más jóvenes cuando se retiraban, "porque el material ocupaba espacio y porque siempre habría alguna foto servible". A él le pasó algo así.

La mayor estudiosa de la fotografía post mortem en Galicia tampoco sabe nada de esta imagen. Virginia de la Cruz Lichet, historiadora del arte, es hija de francesa y gaditano y vive en Madrid. No tiene raíces aquí, pero un día vio una foto de Virxilio Vieitez, el retratista de Soutelo de Montes descubierto para el mundo en 1998 por la Fotobienal de Vigo. Vieitez, como todos los profesionales de su tiempo, hacía fotos de muertos. En los periódicos solían anunciarse este tipo de servicios. La joven empezó su tesis doctoral centrándose en este autor y terminó topándose con otros como Maximino Reboredo, Pedro Brey o Ramón Caamaño.

Por sus manos pasaron unas cuatrocientas imágenes, un siglo completo, de artistas rurales de las cuatro provincias, sobre todo de Pontevedra y Ourense. La mayoría se conservan en archivos particulares de fotógrafos y muy pocas en instituciones, porque es un material "delicado" que a los propietarios "les cuesta legar". De la Cruz empezó su rastreo en 2001. La foto más antigua que encontró es de la década de los 70 del XIX y la más reciente, de la década de los 70 del XX. Después, igual que otras muchas cosas por aquellas fechas, se democratizaron las cámaras, y aunque de forma casera en algunos lugares se siguió retratando a los muertos, la gente prefirió tomar instantáneas de los momentos felices. Según José Becerra, presidente de la Federación Galega de Servizos Fúnebres, la foto funeral ya no se practica en ninguna aldea.

"En un mes o dos", De la Cruz defenderá en la Complutense la primera tesis doctoral sobre el retrato fúnebre en Galicia, y ha conseguido permiso de las familias para reproducir la cuarta parte de las imágenes que vio. "Tengo amigos que al ver fotos de Galicia me decían '¡madre mía, madre mía!', pero yo que estoy acostumbrada creo que no son macabras. Son hermosas", describe, "y los autores ponían mucho amor en la preparación de las escenas. En general, las imágenes gallegas se caracterizan por la forma delicada en que se presenta a los difuntos. Aunque no aparecen sentados en su rincón favorito, con sus objetos personales y simulando que están dormidos, como en otros lugares del mundo, sino en la caja, con flores y alguna cruz. No se pretende disimular la muerte. En los primeros años casi siempre se acerca la caja a una ventana para aprovechar la luz".

De todas las imágenes que vio, hay una que no se le va de la cabeza. La historiadora preserva el secreto de la tesis aún sin publicar y no da nombres. Revela sólo que es de un fotógrafo orensano "no muy conocido". "Aparecen un bebé muerto y su hermanito vivo que lo acompaña". A los niños que morían se los retrataba para conservar la memoria de su cara vista y no vista. A los mayores, además de por el recuerdo, se los solía fotografiar para dar fe del óbito a los familiares que estaban ausentes. La fotografía post mortem era un documento importante en el reparto de las herencias. Después de avisar al cura, se iba a por el retratista. Volvían andando o en burro. Más tarde en coche. El material pesaba, pero había prisa por llegar. Para sacar al muerto lo más vivo posible.

Fotografía <i>post mortem</i> del primer tercio del siglo XX, de autor desconocido, hallada en un archivo particular de Santiago.
Fotografía post mortem del primer tercio del siglo XX, de autor desconocido, hallada en un archivo particular de Santiago.

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