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Columna
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Señoritos voraces

Nuestra autonomía nació, como algunas manzanas, con el gusano dentro. Desde dentro del propio país se trabaja de un modo sistemático para destruir nuestro poder político. El poder político democrático es el de los ciudadanos. Existen muchos otros poderes en una sociedad dinámica, desde los empresarios a los sindicatos, desde los movimientos sociales a la actividad de una persona particular. Pero no es admisible que cualquiera de esos poderes pretenda sustituir a su antojo al poder político. Los intereses particulares legítimamente pueden estar a favor de una u otra opción política, pero no es tolerable que pretendan destruir las instituciones de gobierno democrático, al poder político mismo.

Viene esto a cuento de la campaña de prensa contra la Cidade da Cultura que venimos contemplando sin que nos extrañe su descaro. La Cidade da Cultura fue un capricho de un gobernante irresponsable y megalómano; no respondía a ninguna necesidad social ni se sabía para que serviría, más allá de glorificar la memoria de Manuel Fraga. Era una locura que comprometería nuestros presupuestos para años y la prensa gallega debió informar a la ciudadanía, pero no lo hizo. Son contados los artículos que denunciaron de frente aquel disparate. Cuando había que hacerlo, prácticamente toda la prensa gallega se calló, amparó el proyecto. Sobre todo la que ahora denuncia la utilidad de esa obra.

¿Por qué lo hizo? Seguramente por varias razones. Estarían de acuerdo entonces con el proyecto y puede que lo que ahora les parece disparate entonces les pareciese maravilla. Puede que se identificaran con aquel poder político hasta el punto de silenciar graves decisiones. Y puede que, como percibían grandes sumas de dinero de la Xunta, eso crease complicidad.

¿Pero por qué lo hacen ahora? Han pasado varios años y las obras están a mitad de ejecución. La nueva Xunta ya decidió que la solución mejor era continuar y buscarle alguna utilidad. (Por otro lado comienza a funcionar el puerto exterior de Ferrol sin contar con accesos adecuados, mientras se hunde dinero en el fondo del mar en otro puerto exterior al lado y eso no merece páginas de prensa). Puede que algunos se alarmen ahora por la Cidade da Cultura porque vean que se equivocaron entonces, cuando callaron. O puede que no se identifiquen con este Gobierno y pretendan cambiarlo utilizando ahora errores de los anteriores gobernantes contra los actuales. O puede que, aunque siguen percibiendo iguales o mayores sumas de dinero también de esta Xunta, pretendan recibir aún más.

Sean éstos u otros los motivos, desde luego parece evidente que se pretende destruir la gobernabilidad. El nuevo Gobierno de la Xunta llegó muy condicionado por unas elecciones que ganó por un sólo diputado a un poder político muy asentado no sólo en la Administración sino también en la sociedad. La Xunta del PP no sólo era de un partido, era también de algunos grupos y empresas que habían estrechado lazos con aquella Administración. Y parece que lo que perdieron en las urnas lo quieren recuperar ahora a través de campañas de prensa.

Se pretende condicionar al Gobierno hasta el punto de que sólo se pueda gobernar con el permiso de un periódico, como si en Galicia hubiese un poder político sobre el poder democrático del presidente de la Xunta.

Hubo una opresión histórica sobre Galicia y aún la hay en ciertos aspectos, pero esconde lo más hiriente: el papel de algunos gallegos que se creen dueños del país y pretenden devorarlo. La autonomía y sus posibilidades para crear un país que afronte sus problemas históricos estuvo y está siendo boicoteada sistemáticamente desde dentro. Y la debilidad y los enfrentamientos internos de los partidos que encarnan el cambio les impide librarse de la telaraña de intereses y ataduras que siguen actuando para condicionar la política democrática, la única que es legítima. Lo demás son chantajes. La política en Galicia es un juego corrupto por la deslealtad al país de algunos poderes, señoritos que pretenden desde la sombra dominarnos a todos.

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