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Columna
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Galileaks

En el intercambio de mandobles y declaraciones que son hoy la esencia de la política y de la parte supuestamente noble de los medios de comunicación, llama la atención la estrategia de la Xunta/ PP de Galicia de invocar el "apagón informativo" del anterior gobierno sobre los incendios forestales como justificación del "pudor comunicativo" de la actual administración. Parecería una osadía (el despliegue informativo en 2006, dada su magnitud, todavía está en la memoria, colectiva o de los propios medios), pero no lo es según el análisis de los efectos de la comunicación que hacía en este periódico Soledad Gallego-Díaz bajo el título Juegos del cerebro. Para los que sólo leen el primer párrafo venía a decir -en resumen propio- que ya no hace falta decir mil veces una mentira para que sea verdad: basta con decirla primero.

Hay políticos, incluso candidatos a presidente, que ni siquiera admiten preguntas de la prensa

Para los que acometen los siguientes párrafos, Soledad Gallego-Díaz comentaba las últimas investigaciones sobre el llamado "sesgo de confirmación" (hacer caso sólo de lo que refuerza nuestras opiniones previas, no de lo que las cuestiona). Dada la avalancha de información que recibe cualquier ciudadano que no resida en una cueva, tiende a elegir los datos a su favor y a rechazar los otros, con lo que conocíamos como la noble tarea de informarse ya no supone contrastar nuestras creencias, sino encastillarse en ellas (la percepción de los estadounidenses sobre la necesidad de la guerra de Irak es el ejemplo de libro). En este escenario tan descorazonador (sobre todo para los que nos dedicamos a informar), Gallego-Díaz propone que "quizá hay que sacar los colores inmediatamente a quien difunde los primeros datos falsos sobre los que después se van a basar las opiniones incorrectas".

El problema es que tampoco lo de los datos fidedignos con los que sacar los colores está fácil. El periodismo es cada día más colocar aquí o allá las informaciones redactadas por las fuentes institucionales, sin ni siquiera retocarlas en muchos casos. Los que, caso de tener tiempo para ello, se emperran en la vieja tradición de confrontar los datos proporcionados por las instituciones, o en obtener los que no tienen a bien facilitar, cada día lo tienen más difícil. De hecho, aquí, algunos -incluso candidatos a presidente del Gobierno- ni siquiera admiten ya preguntas cuando convocan a la prensa. De ahí la existencia, y el éxito, de iniciativas como ProPublica (un medio digital sostenido por donaciones de quienes quieren periodismo de investigación que no obtienen en medios tradicionales, y cuyos reportajes este año han ganado uno de los premios Pulizter y han sido finalistas en otro), Wikileaks (no creo que sean necesarias las presentaciones), o en España las todavía en despegue PeriodismoHumano o FronteraD. Medios profesionales (Wikileaks es otra cosa) comprometidos, ante todo, con la esencia del periodismo.

Volviendo a la realidad que se nuclea alrededor de Compostela, el problema no es ya obtener los datos y las respuestas para cumplir la vieja función de contar a la ciudadanía lo que alguien no quiere que se sepa, además de divertirla. Es tener donde reflejarlos. El espectro ideológico de los medios se estrecha, y como suele pasar, lo hace por la parte más débil y menos mainstream. Pero no es tan lógico que la Administración se convierta en catalizador de ese supuesto darwinismo. Para quienes han llegado al penúltimo párrafo: no parece muy ético adeudar, retrasar y disminuir las ayudas a los medios en gallego, no decir a cuánto ascienden las subvenciones a los medios en castellano y al tiempo regalar a los centros educativos ejemplares de un diario conservador que se edita en Madrid.

Lo malo es que, además de echarle la culpa que tiene a la Administración, no se vislumbran soluciones a ese problema (si lo ven como un problema, claro). El público susceptible a los llamamientos de la galleguidad parece sentirse más cómodo en el desaliento que siendo proactivo, dando opiniones más que apoyo. Los profesionales no parecen acertar con la tecla adecuada. Las empresas... bueno, ya saben. Lo peor es que, ahora que Internet ha aligerado al límite la pesada carga de lanzar un medio, no aparece nada en el horizonte. Ni Galiweaks ni FronteiraG. (Por cierto, el presupuesto anual de Wikileaks, salarios incluidos, ronda los 600.000 dólares. Más o menos la misma cantidad que la Xunta ha condescendido a otorgar ahora a los medios en gallego). Quizá porque, como advierte Homer Simpson, intentar hacer algo es el primer paso hacia el fracaso, o porque, en palabras del psiquiatra Adler, es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos.

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