Elina Garanca entusiasma al público en Santiago
La mezzosoprano letona Elina Garanca (Riga, 1976) puso boca abajo el Auditorio de Galicia, en Santiago, acompañada en un memorable concierto por la Real Filharmonía de Galicia (RFG) dirigida por Karel Mark Chichon (Londres, 1971). Y lo hizo con todas las de la ley: a partir de una bellísima voz manejada con impecable técnica y dotando a cada una de sus intervenciones del carácter y sentimiento más adecuados al servicio de la partitura.
El concierto no cayó en los acostumbrados excesos populistas del ciclo Galicia Classics en busca de los oropeles del éxito fácil, satisfaciendo también a los melómanos más exigentes. Pero hay que señalar que el programa estaba diseñado para ganarse al público desde el inicio y rematar en un crescendo emocional.
Lo primero se logró empezando con los pasodobles España cañí, Gerona y El gato montés (este, tocado a una velocidad de vértigo), en los que se reconocía la espléndida orquestación de Carmelo Bernaola. Ya con Garanca en escena, sus versiones de El Vito -con un solo lleno de gracia y bravura del concertino invitado, Teimuraz Janikashvili- y de la canción española de El niño judío mostraron su idónea pronunciación y vocalización en español y su garbo en la interpretación de nuestra música. En la obertura de I vespri siciliani, Chichon extrajo de la RFG todo su sentido teatral, como hizo Garanca con sendas arias de Ponchielli y Donizetti.
Música española
En la segunda parte, toda la música era creada o inspirada en España. El preludio de El bateo, dirigido con todo el cuerpo por Chichon, sonó lleno de carácter. Garanca voló del donaire en la Canción de Paloma de El barberillo de Lavapiés al hondo sentimiento de El cant dels ocells en la versión de Montsalvatge, con el sentido concurso del solo de chelo del principal Plamen Velev.
El intermedio orquestal del Capricho español de Rimski-Korsakov, con una RFG soberbia y briosos solos de violín, trompeta y de cada solista de viento-madera, precedió al estallido final de cuatro piezas de la Carmen de Bizet como nueva oportunidad, aprovechada al cien por cien por Garanca, de mostrarse como la gran artista que es, antes de obsequiar al público gallego con tres propinas que pusieron los pelos de punta por la emoción incluso a los más conspicuos.
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