¡Dinos algo de izquierdas!
Una cosa es tener el gobierno y otra, muy distinta, tener el poder. Recuerdo cómo Xavier Rubert de Ventós me decía, a propósito del abortado cambio de gobierno en Cataluña, que después de aquel intento Pasqual Maragall había perdido el poder, aunque continuase siendo presidente. Después vinieron muchas cosas y, al final, el pacto entre Zapatero y Mas, pero desde aquel instante Maragall había perdido ya la iniciativa política y ese aspecto sutil, inmaterial y simbólico que es uno de los grandes recursos del poder. El poder tiene, desde luego, formas muy materiales de ejercerse pero es, en última instancia, una cuestión de misticismo.
El Gobierno bipartito ha presentado los presupuestos para 2008. Son los primeros en los que se ha notado de modo fehaciente un cambio en las prioridades y registran abultadas cifras para la inversión y el gasto social. Parece haber una opinión generalizada entre los analistas de que van en el camino de lo que puede ser una óptica de eficiencia y competitividad y también en el de lo que pueda ser una óptica de redistribución, protagonizada en gran medida por el comienzo de la aplicación de la Ley de Dependencia. Lo que signifique el nacionalismo en los Presupuestos, más allá del canon hidroeléctrico que anuncia la Consellería de Economía, de eso estamos a la espera.
O el bipartito impulsa políticas de alcance con más fuelle o decaerá en un progresivo marasmo
Tal vez esos Presupuestos signifiquen que el bipartito empieza a sentirse seguro de sí mismo, o que está comenzando a tomarle la medida a una administración cuyo ejercicio se le escapaba, dada la novedad en los cargos de gentes bregadas sólo en el prolongado ejercicio de la oposición. Al principio de la legislatura daba la impresión de que una costra de parálisis lo envolvía todo, hasta el punto de que el gobierno se veía obligado a vender como grandes avances medidas menores: la gratuidad de los libros de texto o el salario de las mujeres maltratadas. Sin embargo, en Galicia el no hacer nada da mucho prestigio. La sensación era que el gobierno estaba acomplejado, con el voto del PP rezongando en la nuca.
Ese no hacer nada y subir en las encuestas todo era uno. Las cosas que dependían de la sola voluntad, sin coste alguno más allá del riesgo político (las medidas democratizadoras como controlar las subvenciones a medios de comunicación o la Ley de Cajas) se fueron quedando en el cajón. Aunque las que se refieren a infraestructuras son asunto decisivo, nunca se discuten: sólo los plazos y la financiación. Los asuntos más polémicos y positivos, como la protección de la costa o los esfuerzos por recuperar la memoria histórica vinieron dados por un estado de opinión ya muy establecido y por la agenda estatal. Se nota que la capacidad de elaboración por parte del gobierno de Galicia de nuestra propia agenda e intereses es todavía muy baja.
Todo parece augurar que el bipartito no va a tener problemas en el futuro por el lado electoral. Puede que, como sucede hoy, las ganancias vayan, sobre todo, al lado socialista o que, si cambia el ciclo - una cierta sensación de crisis económica generalizada en España- los nacionalistas recuperen posiciones-cosa que no facilita su escaso afán por practicar cierta simpatía hacia su electorado- pero sería verdaderamente difícil imaginar que no estemos ante un ciclo de, por lo menos, dos legislaturas. Que el PP vuelva a ganar por mayoría absoluta es punto menos que imposible hoy por hoy.
A eso, precisamente, es a lo que el bipartito ha de temer. Porque, una de dos, o utiliza esa ventaja para impulsar políticas de alcance, para crear otra atmósfera con más aire y fuelle, o bien irá decayendo en un progresivo marasmo. Hay que recordar que esa fue la historia del fraguismo. Una vez perdido el entusiasmo inicial generado por la vuelta a casa del patrón, y usufructuado éste por los barones, el país empezó a vivir en una inercia que sólo el Prestige y la avanzada edad del candidato supieron conmover.
Pero un gobierno progresista y nacionalista debiera ser proactivo y no reactivo: no acotar la energía en los márgenes de una gestión roma. Eso, hay que reconocerlo, es lo más difícil. Es el aspecto místico y carismático del poder. Más complicado aún en un país acostumbrado al apaño y a la no-política. Me acuerdo de lo que el cineasta Nanni Moretti le gritó en un mitin a Massimo D'Alema, entonces líder de los progresistas italianos: "¡Massimo, dinos algo de izquierdas!"
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