¿De qué sirve un Síndic cautivo?
La Unió de Periodistes del Pais Valencià apeló al Síndic de Greuges de la Generalitat para que le amparase frente a la censura que la Diputación provincial presidida por el eminente Alfonso Rus impuso en la exposición fotográfica que se exhibió en marzo pasado en el Muvim o Museu Valencià de la Il·lustració i la Modernitat, lo que no deja de ser circunstancialmente paradójico. Como es sabido, la mentada Corporación consideró que algunas de las imágenes expuestas, alusivas al escándalo Gürtel y ampliamente divulgadas en los medios informativos, eran lesivas para el prestigio del PP. La muestra se clausuró llevándose por delante al mismo director del museo, reacio a transigir con tal atropello. Por cierto, su sucesor se apresuró a acreditar su incuestionable docilidad.
Nadie puede creer que la mentada Unió ignorase a qué santo se encomendaba, pues entre los pecados e impericias de los periodistas no suele figurar la ingenuidad. Del Síndic en ejercicio se conocía al dedillo su perfil biográfico, ahormado ideológicamente por aquella prolongada pesadilla que fue el Movimiento Nacional, pero dúctil para adaptarse a las sucesivas versiones de aquel engendro, como han sido Alianza Popular y el PP. O sea, la modulación del azul mahón proletario al azul celeste que José Cholbi (Xàbia, 1938) ha sabido asimilar con la pericia de un profesional de la sobrevivencia política. Pero a pesar de estas desalentadoras credenciales, a él le correspondía como titular del cargo velar por la defensa de los derechos y libertades reconocidas en la Constitución y en el Estatuto, y a él se apeló por eso mismo.
Que ahora haya salido por peteneras apoyando la censura ejercida en el Muvim mediante un razonamiento tan chusco como pueril debemos considerarlo perfectamente lógico y previsible, pero también revelador de la gran indigencia democrática en la que nos ha sumido el partido gobernante, decimos del PP que lidera Francisco Camps. Al fin y al cabo, ¿de dónde iba a sacar resuello ese viejo rockero de las nóminas y moquetas públicas para poner en evidencia al partido que nos gobierna y le ampara, puesto en solfa por sus malversaciones y perversión de las instituciones. ¿Cómo esperar que este abnegado servidor se sintiese liberado de tan vitalicia obsecuencia partidaria para investirse siquiera por un día de los atributos de la Sindicatura que ostenta? Ya decimos: no se esperaba, pero era oportuno ponerle en el brete.
Llegados a este punto la pregunta que procede formularnos es de qué nos sirve a los ciudadanos la figura estatutaria de un Síndic cautivo del Gobierno, circunstancia que acontecerá siempre que un partido poco o nada proclive a los usos democráticos obtenga la mayoría absoluta, cual es el caso. Algún arreglo de la ley que regula esta figura habría de concertarse entre los grupos parlamentarios para dotarla de la independencia y relevancia que hoy no tiene. Pero, obviamente, tan quimérica propuesta requiere la voluntad política de todos los partidos para profundizar la democracia con que creímos dotarnos y que desde 1995, con la irrupción de los populares en la Generalitat, no ha hecho otra cosa que corromperse hasta alcanzar el climax escandaloso de las dos últimas legislaturas. No creemos que el PP esté por la labor y, de momento, la izquierda no puede forzar cambio alguno. El Síndic, pues, seguirá siendo un muñeco de guiñol a la espera de ser redimido.
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