Test para detectar ricos
Anda el personal intrigado con el asunto de los ricos. Desde que el Gobierno se ha propuesto apretar las tuercas a los ricos de verdad, no nos llega la camisa al cuerpo. ¿Y si yo fuera un rico de verdad?, nos decimos con un nudo en la boca del estómago. Sostienen los malpensados que nunca lo hará y que todo esto viene a ser como aquella revolución pendiente que decían que había que reactivar en el régimen burgués de Franco. Pero los que confiamos en su palabra, y ya tiene mérito, andamos con la mosca detrás de la oreja porque si hasta ahora no ha logrado saber quiénes son los ricos de verdad, ¿por qué habría de acertar en esta ocasión? ¡A que vuelven a cargársela los de siempre, los pensionistas y las embarazadas! Al fin y al cabo, estas comen por dos, como los ricos, y aquellos tienen el chollo del Imserso y de la tarjeta dorada, o sea, que ni te cuento lo que ahorran. O los empleados públicos: algo turbio debe de haber en todo esto del funcionariado cuando siempre cobran en legal.
Y en estas que mi departamento, en el que nos dedicamos a la Semiótica, recibe una carta de Hacienda, no para llamarnos a capítulo, sino... para que montemos un máster destinado a sus inspectores. Así que nos reunimos para organizar la guía docente de un curso de Reconocimiento de signos de riqueza. Descartada esa tontería de mirar la declaración de patrimonio, establecimos tres niveles: 1) signos sobrenaturales; 2) signos materiales; 3) signos inmateriales. Los primeros son los del Evangelio, aquello de que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, ya saben. El problema es que para calibrar la riqueza inmoral de un individuo hay que esperar a que esté fiambre y se te aparezca en sueños. Lo de los signos externos promete más. Por ejemplo, el cochazo. Si fulano tiene un modelo de cilindrada alta y encima 4x4, rico seguro. Pero un compañero nos hizo ver que el domingo había vuelto de la playa por la carretera de El Saler y se entretuvo contando ese tipo de coches: uno de cada tres. Peor aún: todos conocíamos paletas que se habían comprado el coche de los aritos y ahora estaban en el paro y con el piso embargado. Así que optamos por el tercer nivel. Si alguien habla como un pijo de colegio de curas, bingo. Este método parece infalible: no se conoce ni un solo pobre, ya no digamos un inmigrante, que haya sido aceptado en uno de esos colegios, y eso que están subvencionados. Lo malo es que desde hace un tiempo la jet se ha vuelto tremendamente hortera y dice horrendas palabrotas en los programas basura. En fin, que no sé cómo vamos a cuadrar el máster. Es una lástima, porque hasta teníamos clases prácticas impartidas por El Bigotes, un verdadero especialista. Habrá que volver a reunirse.
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