¡Ojo con el fanatismo!
Coincidir enarbolando banderas españolas junto a fascistas y neonazis de diverso pelaje debería suponer una señal de alarma para los dirigentes del PP. Una invitación a detenerse y pensar bien lo que están haciendo. Porque las protestas contra la decisión del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero de conceder la prisión atenuada a Iñaki de Juana Chaos (¿quién puede sentir simpatía por semejante pistolero?) alcanzan un tono irresponsable de hipócrita indignación. Si de eso se trata, el militante de ETA acortó su estancia en la cárcel porque redimió parte de su condena durante los gobiernos de José María Aznar, con Rajoy y Acebes como ministros.
El episodio, además de demostrar que la justicia democrática nunca debe perder su circunspección ni ante los terroristas más sanguinarios porque después hay que remendar precariamente los desperfectos, se suma a una actitud general de la derecha, a un estado de enfurecimiento que no puede ser sano. Una furia, y eso es lo peor, inducida en cualquier circunstancia con calculado cinismo desde los despachos de la oposición.
En el País Valenciano, por ejemplo, nos hemos acostumbrado a bostezar ante el vacío discurso triunfalista de los populares, pero cuesta mantener la calma ante las convulsiones histéricas de su victimismo. Si hay que hacerles caso, la visita de los parlamentarios europeos para evaluar el problema de los abusos urbanísticos ha sido una ofensa a todos los valencianos y no la consecuencia de la ineptitud del Consell que preside Francisco Camps para frenar el desbarajuste, buscar consensos y dotar de sentido común la planificación del territorio. De otro lado, el bloqueo de las obras de la planta desalinizadora de Torrevieja, que ha de suministrar agua a millones de personas, con la excusa de un "impacto ambiental" que, por lo visto, no tendría la ingeniería de un trasvase de cientos de kilómetros, obedece a una gestualidad extremista que empieza a impregnarlo todo.
Las estrategias de la tensión no sólo echan a perder las biografías de políticos supuestamente liberales. Las hogueras del enfado permanente, encendidas por émulos de aquellos ideólogos arribistas de la Unión Soviética de quienes Gorki escribió que "se pasean con el semblante de alguien a quien la humanidad le debiera un rublo y cincuenta kopeks y no quisiera devolvérselos", abrasan la lucidez de una parte de la opinión pública y abonan el fanatismo.
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