Menuda Mostra
La verdad es que nuestro país no tiene mucha suerte con los festivales de cine, por no decir ninguna. A estas alturas, no parece que vaya a celebrarse otra vez el de Peñíscola, una especie de refrito de verano, y otro tanto cabe decir del festival de L'Alfàs del Pi, que se celebra precisamente por los mismos motivos. El que sigue erre que erre en su errático empeño es la recién inaugurada Mostra de València / Cinema del Mediterrani, que en esta ocasión se parece más que nunca a la programación de una cadena televisiva más o menos de pago. Es una Mostra sin programa ni objetivos distintos a los de proyectar unas cuantas películas, vengan de donde vengan y de no importa qué autoría. Se acoge, en esta edición más que nunca, a ese oportunismo de aluvión según el cual lo mismo da Bertrand Tavernier que Federico Fellini, Paul Newman que Jorge Sanz. Cualquiera de sus ciclos y retrospectivas está ausente de toda noción de rigor, por lo que lo mismo se rinde homenaje a Tavernier que a Manuel Gutiérrez Aragón (el caso es que se dejen, y ya está), y como da la casualidad de que David Lean o James Stewart nacieron o murieron en un año terminado en ocho, pues nada, se les rinde también un merecido homenaje, y santas pascuas. ¿Y lo nuestro? Pues lo de siempre: un ciclo centrado en la presencia cinematográfica de la obra de Vicente Blasco Ibáñez. No se trata tanto de un afán de abarcarlo todo como de una demostración de que los responsables del asunto no saben bien por dónde tirar, con la de cosas que se pueden hacer con un festival de cine en mano de personas con criterio, así que donde todo cabe es que en realidad no se ofrece casi nada. Refritos y proyecciones de películas que pueden verse sin pegas en cualquier canal televisivo. Eso sí: vendrá Isabelle Huppert (¿a cambio de cuántos miles de euros?), que no está nada mal, pero no se ve a santo de qué.
Son ya casi treinta las ediciones de un festival que, salvo los años inmediatos a su puesta en marcha, no ha servido para cohesionar nada, como si partiera cada año desde cero, ni mucho menos como acicate o trampolín para los todavía inexistentes cineastas valencianos, por más Ciudad del Cine alicantina que le echen al asunto, así que ni se sabe el presupuesto que se han fundido con nuestro dinero en ese auténtico agujero negro en el curso de los años (tampoco es que Teatres de la Generalitat haya cumplido su objetivo fundacional, el de contribuir, entre otras leyendas programáticas, a la consolidación de la escena valenciana, pero ese es otro asunto, aunque de parecido rango a la hora de considerar la distancia que media entre la realidad y el deseo, si lo fue). Así las cosas, que la Mostra proyecte películas como Vértigo, Anatomía de un asesinato o La ventana indiscreta, excelentes por otra parte, suena más a broma macabra que a celebración del talento de un actor o de los cineastas que lo dirigieron.
Mirándolo desde otro punto de vista, que viene a ser prácticamente el mismo, llama la atención que una tribuna publicada hace unos días en este periódico por Ángeles González-Sinde, presidenta de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, ahí es nada, siga demandando ayuda para el cine patrio a fin de que los espectadores aprendan a mirarse a sí mismos en las pantallas (como si El Padrino fuera un producto extraterrestre que nada comunica a los vecinos de Alcoi o de Seseña, y pretensión más bien marciana con el cine de Almodóvar, por ejemplo), a cuenta de una magna reunión de cine celebrada en México, con su declaración final y todo, como si no supiera sobradamente que esos eventos sólo sirven para gastar el dinero del contribuyente y farfullar otra vez: mecachis, con lo buenos que somos, y nadie nos hace caso. Pues eso.
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