Pero, ¿qué es la Ilustración?
Todos los valencianos no reaccionarios estaríamos hoy en día encantados si Voltaire hubiera nacido en Valencia y Diderot en Alicante, o viceversa. Si David Hume y Adam Smith hubieran desarrollado sus teorías en el seno de una Escuela Histórica Alcoyana de Filosofía Moral. Si Cesare Beccaria y Ferdinando Galiani hubieran sido oriundos de Burriana y Villarreal, respectivamente. Y el colmo de nuestra alegría hubiera sido que Immanuel Kant -quien con agudeza formuló ya en 1784 una pregunta, Was ist Aufklärung?, tan difícil que desde entonces no ha dejado de provocar riadas de tinta- en lugar de recluirse en la ciudad entonces prusiana de Königsberg para escribir sus profundas Críticas filosóficas y éticas lo hubiera hecho en Oliva, acompañando en sus últimos años al más célebre solitario de esa población de La Safor: nuestro modesto Gregorio Mayans y Siscar. Incluso algunos reaccionarios valencianos podrían participar de tales sentimientos al anteponer a su ideología conservadora el orgullo (o quizá el interés) de contar con unos alejados antepasados ilustres que con el tiempo pasado ya no constituirían una real amenaza. Pero no sólo nos hubiera encantado a los valencianos, reaccionarios o no, sino también a catalanes, aragoneses, vascos, asturianos, gallegos... Y en general a los españoles, pues todos estarían bien gustosos de añadir ese plantel de grandes celebridades a la modesta galería local de personalidades de aquel siglo llamado de las luces, aunque en realidad fue de las luces, las penumbras y las tinieblas. Es cierto que en el conjunto de la España del siglo XVIII sólo surgió una figura de reconocido carácter universal, como fue el pintor de Fuendetodos: Francisco de Goya. ¿Pero el hecho de carecer de otras grandes celebridades universales significa que no se llegara a conocer un auténtico espíritu ilustrado entre los españoles? ¿Significa que en el País Valenciano no se superara el mero género erudito frente a otras experiencias españolas más ilustradas como la del padre Feijoo que desde Oviedo se ocupaba al menos de divulgar algunas luces europeas? ¿Pero qué es ilustración y qué es erudición?
Resulta un estimulante reto plantear en un periódico la discusión crítica de unas cuestiones generalmente relegadas a las revistas y libros especializados. Un género de debate intelectual que es necesario acometer tanto para recuperar la memoria del pasado como para saber con cierta perspectiva histórica donde estamos en el presente, y sobre todo para no comulgar con ruedas de molino. En esta ocasión, el mérito de sustraer estas cuestiones de los ámbitos especializados y de dar publicidad a su discrepancia con determinados planteamientos usuales en ellos corresponde al reconocido escritor Martí Domínguez, quien el 19 de octubre ofrecía desde estas páginas unas interesantes reflexiones críticas acerca de las Ilustraciones valenciana y española a propósito del reciente libro sobre Don Gregorio Mayans y Siscar del profesor y distinguido historiador Antonio Mestre.
Sapere aude! Tal fue el lema o más bien el grito de ánimo con que Kant respondió a su propia pregunta sobre la naturaleza de las luces. "Atrévete a pensar por tí mismo". Frente a cualquier tipo de dogmatismo, hay que tratar de elevar la propia razón crítica a único juez de la verdad, la justicia y la libertad. La Ilustración no era para el solitario de Königsberg sinónimo de posesión de conocimientos ni de brillantez literaria o científica; más bien consistía en una actitud, un modo de proceder que implicaba el uso progresivo de una racionalidad crítica en constante actividad, y nunca satisfecha del todo pues no podía olvidar la propia y constante autocrítica. Ahorraré al lector la referencia a la amplia y compleja serie de debates y revisiones conceptuales que especialmente en el campo de la filosofía ha estado generando hasta hoy el sugerente lema de Kant. Lema que en cierto sentido sigue en pie.
Sin embargo, para obtener una apreciación razonablemente aquilatada de las discrepancias planteadas por Martí Dominguez respecto a Antonio Mestre es preciso indicar que junto al enfoque teórico kantiano sería necesario considerar también los principales resultados alcanzados por la creciente investigación histórica sobre qué es lo que realmente ocurrió con las luces en los distintos países europeos; sobre los movimientos favorables y sobre las fuertes resistencias que se opusieron por toda Europa a la difusión de los valores ilustrados, incluyendo así en un análisis comparativo europeo los casos español y valenciano. Tarea que no deberíamos descartar para un futuro más o menos próximo. De no hacerlo, es posible que nunca superemos en nuestros debates el listón del caso particular, de la excesiva simpatía por el autor escogido, de la veneración sistemática hacia los paisanos frente a los forasteros o viceversa, del brillante pero poco argumentado tono despectivo generalizado, o de los simples gustos o intereses de cada cual. Creo que en ausencia de ese enfoque tentativo nunca lograríamos una discusión realmente ilustrativa, una valoración ilustrada en sentido kantiano, de la Ilustración valenciana y de sus relaciones con la española y la europea.
Otra cuestión que concede un interés adicional al asunto radica en la posible manipulación política actual del fenómeno de la Ilustración. Al respecto puede consultarse la sección correspondiente a los usos políticos de la historia y la entrevista a Giovanni Levi del primer número de la revista de pensamiento contemporáneo Pasajes.
Existe no obstante un caso no valenciano pero bien ilustrativo de manipulación ilegítima de la Ilustración que no puedo dejar de relatar. Si hay algún ministro o ministra del actual Gobierno español que no ha destacado por su espíritu ilustrado es el primer vicepresidente, quien entre otras conocidas actuaciones emprendió desde su nombramiento una dispendiosa e insistente tarea de apropiación de la figura del melancólico Jovellanos. Ante la sorpresa mayúscula de quienes conocían su vigorosa biografía, el ministro popular se presentó con tenacidad digna de superior empeño como heredero directo de Jovellanos; consiguió que se le concediera un premio bajo el nombre del ilustrado gijonés y llegó a organizar una magna exposición en 1998 sobre Jovellanos, ministro de Gracia y Justicia, en cuyo lujoso catálogo no se sonrojaba al escribir que don Gaspar fue el primer formulador de la teoría del centro reformista y él mero receptor y actualizador de su legado.
Sin embargo, lo peor que hubiera podido ocurrir con esa abusiva operación manipuladora es que en lugar de concentrar sus esfuerzos en denunciar críticamente al manipulador algún conocido escritor no reaccionario asturiano se hubiera dedicado a desacreditar al manipulado. Que se hubiera precipitado en negar el pan y la sal ilustradas a Jovellanos y a otros modestos ilustrados asturianos, relegándolos a la condición simple de eruditos. Erudición que por otra parte y para terminar fuera de ese ámbito viciado de las manipulaciones políticas me merece gran respeto y hasta un punto de admiración, tanto por su modestia como por ser condición necesaria para una Ilustración quizá moderada pero con vocación efectiva y duradera.
Vicent Llombart es catedrático de Historia del Pensamiento Económico de la Universidad de Valencia. Vicent.Llombart@uv.es
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