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Columna
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Apostar por el viento fresco

Dos únicos precandidatos se disputan las elecciones primarias socialistas al ayuntamiento de Valencia y ambos están quemando ahora sus últimos cartuchos para reunir los avales necesarios ante el inminente cierre del plazo. En este trance, el partido se ha sacudido su habitual sopor y los conciliábulos han insuflado una inusual actividad en la sede del PSPV, sita en la calle Blanquerías de la capital, así como en la hostelería del entorno. El poder orgánico o la llamada fontanería, por su parte, también se aplica a fondo para pervertir la democracia echando su peso y presión a favor del aspirante oficial, cuando ambos son igualmente legítimos y deberían contar obviamente con las mismas oportunidades. Todo ello, a la postre, delata que en el socialismo indígena hay aún vida y los vicios de siempre.

El aludido candidato oficial es Joan Calabuig (Valencia 1960), de cuyo perfil biográfico se debe destacar su antigua y plena vinculación al partido, en el que ha asumido importantes responsabilidades en la promoción y gestión de sus ramas juveniles. Fue eurodiputado y desempeñó asesorías diversas. O sea, que siempre pisó moqueta y no se le conocen otras dedicaciones o aptitudes, así como tampoco ninguna discrepancia digna de recordación con la línea oficial, discurso o iniciativa. "Dócil y gris" ha podido ser su lema para navegar en la vida pública, lo que explicaría tan discreta como segura escalada personal. De prosperar su opción tendríamos un alcalde virgen en asuntos municipales o un jefe de la oposición que previsiblemente prolongaría la confortabilidad de doña Rita Barberá.

En el rincón opuesto calienta guantes Manuel Mata, de la misma añada que su antagonista, pero de muy distinta pasta. Es un abogado acreditado, proclive a implicarse en causas difíciles y justas, de ahí quizá su pertenencia a Izquierda Socialista, una cofradía que en el seno del PSPV contribuye a que éste no pierda del todo sus credenciales progresistas. Ha sido concejal en la capital y es diputado en Cortes, y desde uno y otro escaño ha dado sobradas pruebas de una oratoria documentada, afilada e implacable. Pertenece a la eximia minoría de ciudadanos que no solo aman su ciudad, sino que la conocen en su historia y problemas. No es temerario apostar que con él llegaría una ventada fresca al consistorio del Cap i Casal. Y de no ganar la vara de mando, pero sí la portavocía del principal partido de la oposición, a buen seguro que a la alcaldesa se la había acabado la placidez de su dilatado gobierno.

Lo pertinente por clarificador sería que el clan dirigente del PSPV -decimos de Jorge Alarte y sus fieles- facilitase por igual el camino a ambas candidaturas -o las que hubiera-, fomentando la confrontación y el debate entre ellas. Sería el modo idóneo de promocionar al mejor dotado, verificar públicamente su discurso o propuestas y recabar de paso el voto de la ciudadanía suscitando expectativas e ilusiones. Muy al contrario, y a tenor de la nefasta práctica, al competidor se le convierte en enemigo y se siembra de dificultades su avance, acortando plazos e incluso coaccionando a los posibles avalistas, como acontece. De ahí que el triunfo de tipos como Mata no solo sea conveniente, sino que su derrota conllevaría una acrecida frustración para cuantos se reclaman de izquierda. Una más.

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