La tristeza de Svetlana Tijanóvskaya por la Bielorrusia que no pudo ser
El documental ‘La legítima presidenta de Bielorrusia’ sigue en su exilio a la líder opositora que se midió a Lukashenko en las elecciones de 2020, resueltas con un pucherazo. El filme deja un regusto amargo y de impotencia
El régimen dictatorial de Bielorrusia celebró elecciones presidenciales el pasado domingo. Sorpresa: Aleksandr Lukashenko obtuvo el 87,6% de los votos. No es para tanto, dado que no había oposición de ningún tipo, toda ella aplastada y todos sus líde...
El régimen dictatorial de Bielorrusia celebró elecciones presidenciales el pasado domingo. Sorpresa: Aleksandr Lukashenko obtuvo el 87,6% de los votos. No es para tanto, dado que no había oposición de ningún tipo, toda ella aplastada y todos sus líderes encarcelados o exiliados. Había sido incluso más increíble el resultado que proclamó en febrero de 2020. Entonces le surgió un contrincante de peso, Serguéi Tijanovski, un popular activista y youtuber, y lo metió en la cárcel, donde sigue encerrado hoy. Así que las papeletas de la oposición llevaron al final el nombre de su esposa, Svetlana Tijanóvskaya. El dictador la despreciaba por su sexo: dijo que el pueblo nunca votaría a una mujer, que la Constitución no está hecha para ellas y que una presidenta “colapsaría, pobrecita”. Pero la candidata (y otras dos mujeres igual de valientes a su lado: Maria Kolésnikova y Verónika Tsepkalo) despertaron entusiasmo entre la población. El conteo oficial dio un 80% para Lukashenko y un 10% para su rival. Ella dijo después que si el presidente se hubiera adjudicado, por ejemplo, un 55% del voto, quizás podría haber engañado a alguien. Así no engañaba a nadie.
Aquel pucherazo fue respondido con movilizaciones masivas en las calles de Minsk. Pero Lukashenko y su padrino Vladímir Putin no iban a permitir una revolución ciudadana como la que seis años antes había derribado a otro títere del Kremlin en Ucrania. La represión fue feroz. Tijanóvskaya, a quien sus seguidores llamaban Sveta, fue detenida brevemente y obligada (ese clásico de los autoritarios) a grabar un vídeo en que pedía a sus seguidores volver a casa. Y se refugió en Vilna, la capital de Lituania, a 40 kilómetros de la frontera bielorrusa, pero una distancia abismal entre la UE y la penúltima dictadura de Europa. Improvisó en Vilna un equipo de colaboradores, contactó con los líderes europeos y con la Casa Blanca, empezó a documentar los abusos del régimen. Trató de mantener viva la llama la oposición. Su historia se cuenta en el documental La legítima presidenta de Bielorrusia, producción británica disponible en Movistar+.
El metraje sigue a Tijanóvskaya en su día a día en Lituania y en sus gestiones internacionales. Hay poco material, eso se echa de menos, de las protestas multitudinarias en su país. Aunque sus colaboradores están todo el rato conectados a lo que pasa en Minsk, que siguen en directo por videocámaras, el relato no deja de ser tan penoso como es el exilio. En algún momento la vemos enfadarse con su equipo cuando no tiene planeados los próximos pasos. Ella reconoce algunas inseguridades: no era más que una filóloga que fue profesora y traductora, y era una esposa dedicada al hogar cuando tuvo que tomar el testigo de su marido y liderar un movimiento de masas. Vemos el peso de la responsabilidad sobre ella cuando ve a los suyos, desde lejos, apaleados y detenidos. Confiesa que sí, que fue ingenua al pensar que Lukashenko iba a permitir que llegara a presidenta. Tiene que explicar a sus dos hijos por qué no está papá con ellos. Él fue condenado a 18 años de prisión por desórdenes públicos. Ella misma fue juzgada en rebeldía y le cayeron 15 años. No está predispuesta al martirio como lo estuvo Alexéi Navalni en Rusia.
Los ganadores morales de las elecciones no ejercen el poder, lo hemos visto en otros sitios. El mismo nombre del documental refleja los titubeos del mundo ante estos casos. La legítima presidenta de Bielorrusia, como se ha traducido el filme en España, significa algo distinto que el título original The Accidental President, la presidenta accidental. El debate es incómodo para las democracias: reconocer a presidentes electos pero nunca en ejercicio es éticamente defendible, pero en la práctica no lleva a ningún sitio (como se vio con Juan Guaidó, el “presidente encargado” que eligió el Parlamento venezolano, como se ve ahora con Edmundo González, pese a las pocas dudas de que fue el más votado). La diplomacia, como parte de la política, es el arte de lo posible.
Este documental deja el regusto amargo de la derrota, de la revolución fallida, del sacrificio inútil. Lukashenko sigue aferrado a su silla, y va para tres décadas. Después de aquella farsa electoral de 2020, inició una escalada de dislates: secuestró un avión para detener a otro opositor exiliado (el periodista Roman Protasevich, al que forzaron a renegar de su causa en televisión y acabó indultado); lanzó una ola de migrantes contra la UE, eso que llaman ataque híbrido, y sufrió una primera catarata de sanciones europeas. En 2022 se le impuso el mismo castigo que a Rusia por su participación, desde el primer día, en la guerra contra Ucrania. Todo esto no ha hecho más que acrecentar su dependencia de Moscú, que apunta incluso a una integración. Podemos ver a Tijanóvskaya seguir todos estos acontecimientos con determinación, pero desde la impotencia.
Es previsible que Trump y Putin se entiendan sobre Ucrania, que impongan una solución injusta al país invadido y a Europa. Que acabemos viendo el fin de las sanciones sobre el tirano bielorruso. Que ese sufrido pueblo continúe bajo su bota. Y que Svetlana Tijanóvskaya siga tan triste en Vilna cuando bien pudo cambiar la historia.