Opinión

Gobernar la emergencia compleja

Tanto la pandemia como el cambio climático forman parte de un nuevo tipo de crisis globales para las que no estamos preparados

Una mujer muestra un cartel ('Sin naturaleza no hay futuro') en una manifestación convocada dentro de las acciones del Día Global por el Clima, el pasado 24 de septiembre en Madrid.Alejandro Martínez Vélez (Europa Press)

“Cuando despertamos de la covid, el cambio climático seguía ahí”. Emulando a Augusto Monterroso, este sería el más breve relato de lo que nos está ocurriendo. Ahora que empezamos a salir del aturdimiento de la pandemia, doloridos aún por sus secuelas, nos damos cuenta de que la otra gran amenaza, la emergencia climática, la madre de todas las crisis, no solo sigue ahí ...

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“Cuando despertamos de la covid, el cambio climático seguía ahí”. Emulando a Augusto Monterroso, este sería el más breve relato de lo que nos está ocurriendo. Ahora que empezamos a salir del aturdimiento de la pandemia, doloridos aún por sus secuelas, nos damos cuenta de que la otra gran amenaza, la emergencia climática, la madre de todas las crisis, no solo sigue ahí sino que sus efectos se están acelerando. El 31 de octubre comienza en Glasgow la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático COP26 y será la primera ocasión de hacer balance después del parón de la pandemia. Tenemos mucho que hacer. Tanto la covid como el cambio climático forman parte de un nuevo tipo de emergencia para el que estamos muy poco preparados: la emergencia compleja global.

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En un interesante trabajo (Towards a concept and framework for governing complex emergencies) publicado en noviembre pasado, la alianza United Cities and Local Government (UCLG) y el programa Cities de la London School of Economics abordan el desafío que plantean este tipo de emergencias. Las define como una situación de riesgo inmediato y significativo para la salud, la vida, los bienes materiales o el medio ambiente, con un fuerte componente político y que requieren enfoques de gobernanza muy diferentes de los utilizados en los desastres naturales o las catástrofes, aunque comparten con este tipo de emergencias la necesidad de una intervención rápida y radical.

Tanto la pandemia global como la emergencia climática entran de lleno en esta categoría. Entre ellas hay diferencias, por supuesto. De velocidad, por ejemplo: la tasa de propagación del coronavirus es mucho más rápida que la tasa de aumento de la temperatura global. O de escala: la amenaza que representa la emergencia climática es significativamente más grave que la de la covid-19. Pero ambas implican una alteración profunda de la estabilidad política, económica y social que pueden generar tensiones de legitimidad democrática.

Las emergencias complejas se caracterizan por un altísimo grado de incertidumbre, con bucles de retroalimentación que son difíciles de prever y de prevenir, como las variantes del virus o las manifestaciones extremas del clima. Son amenazas que exigen transiciones rápidas y plantean graves dilemas de prioridad entre la vida y los medios de subsistencia con una dificultad añadida: las acciones posibles son de efecto retardado, no producen un beneficio inmediato, y por tanto son más difíciles de explicar y de justificar. Las medidas necesarias afectan además a enormes intereses creados que pueden organizar una oposición activa, sin que la sociedad tenga una experiencia previa que proporcione seguridad en la toma de decisiones.

Este tipo de crisis plantea como desafío adicional la necesidad de incorporar una dimensión de justicia social y equidad para tener posibilidades de éxito. Esto es algo que se ve con mucha claridad tanto en la pandemia como en la crisis climática: la idea de que o nos salvamos juntos o no nos vamos a salvar. Afrontarlas exige intervenciones radicales por parte de gobiernos y unos niveles altos de confianza y apoyo públicos. Cuando los desafíos globales se convierten en emergencia, la respuesta de los gobiernos depende de la aceptación y la movilización de la ciudadanía, pero su adhesión requiere unas condiciones psicológicas y sociológicas previas que permitan anteponer el criterio científico a la experiencia directa. Los ciudadanos han de poder confiar en los vaticinios que justifican la adopción de medidas.

Este tipo de emergencias requieren una respuesta a la vez a nivel local, porque la crisis tiene efectos diferentes en diferentes lugares, y a nivel global, pues solo la acción coordinada a escala planetaria puede lograr resultados. Una gobernanza global capaz de llevar las vacunas a todo el mundo y de frenar en seco las emisiones de efecto invernadero. Son muchas las variables a tener en cuenta, pero de las conclusiones finales del trabajo me quedo con dos ideas: en la emergencia compleja global, la velocidad de la respuesta es crucial y el fracaso no es una opción.

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