El deshielo del permafrost del Ártico fuerza a Rusia a revisar infraestructuras clave
El vertido de Norilsk, el más grave en el Ártico, muestra las consecuencias del calentamiento global. Se auditarán gasoductos, centrales nucleares y vías clave para ver su vulnerabilidad
El grave vertido de Norilsk, que liberó hace casi dos semanas más de 20.000 toneladas de diésel en un río de la zona ártica, está obligando a Rusia a analizar las consecuencias del calentamiento global. Mientras las rojizas manchas de fuel avanzan en la que ya se ha considerado la mayor catástrofe ambiental del Ártico y una de las mayores de la historia de la Rusia reciente, las razones que provocaron el derrumbe del tanque ...
El grave vertido de Norilsk, que liberó hace casi dos semanas más de 20.000 toneladas de diésel en un río de la zona ártica, está obligando a Rusia a analizar las consecuencias del calentamiento global. Mientras las rojizas manchas de fuel avanzan en la que ya se ha considerado la mayor catástrofe ambiental del Ártico y una de las mayores de la historia de la Rusia reciente, las razones que provocaron el derrumbe del tanque que contenía el combustible en la central termoeléctrica han encendido la luz de alarma. Norilsk Nickel (Nornickel), La empresa causante del vertido, y las investigaciones preliminares creen que sus cimientos se agrietaron por el deshielo del permafrost, sobre el que estaba construido. Tras el suceso, que arroja una nefasta perspectiva a lo que puede pasar en el futuro, el fiscal general de Rusia ha ordenado una investigación de todas las infraestructuras clave “especialmente peligrosas” ubicadas en zonas donde el permafrost se está descongelando. Desde centrales nucleares a gasoductos.
El vertido de Norilsk ha indignado al presidente ruso, Vladímir Putin, que en una conversación televisada con el presidente de Nornickel, Vladímir Potanin, el hombre más rico de Rusia, le echó una inusual reprimenda por no prever lo sucedido. Una revisión a tiempo y la renovación de las infraestructuras habrían evitado la catástrofe, señalan los expertos, que llevan años criticando la política ambiental de Nornickel, uno de los principales productores mundiales de níquel y paladio, y responsable de otros vertidos.
La empresa asegura que tiene la situación controlada y que asumirá los 150 millones de dólares que va a costar la limpieza y recuperación de la zona —aunque los ambientalistas creen que el coste será mucho mayor—. Pero el vertido también ha puesto el foco sobre los efectos del calentamiento global. Alrededor de la mitad de Rusia, el país más grande del mundo, se asienta sobre suelo de permafrost.
El calentamiento global unido a una política ambiental y urbanística que no ha tenido en cuenta sus riesgos, apunta Marina Leibman, experta del Instituto ruso de la Criosfera, está teniendo un alto impacto en las infraestructuras de la zona, en las estratégicas y en las que no lo son tanto. “El peligro se está subestimando y ni siquiera hay financiación para hacer estudios o auditar los edificios que han violado las normas de construcción”, afirma Leibam.
Las infraestructuras en Siberia —como en Alaska o en el norte de Canadá— están construidas generalmente sobre pilares que se alzan sobre ese suelo helado, explica el experto en glaciología Nikolái Osokin, de la Academia rusa de Ciencias. Ahora, cuando las temperaturas en el Círculo Polar Ártico están subiendo el doble que el promedio global, el permafrost se está descongelando y eso provoca grietas en carreteras y edificios, que ya son visibles.
Putin ha ordenado esta semana una investigación de todas las infraestructuras que enfrentan amenazas similares debido al calentamiento global. En la zona hay centrales nucleares, termoeléctricas, gasoductos, yacimientos de petróleo, líneas de ferrocarril. Y el Ministerio para el Desarrollo del Lejano Oriente y el Ártico ha anunciado que creará un sistema para monitorizar los cambios en el permafrost, evaluar los riesgos económicos y las consecuencias negativas de su descongelación. Un sistema similar al que existía en la época soviética que nunca fue restaurado, explicó el responsable del ministerio, Alexander Kozlov.
Además, el presidente ruso ha encargado una nueva legislación para “evitar que ocurran incidentes similares nuevamente”. Los ambientalistas quieren que esas nuevas leyes se conviertan en la reforma verde que Rusia, el segundo mayor exportador de petróleo y el cuarto mayor emisor de carbono, necesita. Pero tienen pocas esperanzas de que la alarma sobre la amenaza de la crisis climática esté sonando de verdad en el Kremlin. La política de Rusia para el Ártico está marcada por los beneficios potenciales de la descongelación.
Mientras tanto, los equipos especializados siguen trabajando en la zona de Norilsk para limpiar el vertido. El derrame vertió unos 150.000 barriles de diésel al río Daldykán el 29 de mayo; el buque tanque Exxon Valdez libró 260.000. El combustible se ha filtrado ya en las riberas pantanosas y sus ronchas de un carmesí brillante se han extendido desde el río Daldykán al Ambárnaya. Y pese a que se había construido una barrera para evitarlo, el diésel ha llegado ya al lago Pyasino, que se extiende hacia el océano Ártico, según el gobernador de la región siberiana de Krasnoyarsk —en la que está Norilsk—. Sin embargo, la compañía lo niega.
Hay cinco imputados por el vertido, entre ellos, cuatro jefes de la central termoeléctrica, que están en prisión provisional. El alcalde de Norilsk también está siendo investigado. La causa penal no solo incluye el vertido que ha derivado en la catástrofe ecológica sino que también habla de que la compañía que opera la central termoeléctrica, que proporciona electricidad a uno de los mayores desarrollos industriales sobre el Círculo Polar Ártico, las minas de níquel Norilsk y las fundiciones de metales, alertó tarde y trató de lidiar con las consecuencias del derrame por su cuenta. Eso retrasó la movilización de medios estatales y provocó que se extendiese con mayor rapidez.
Las consecuencias ambientales del vertido son enormes y la zona, altamente industrializada y ya muy castigada por la contaminación, tardará años en recuperarse, alerta Guenadi Shukin, líder de la comunidad Dolgani, una tribu de origen túrquico que vive asentada en la zona desde el siglo XIX. Shukin habla de peces muertos, animales envenenados, del plumaje de los pájaros contaminado. Espera que lo ocurrido en Norilsk sea una llamada de atención a la realidad del descongelamiento del permafrost, que cada vez es más visible. “La cadena trófica peligra. Si se descongela el permafrost aumentan las temperaturas, desaparecen los mosquitos autóctonos de los que se alimentan los alevines de peces y eso puede hacer desaparecer los pájaros. Los pájaros también comen los mosquitos. Si mueren los peces y los pájaros habrá una hambruna”, se lamenta. La comunidad dolgani —unas 9.000 personas— se dedica principalmente a la caza y la pesca.
Expertos como Marina Leibman y Osokin, de la Academia Rusa de las Ciencias, explican además que la descongelación del permafrost libera a la atmósfera cientos de toneladas de dióxido de carbono y metano que aceleran el calentamiento global. Esta situación unida a los incendios de Siberia, cada vez más frecuentes, está acelerando la emergencia climática. De hecho, el mes pasado una ola de calor provocó temperaturas de hasta 10 grados por encima del promedio en algunas áreas, según el Servicio de Cambio Climático Copérnico de Europa.
El clima cálido y las bajas precipitaciones han secado la vegetación antes de lo habitual y han reavivado los incendios que aún ardían desde el año pasado y que también liberan dióxido de carbono. Las consecuencias son cada vez más visibles. Aunque como amenaza general, el calentamiento global no es una de las preocupaciones principales para la ciudadanía rusa, según las encuestas.