El infierno de Awatif: huir de la guerra de Sudán para ver morir a dos de sus hijos de hambre
En Adré, en la frontera de Chad con Darfur, donde viven más de 140.000 refugiados, la situación es crítica un año después del comienzo del conflicto ante la falta de los programas de ayuda internacional. Falta agua y comida para una población traumatizada por las desapariciones, las torturas y la violencia sexual
Awatif tiene 26 años y en el último mes ha visto morir a dos de sus cuatro hijos de malnutrición, con una semana de diferencia. Y el que carga en la espalda, anudado con una toalla raída, dormita en un estado alarmante. La joven sudanesa es una de las 40 mujeres que hacen cola bajo un sol abrasador para recoger la bolsa de alimentos que el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas entrega a las personas que acaban de atravesar la frontera chadiana de Adré huyendo de la guerra de Sudán. Pero Awatif dice que llegó hace meses a esta pequeña población de 12.000 habitantes, de casas de adobe sin electricidad ni agua corriente, junto a la cual viven ahora, en el cercano campamento de Camp École, más de 140.000 refugiados procedentes del país vecino. Desde aquí, el Gobierno de Chad traslada a miles de personas en camiones a los campos oficiales que ha repartido por la frontera, en lugares aislados y con condiciones aún más duras.
El de Awatif Issakh Mahamat podría ser el retrato robot de los afectados por el conflicto sudanés en la región de Darfur, que ha mutado en limpieza étnica, lo que unido a la insuficiencia de fondos para hacer frente a la mayor crisis humanitaria del planeta en estos momentos ha hecho que derive en la mayor crisis de hambre en décadas. Distintos portavoces de la ONU llevan meses advirtiendo de la catástrofe, sin lograr captar la atención internacional. Sobre el terreno, se traduce en el estado de choque en el que vive Awatif, un alma errática que quema las pocas calorías que ingiere buscando algo que dar de comer a sus hijos y yendo a buscar agua.
La mujer explica, con pocas palabras, el infierno del que viene. Su marido fue asesinado por las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF, por sus siglas en inglés), sucesoras de la milicia árabe a la que el dictador Omar al Bashir encargó el genocidio de 2003 a 2005 en Darfur. Este grupo paramilitar, que en 2021 apoyó al Ejército en su golpe de Estado contra el Gobierno, libra desde el 15 de abril de 2023 una guerra contra el mismo para hacerse con el poder. En Darfur Occidental, de nuevo, las RSF están llevando a cabo una limpieza étnica contra el pueblo masalit, una etnia africana de piel oscura a la que Awatif pertenece.
Según estimaciones de Human Rights Watch, más de 13.000 masalit, la mayoría hombres y niños, han sido asesinados en el último año. Awatif, como miles de personas, escapó con sus hijos, recorriendo a pie los cinco kilómetros que separan El Geneina, en Darfur, de Adré. Awatif explica que los milicianos les pegaron y les torturaron. No especifica si también sufrió violencia sexual, un arma de guerra que las RSF han empleado de manera sistemática, según investigaciones periodísticas.
Pero las penurias de Awatif no han acabado. Ahora es víctima del colapso del sistema de ayuda humanitaria internacional, como los casi dos millones de sudaneses que han buscado refugio en Chad, Sudán del Sur, Egipto y República Centroafricana. Por primera vez, en 2023 el presupuesto de Naciones Unidas para emergencias humanitarias fue inferior al del año anterior: de 30.000 millones de dólares en 2022 (unos 28.000 millones de euros) a 21.000 millones en 2023. Y una de sus agencias más afectadas por los recortes ha sido el Programa Mundial de Alimentos. Su portavoz, Pierre Honorat, ha dicho, en referencia a la crisis provocada por la guerra de Sudán, que nunca ha visto “una operación tan grande tan mal financiada”.
Mientras, su equipo en Chad trabaja sin descanso: hasta 16 horas al día 7 días a la semana. Tras el anterior reparto mensual de alimentos, a finales de febrero, pasaron semanas sin saber cuándo podrían volver a hacerlo. La situación llegó a ser tan grave que a mediados de marzo comenzaron un nuevo proyecto de entrega de alimentos para cuatro días a quienes acababan de cruzar la frontera. Finalmente, esta semana están entregando un paquete mensual, aunque con las raciones reducidas por la falta de presupuesto.
“La situación es muy crítica porque es una emergencia que afecta a muchísimas personas y, por tanto, se necesita mucha comida, y el PMA se enfrenta a una crisis financiera muy grave. Así, trabajamos mes por mes y volvemos a no saber si en mayo podremos hacer la distribución. Si no lo hacemos, está claro que los casos de malnutrición se multiplicarán y las muertes también”, pronostica Vanesa Boi, responsable de Emergencia del PMA en la crisis del este de Chad, en la misma tienda de plástico en la que hacen las entregas.
Tras ser alertada sobre el estado del bebé de Awatif y de otra mujer refugiada, Boi las traslada a la clínica que Médicos Sin Fronteras (MSF) ha construido junto a los miles de chozas de caña a las que el Gobierno de Chad llama campo de tránsito. Los doctores confirman lo evidente: ambos sufren malnutrición severa y deben ser ingresados. “En ese estado, solo pueden resistir una semana de vida si no reciben tratamiento”, explica Boi. El 40% de los menores que son llevados por sus madres a esta clínica de emergencia son diagnosticados de desnutrición aguda. Según las estimaciones del PMA, más del 11% de las personas sudanesas refugiadas sufren malnutrición en el momento de cruzar la frontera de Chad, y más del 40% de las mujeres y niños de los campos sufren anemia. Awatif se queda con su crío, mientras una vecina cuida a su otro hijo, que según ella se encuentra bien de salud.
Médicos Sin Fronteras ha podido destinar un presupuesto millonario a atender a las víctimas de esta guerra en Sudán y Chad gracias a los fondos que les proporcionan sus socios. Solo en la clínica de Adré, atienden diariamente a entre 350 y 500 pacientes. Los casos más graves son derivados al hospital de la ciudad, que la ONG gestiona al 50% con el Ministerio de Sanidad. El problema es que después de ser tratados, los niños y niñas tienen que volver a su realidad, por lo que hay casos como el de Ikram Malik, cuyo hijo de tres años ha sido ingresado hasta en tres ocasiones. “Aquí mejora, pero en el campo, con el calor, viviendo en esas condiciones, sin apenas agua ni comida, vuelve a enfermar”, explica mientras lo acuna en otro de los hospitales que MSF ha construido, en este caso en Metché. Allí, a dos horas y media de tortuoso camino por el desierto, el Gobierno de Chad ha reasentado a más de 50.000 personas.
Cordula Haeffner, responsable médica del hospital de Metché, detalla: “Muchísimos de nuestros pacientes menores tienen malnutrición, paludismo, problemas respiratorios... Y lo peor está por venir. Con la temporada de lluvias, viviremos el pico de la malaria, que unida a la malnutrición, es muy preocupante”. En una de las camas, Yaya Mohammed permanece tumbada y apartando las moscas de sus dos mellizos, que nacieron con menos de un kilo de peso cada uno. “En un hospital europeo, sería fácil sacarlos adelante, pero aquí requiere muchísimo esfuerzo y no siempre lo conseguimos. Ayer tuvimos otro parto prematuro. El bebé nació vivo, pero murió a las pocas horas”, explica Haeffner.
Cristina Arquero, jefa del equipo de nueve personas que MSF ha destinado en Adré al área de WASH (agua, sanitarios e higiene, por sus siglas en inglés), describe: “Estamos intentando evitar el colapso. En emergencias, el mínimo de agua por persona se establece en los 20 litros [al día]. Aquí, en Adré, empezamos a trabajar cuando solo conseguían, a duras penas, 8 litros. Para todo: lavarse, beber, cocinar, todo. Eso es lo que utilizamos para tirar de la cisterna en España. Así es imposible mantener las condiciones mínimas de higiene para que no proliferen enfermedades y epidemias”. Han abierto decenas de pozos en el campo. “Ahora estamos en los 13 litros por persona, lo cual sigue siendo absolutamente insuficiente. Y aun así, lo más preocupante en estos momentos es la falta de letrinas. Solo tenemos 200 operativas, es decir, 400 personas por cada una”, explica Arquero. Y sin agua ni letrinas, es imposible evitar las diarreas —primer detonante de la malnutrición—, pero también otras enfermedades que pueden ser mortales como la hepatitis E —de transmisión feco-oral—, de la que ya hay numerosos casos que, se teme, pueden acabar en epidemia.
Violencia sexual
Junto a la sala donde Awatif se ha quedado cuidando de su hijo en la clínica de Adré, se encuentra el área de salud mental. “No podemos contemplar un proyecto de acceso a la salud que no incluya el ámbito de salud mental”, explica Meria Nadje, coordinadora del proyecto de MSF en esta localidad. La brutalidad de la violencia étnica desatada en Darfur lo hace más necesario incluso que en otras emergencias: asesinatos delante de los familiares, desapariciones, torturas y violencia sexual han sido empleados de manera masiva. “Nos llegan muchas mujeres jóvenes buscando un lugar seguro en el que contar que han sufrido violencia y nos suelen decir que aún no se lo han contado ni a sus familias porque es muy reciente, por el miedo, por el tabú, por la vergüenza. Pero necesitan contarlo”, explica Cynthia Matildes, jefa de Salud Mental de MSF en Adré.
En varios campos, son las propias mujeres refugiadas las que han puesto en marcha grupos de autoapoyo para compartir lo ocurrido. De las más de 15 mujeres entrevistadas, todas han querido explicar que han sido testigos de esta violencia. Pero los medios siguen siendo absolutamente insuficientes, pese a que a Chad siguen llegando, mensualmente, unas 5.000 personas huyendo del hambre y de la guerra. Víctor García Leonor, jefe de misión en Chad y Sudán de MSF-España, tiene una petición: “Necesitamos que vengan más ONG y más agencias de las Naciones Unidas. El Gobierno de Chad está abierto, se puede trabajar aquí. Necesitamos más manos urgentemente”. Pronto, cuando le den el alta, Awatif tendrá que llevar de vuelta a su hijo al lugar y a las condiciones que lo enfermaron. Y aún no se sabe si para entonces, el PMA podrá repartir unas raciones mínimas de comida.
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